Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial
Cada martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:
La espiritualidad de la creación: cuidando nuestro entorno
“El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2, 15). Estas palabras nos recuerdan que el cuidado de la creación no es un simple deber ecológico, sino un mandato divino que nos invita a colaborar con el Creador. Reflexionemos juntos sobre cómo este compromiso de cuidado nos conecta profundamente con nuestra fe y nuestro amor a Dios.
La creación, un reflejo del amor de Dios
El mundo que habitamos no es un recurso que explotar, sino un regalo que Dios nos confió. La belleza del cielo, el ritmo de los océanos y la diversidad de los seres vivos nos hablan del amor infinito del Creador. Cuidar la creación es reconocer en ella la huella divina, es aprender a contemplar y agradecer. Cuando admiramos la naturaleza con un corazón lleno de fe, experimentamos su capacidad de llevarnos al encuentro con Dios. Como dice el Salmo 19, 2: «Los cielos proclaman la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos».
Cuidar la creación, una expresión de amor al prójimo
La tierra no nos pertenece; es un bien común, destinado a toda la humanidad y a las futuras generaciones. Cuando cuidamos el entorno, no solo obedecemos a Dios, sino que también practicamos la caridad hacia nuestros hermanos. Actuar con responsabilidad en el uso de los recursos naturales, reducir el desperdicio y adoptar hábitos sostenibles son maneras concretas de vivir el mandamiento de amar al prójimo. No olvidemos que los más pobres son los primeros en sufrir las consecuencias del deterioro ambiental. En palabras del papa Francisco, “el grito de la tierra es también el grito de los pobres” (Laudato Si’, 49).
El cuidado de la creación, un camino de conversión
Como cristianos, estamos llamados a una conversión integral que incluye nuestra relación con la naturaleza. Cuidar de la creación es permitir que el Espíritu Santo renueve nuestra mirada y transforme nuestro corazón, para vivir en armonía con todo lo creado. No se trata solo de cambiar hábitos, sino de cultivar una espiritualidad que nos haga más conscientes de nuestra interdependencia con el mundo que nos rodea. Es un camino de humildad, donde reconocemos que no somos dueños de la tierra, sino administradores que rendiremos cuentas a Dios.
Que esta reflexión nos anime a vivir una fe más plena, traducida en actos concretos de cuidado hacia nuestro entorno. Cuidar de la creación es cuidar del regalo de la vida, es amar a Dios y al prójimo con gestos que construyen un mundo más justo, fraterno y lleno de esperanza.