Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:

La música y el arte: caminos hacia Dios

En nuestra búsqueda de Dios, a menudo nos apoyamos en la oración, en la Palabra, en la comunidad. Pero hay otros lenguajes que también nos conducen a Él, que nos elevan, que tocan el alma de una manera única. La música y el arte son ventanas abiertas a la trascendencia, formas de belleza que despiertan en nosotros el asombro y nos ayudan a captar lo que las palabras, a veces, no pueden expresar.

Cuando la belleza nos envuelve, Dios se hace cercano

Cuando contemplamos una obra de arte que nos sobrecoge o escuchamos una melodía que nos emociona, sentimos que algo en nuestro interior se mueve. No es solo el placer estético, es algo más profundo: en la belleza intuimos la presencia de Dios. Porque Dios mismo es belleza, armonía, creatividad desbordante. No es casualidad que la Iglesia haya cuidado siempre el arte en sus templos, en su liturgia, en su evangelización. La belleza abre un espacio para lo sagrado, nos ayuda a entrar en el misterio, nos hace sentir que estamos hechos para algo más grande. Como decía san Juan Pablo II: “La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente”.

A veces, nos cuesta encontrar a Dios; pero si dejamos que la belleza nos toque, que nos despierte el alma, nos daremos cuenta que Él nos habla también a través de la armonía de una sinfonía, del color de un cuadro, de la delicadeza de una escultura. Nuestra fe no es solo razón, es también emoción, sensibilidad, encuentro con la belleza que nos trasciende.

Cuando la música es oración, el alma despierta

La música tiene un poder especial: nos atraviesa, nos envuelve, nos lleva más allá de nosotros mismos. Cuando la música es oración, el alma se eleva, encuentra un lenguaje para expresar lo que no sabe decir con palabras. ¿Cuántas veces hemos sentido que una canción nos ha acercado a Dios más que un discurso? ¿Cuántas veces un canto en la liturgia nos ha hecho sentir su presencia con una intensidad nueva?

El salmista lo sabía bien: «Alabaré el nombre de Dios con un canto, proclamaré su grandeza con acción de gracias» (Salmo 69, 31). Cantar a Dios no es solo una forma de expresar nuestra fe, es un modo de vivirla, de sentirla vibrar en nuestro interior. Cuando cantamos juntos en la comunidad, cuando escuchamos un himno que nos conmueve, cuando dejamos que la música nos envuelva en la oración, experimentamos que Dios está cerca, que habita en la alabanza de su pueblo (cf. Sal 22, 4).

Un arte que transforma el corazón

El arte cristiano es un camino de evangelización, un reflejo del misterio. Las imágenes, los iconos, las pinturas, las esculturas nos ayudan a contemplar lo invisible. Nos recuerdan que nuestra fe se encarna, que Dios se hizo visible en Jesús, y que a través del arte podemos seguir encontrándole.

La creatividad es un don de Dios, y cuando el arte se pone al servicio de la fe, nos transforma. No solo embellece los templos, sino que embellece nuestra vida, nos ayuda a orar, a meditar, a dejarnos tocar por el misterio. Por eso, necesitamos espacios de belleza en nuestra vida espiritual, tiempos para la contemplación, momentos para dejarnos sorprender por la música y el arte que nos abren a Dios.

Que sepamos acoger estos regalos con un corazón abierto, que nos dejemos conmover por la belleza y permitamos que Dios nos hable también a través de ella. Porque la fe, además de ser verdad y bondad, es también belleza. Y en la belleza, siempre nos espera Dios.