Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial
Los martes del curso 2025-2026, continuando con el proyecto que iniciamos el curso pasado, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:
María no repite el Evangelio: lo encarna
Cuando miramos a María descubrimos que en ella la Palabra de Dios se hace vida sencilla y al mismo tiempo luminosa. En nuestro caminar como Iglesia buscamos ejemplo y aliento, y es en la Madre donde encontramos el rostro más cercano de lo que significa abrazar el Evangelio con todas las fibras del corazón. María no se limita a custodiar unas frases escuchadas; María deja que cada palabra del Señor penetre en su existencia y transforme cada gesto, cada silencio y cada decisión. En ella entendemos que el Evangelio no es un texto para recordar, sino una vida para encarnar.
María, mujer disponible y confiada.
Una de las huellas más hermosas de María es su disponibilidad sin reservas. Cuando el ángel le anuncia que será madre del Hijo de Dios, María responde con el fiat: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). En su sencillez nos muestra que el corazón abierto recibe la vida de Dios y la multiplica. Cada uno de nosotros podemos aprender de su fe confiada, de esa actitud de apertura que nos enseña a dejar espacio a lo inesperado de Dios en nuestro día a día. María nos impulsa a acoger la gracia con alegría, convencidos de que quien se fía del Señor nunca se queda vacío.
María, madre que guarda y contempla
El Evangelio nos revela a María como quien guarda en el corazón lo que acontece y lo contempla con esperanza (Lc 2,19). Su modo de vivir nos enseña la fuerza de la contemplación activa: mirar con hondura, escuchar con atención, y desde ahí actuar con amor concreto. En medio de nuestros compromisos, las prisas o las preocupaciones, ella nos invita a dar espacio a la oración serena, a reconocer los signos de Dios en nuestra historia. Su corazón es un espacio de silencio fecundo que no se aísla, sino que tarde junto al sufrimiento y la alegría de los demás. María es madre que acompaña, que nunca permanece al margen, que convierte el silencio en fuente de ternura y discernimiento.
El Rosario, camino de encuentro
Cada Ave María rezada con sinceridad se convierte en una semilla de paz que el Espíritu hace germinar. El Rosario es un camino sencillo y profundo de unión con Cristo de la mano de María. Rezar los misterios es entrar en la vida del Señor con los ojos de la Madre, aprender a mirar como ella miraba, sentir como ella sentía, confiar como ella confiaba. En cada cuenta descubrimos la presencia cercana de Dios en nuestras propias situaciones: el gozo, la luz, el dolor y la gloria. No se trata de repetir palabras mecánicamente, sino de dejar que la oración nos transforme, nos serene y nos impulse a amar mejor.
Sigamos redescubriendo a María como figura viva en nuestra fe. Ella nos inspira a vivir el Evangelio con sencillez, disponibilidad y profundidad contemplativa. A su lado, la vida cristiana se hace más cercana, más concreta, más llena de esperanza. Que al rezar el Rosario juntos nos sintamos pueblo de Dios en camino, y que su ejemplo nos ayude a encarnar en lo cotidiano la Buena Noticia de su Hijo.
