Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial
Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: Las festividades cristianas: una herencia que nos da vida
Cada vez que el calendario litúrgico se despliega ante nosotros, lo hace como un regalo que Dios ha sembrado en el tiempo para tocar nuestra historia. Celebrar una festividad cristiana no es solo recordar un hecho del pasado, es permitir que ese misterio entre en nuestra vida y la renueve. Las fiestas cristianas son momentos en los que el cielo se acerca a la tierra, y nuestra rutina se transforma en lugar de encuentro con Dios.
En cada celebración descubrimos que Dios sigue hablándonos a través del ritmo del año litúrgico. La Navidad nos abre el alma a la ternura de un Dios que se hace niño. La Pascua nos impulsa a la vida nueva, con la certeza de que la muerte no tiene la última palabra. Pentecostés nos lanza a la misión, sabiendo que el Espíritu nos sostiene. Y así, fiesta tras fiesta, nuestra fe se enraíza más hondo, se afina, se vuelve fecunda. Cada festividad nos recuerda que pertenecemos a una historia que nos precede y nos abraza, una historia de salvación en la que seguimos siendo protagonistas. «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118, 24).
Celebrar juntos: la fe hecha comunidad
Una festividad vivida con el corazón nos une, ya que, reunidos como comunidad, descubrimos que nuestra fe se fortalece cuando es compartida. Cuando cantamos con otros, cuando oramos al unísono, cuando nos damos la paz, la fe se vuelve comunión. Muchas de nuestras fiestas están marcadas por el encuentro, por la mesa compartida, por la alegría que nos entrelaza.
Las celebraciones cristianas nos ayudan a mirar al otro con gratitud, como compañero de camino en la misma fe. En la fiesta, todos tienen un lugar. Se acoge al anciano, al niño, al que lleva años caminando con el Señor y al que acaba de llegar. El Evangelio se hace carne en los gestos sencillos de hospitalidad, de acogida, de ternura.
Y hoy, en esta memoria tan especial de la Virgen de Fátima, sentimos que María camina con nosotros en cada paso de esta historia. Ella, Madre solícita, viene a nuestro encuentro para recordarnos lo esencial: la oración, la conversión del corazón, la paz verdadera que nace de Dios. Su presencia en las festividades cristianas nos regala una cercanía que alienta, consuela y enseña a mirar con fe.
Tradición viva: una historia que se hace presente
La tradición no es una carga del pasado, es una llama que se transmite de generación en generación. Cada fiesta nos conecta con las raíces de nuestra fe y nos ayuda a reconocernos dentro del plan de Dios. Nos sabemos parte de una historia que comenzó con Abraham, se desplegó en Jesús y se hace carne en cada celebración litúrgica.
Transmitir a nuestros niños el sentido de las fiestas es sembrar futuro. Encender una vela, acudir a la Eucaristía, rezar juntos, celebrar a María en sus advocaciones… todo ello educa el alma para reconocer lo sagrado en lo cotidiano. Son gestos que encienden la esperanza, que nos recuerdan que el Reino de Dios está ya entre nosotros.
Celebrar las festividades cristianas es aprender a mirar la vida desde Dios, a saborear su paso por nuestra historia, y a responder con gratitud y fidelidad. Que nuestras fiestas sean vividas con hondura, con fe encarnada, con esa alegría que solo nace cuando el corazón se sabe habitado por el Amor.
