Tras comenzar el curso este año en septiembre, con una eucaristía (como es habitual); el último viernes de octubre hemos tenido nuestro primer Encuentro de oración del curso. En esta ocasión lo hemos realizado en el oratorio, donde nos hemos encontrado con un ambiente recogido e íntimo que nos ha gustado mucho.
Hemos iniciado la oración con la Escucha de la Palabra, como nos sugería a principio de curso nuestro Arzobispo José Cobo, reflexionando sobre el evangelio Mc 1,9-15.
Para luego, centrarnos en la gran riqueza que tiene el mes de octubre, con la celebración de grandes y conocidos santos, el día del Domund, las témporas de acción de gracias, este año incluso con el Sínodo de la Sinodalidad, … pero especialmente hemos hablado y reflexionado sobre el rosario y los ángeles custodios. Sobre lo que significan para nosotros en nuestro día a día.
Hemos comentado que Juan Pablo II contó, que el rosario era importante en su vida espiritual, era su oración predilecta y hemos compartido como cada uno lo rezamos de forma distinta, solos, en comunidad, caminando con amigos, en trayectos hacia algún sitio, … A varios nos transportaba a la niñez, a unos les producía alegría, a otros les recuerda momentos complicados, … pero la mayoría coincide en la necesidad de rezarlo.
Rezamos la SÚPLICA A LA VIRGEN DE POMPEYA:
¡Oh augusta Reina de las Victorias, oh Virgen soberana del Paraíso!,
cuyo nombre poderoso alegra los cielos y hace temblar de terror a los abismos.
¡Oh gloriosa Reina del Santísimo Rosario!,
nosotros, los venturosos hijos vuestros, postrados a vuestras plantas
derramamos entre lágrimas los afectos de nuestro corazón,
y con la confianza de hijos os manifestamos nuestras necesidades.
Desde ese trono de clemencia donde os sentáis como Reina,
volved, ¡oh María!, vuestros ojos misericordiosos a nosotros;
a nuestras familias, a nuestra nación, a la Iglesia Católica, al mundo todo,
y apiadaos de las penas y amarguras que nos afligen.
Mirad, ¡oh Madre!, cuántos peligros para el alma y cuerpo nos rodean;
cuántas calamidades y aflicciones nos agobian.
Detened el brazo de la justicia de vuestro Hijo ofendido,
y con vuestra bondad subyugad el corazón de los pecadores,
pues ellos son nuestros hermanos e hijos vuestros,
que al dulce Jesús costaron sangre divina
y a vuestro sensibilísimo Corazón indecibles dolores.
Mostraos hoy para con todos Reina verdadera de paz y de perdón.
Y para finalizar, dedicamos unos minutos a los ángeles custodios o ángel de la guarda, cuya oración aprendimos todos desde niños. Y nos dábamos cuenta, cuantas veces nos ha ayudado y cuantas veces nos olvidamos de agradecérselo.
“A sus ángeles ha dado órdenes, para que te guarden en tus caminos” (salmo 90)
Tras las peticiones por la unidad, la iglesia, por nuestra Cofradía, por los difuntos y por nuestros ángeles custodios, concluimos rezando a María y a uno de los Arcángeles:
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita! (invocación Sub Tuum Praesidium)
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén. (León XIII)