Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Cada martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:

La importancia de la caridad y las obras de misericordia

En la entrada de este martes queremos invitaros a reflexionar sobre la caridad y las obras de misericordia, pilares esenciales de nuestra vida cristiana. La caridad no es simplemente un sentimiento de compasión, es el amor en acción. Es la manifestación más clara del amor de Dios en nosotros y hacia los demás. Como cristianos, somos llamados no solo a creer, sino a vivir de manera concreta ese amor, especialmente a través del servicio desinteresado hacia los más necesitados.

La caridad, fundamento de nuestra fe.

San Pablo nos recuerda en su carta a los Corintios que «si no tengo amor, nada soy» (1 Cor 13, 2). Y ese amor al que se refiere no es un amor cualquiera, es el amor caritativo, ese amor que va más allá de las palabras y los sentimientos para transformarse en obras concretas. Cuando Jesús nos pide que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado (Jn 13, 34), nos desafía a salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, y a buscar el bien del otro, incluso cuando eso implica sacrificio.

En este sentido, la caridad es una respuesta directa al amor que Dios ha derramado sobre nosotros. No se trata de hacer favores o de «dar lo que nos sobra», sino de entregar nuestro tiempo, nuestras energías y, a veces, hasta nuestras comodidades para servir a los demás. Al vivir la caridad, hacemos visible a Cristo en nuestro mundo.

Las obras de misericordia, caminos de santidad.

Las obras de misericordia, tanto las corporales como las espirituales, son maneras muy concretas de vivir esa caridad que Jesús nos pide. Alimentar al hambriento, visitar al enfermo, dar consejo al que lo necesita, o consolar al triste no son solo acciones buenas, sino auténticas oportunidades para encontrar a Cristo en el hermano que sufre. Jesús mismo nos lo dice: «cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Debemos tenemos los ojos muy abiertos, porque vivimos en un mundo que a menudo nos invita a pensar en el «yo» antes que en el «nosotros», pero las obras de misericordia nos invitan a cambiar esa perspectiva. Nos desafían a ver en el rostro del otro, especialmente en los más débiles y necesitados, el rostro mismo de Cristo. Y al hacerlo, también transformamos nuestro corazón.

La caridad nos transforma y nos acerca más a Dios.

La caridad no solo beneficia al que la recibe, sino también al que la practica. San Juan Pablo II decía que «el hombre no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino a través del don sincero de sí mismo». Cuando vivimos la caridad y las obras de misericordia, no solo estamos ayudando al otro, sino que también estamos permitiendo que el amor de Dios transforme nuestro corazón. Nos volvemos más humildes, más pacientes, más comprensivos… más semejantes a Cristo.

Querida comunidad, que nunca nos falte el ardor de la caridad. Vivir la caridad es vivir la fe en su máxima expresión. Pidamos al Señor que nos conceda un corazón generoso, siempre dispuesto a servir y a amar, siguiendo el ejemplo de Jesús, el Siervo de todos.

¡Que Dios nos bendiga y nos conceda la gracia de ser cada día instrumentos de su amor!