Hay momentos en la vida de una comunidad que no se olvidan, porque algo en ellos nos toca por dentro y nos transforma. Así ha sido este Triduo Pascual. No como un simple recuerdo, sino como una vivencia compartida que nos ha envuelto a todos en un mismo latido, en una misma esperanza, en un mismo deseo de dejarnos tocar por el Amor que se entrega, que sostiene y que renueva.
El Jueves Santo comenzó con la oración de Laudes, ese primer aliento que nos abrió a lo que vendría. Por la tarde, en la Cena del Señor, algo se hizo muy cercano: la fragilidad de unos pies descalzos, el pan partido, la mirada entregada. Allí, el gesto sencillo del lavatorio nos habló más que muchas palabras. Nos recordó que estamos llamados a servir desde lo concreto, desde lo cotidiano, desde la ternura. La Hora Santa nos sostuvo después en el silencio, en la intimidad, en ese estar con Él sin prisas. Y fue un regalo recibir al Cristo del Buen Camino que, en su recorrido, se detuvo un año más ante nuestra parroquia. Fue como si nos dijera: “Estoy con vosotros. No os dejo solos”.
El Viernes Santo amaneció con los Laudes, como un suspiro que subía entre la pena y la espera. Aunque el pronóstico de lluvia no permitió tener el Via crucis desde El Enebral, lo realizamos en nuestro templo y tuvo una fuerza especial. No hizo falta paisaje, porque el verdadero camino se abrió dentro de nosotros. Cada estación fue un paso hacia lo hondo, hacia esa cruz que también llevamos en la espalda, pero que ya no pesa igual cuando se comparte. La celebración de la Pasión del Señor nos unió en el dolor, sí, pero sobre todo en la certeza de que no hay herida que no pueda ser abrazada. La oración ante la Cruz nos permitió reposar ahí, dejar caer las cargas, y mirar con confianza. El P. Luis nos ayudaba a vivir cada día con ese mensaje diario que nos llegaba al grupo de WhatsApp como un soplo de aliento.
El Sábado Santo nos encontró otra vez en los Laudes, en ese silencio denso que prepara el corazón. Y cuando llegó la noche, con la Vigilia Pascual a las 21:30h, algo nuevo se encendió. Las familias llenaban los bancos, los niños miraban atentos, y todos, en esa hora sagrada, sentimos que la vida vencía. No como idea, sino como certeza vivida. Porque Él ha resucitado, y con Él, también nosotros.
Queremos agradecer al P. Luis, al P. Apolinar y al P. Yoelby, por su presencia cercana, su palabra serena, su forma de estar entre nosotros. Entre ellos se respira buen clima, y eso también se nota, se agradece, se contagia. Gracias a quienes han preparado cada rincón, a quienes han cuidado los detalles, a quienes han hecho posible que todo saliera adelante.
Nos queda ahora el eco de estos días. No como algo que termina, sino como una semilla que sigue latiendo. Porque la Pascua empieza dentro. Y desde ahí, todo se ilumina.
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