Ha comenzado el mayo, el mes de María, el mes dedicado a la Madre de Dios, a nuestra Madre.
María, mujer de profunda vida de oración, viviendo siempre cerca de Dios. Mujer sencilla, generosa, se olvidaba de sí misma para darse a los demás; tenía gran caridad, amaba y ayudaba a todos por igual; era servicial, atendía a José y a Jesús con amor; vivía con alegría; era paciente con su familia; sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida.
Os invitamos cada semana del mayo a rezar y reflexionar con una letanía dedicada a Nuestra Madre.
Hoy compartimos una reflexión de Patricia de Linos de nuestra comunidad parroquial, sobre María, causa de nuestra alegría:
María, causa de nuestra alegría. Alégrate, regocíjate
La madre ha sido siempre el corazón del hogar y los hijos se han refugiado siempre en el calor de este corazón. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca y esta es la realidad que se vive también en la Iglesia. Dios ha querido que en el hogar del cristiano, como es la Iglesia, no falte la madre, para que no sea posible la tristeza.
María es la causa de nuestra alegría porque ella llevó en su seno, durante nueve meses, al mismo Dios que se hizo hombre verdadero. Y Él nos la dio por Madre en el Calvario.
Es María, la que nos enseña que debemos estar siempre alegres. Siguiendo los consejos del ángel del Señor que ya le advirtió a la joven de Nazaret aquello tan hermoso del «Alégrate, llena de gracia». Este mensaje llevó a María a tomar una decisión valiente y arriesgada. Ella vivió como nadie la presencia de Dios en su vida. Saberse amados por Dios es causa de felicidad y constituye el motor que nos mueve.
La Virgen María aparece ante nosotros no sólo como modelo de persona que supo vivir siempre alegre, dichosa y feliz, sino también como aquella que es “causa de alegría” para los demás.
La vida de cualquiera de nosotros, como la de la Virgen María, no está exenta de pruebas y dificultades; de dolor y sufrimiento. Sin embargo, en medio de las pruebas y el dolor, tenemos que saber conservar, como María, la alegría que viene de Dios. Ella, “causa de nuestra alegría”, quiere que también nosotros seamos portadores para los demás de este don, que el mundo espera y necesita.
En las letanías del Rosario reconocemos a María como la que nos trae la alegría. Y oramos diciendo “Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros”, que es lo mismo que pedirle: “danos tu alegría”, “ayúdanos a ser alegres como Tú”. Por eso, cuando estamos pasándolo mal, sin ganas de nada, tristes, sin sentir la cercanía de Dios, no dudemos en acudir a la Virgen María. Ella nos contagia del gozo, la paz y la alegría que Dios le dio. Con Ella, y contagiados de su alegría, podemos afrontar esas dificultades con buen ánimo.
Ella, “causa de nuestra alegría”, quiere que también nosotros seamos portadores para los demás de este don, que el mundo espera y necesita. La alegría es un bien del que todos debemos disfrutar constantemente, debe ser una cualidad permanente de nuestra vida. Vivir como María, proseguir su obra, haciendo nacer a Jesús entre los hombres.
El secreto de la alegría permanente de la Virgen María es, también, el secreto de la felicidad de todo ser humano. No hay otro camino. Con fe, pidamos a la Virgen que, en toda circunstancia, permanezca en nosotros la alegría de vivir:
Gracias a Ella, a María, por ser ¡CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA!
Llamad a la Virgen: Causa de nuestra alegría. No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús. Encomiéndate a ella, y pídele con el Avemaría, a Ella bienaventurada entre todas las mujeres, que “ruegue por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Desde aquí agradecemos a Patricia de Linos por haber compartido con nosotros sus palabras dedicadas a la Madre de Dios, María causa de nuestra Alegría.