Continuamos con la entrega nº 9: ‘Oración contemplativa’. En esta ocasión un miembro del equipo sacerdotal comparte con nosotros qué es la oración contemplativa y un miembro de vida consagrada nos comparte su experiencia de oración contemplativa

Entrega nº 9. ¿Qué es la oración contemplativa?

La oración contemplativa es una forma profunda y silenciosa de oración en la tradición católica que busca la unión íntima con Dios. Es un espacio donde el alma se abre totalmente a la presencia y acción de Dios, permitiendo que su amor y gracia transformen el corazón de manera profunda y duradera. Es un camino de paz, de entrega y de profunda intimidad con el Creador, que nos lleva a una vida más plena y más alineada con su voluntad.

La contemplación no es simplemente una técnica o un método, sino un don de Dios. Es una respuesta amorosa a la invitación de Dios a entrar en un diálogo silencioso y profundo con Él. En la contemplación, no se trata de recitar oraciones o formular peticiones, sino de estar presente ante Dios con el corazón abierto y receptivo. Como dice San Juan de la Cruz, «la mejor preparación para la oración es la paz y la tranquilidad del alma y el sosiego del corazón».

Esta forma de oración requiere una disposición interior de silencio y quietud. La contemplación es un retiro al interior del alma, donde se puede escuchar la voz suave y amorosa de Dios. Es importante encontrar un lugar tranquilo y dedicar un tiempo específico cada día para este encuentro. La postura del cuerpo también puede ayudar a entrar en este estado de recogimiento, ya sea arrodillado, sentado cómodamente, o incluso postrado en un gesto de humildad y entrega.

La oración contemplativa se caracteriza por la atención plena a la presencia de Dios. Se trata de estar conscientes de que Dios está presente y de permitir que esta realidad llene nuestro ser. En este estado de atención amorosa, el alma se une a Dios en un diálogo silencioso, donde más que hablar, se escucha y se recibe. Es una experiencia de amor y de comunión, donde se experimenta la paz y la presencia de Dios de manera muy íntima.

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a «encontrar a Dios en todas las cosas». Esta enseñanza es fundamental para la oración contemplativa. Al contemplar la presencia de Dios en la oración, aprendemos a descubrir su acción en cada aspecto de nuestra vida diaria. La contemplación, por tanto, no se limita al tiempo de oración, sino que transforma nuestra manera de vivir, permitiéndonos ver la mano de Dios en cada situación y responder con amor y generosidad.

La oración contemplativa también es un tiempo de intercesión. En la quietud del corazón, llevamos a Dios nuestras preocupaciones, las necesidades de nuestros seres queridos, y las del mundo entero. Es un acto de amor y de confianza en la misericordia de Dios, sabiendo que Él escucha nuestras plegarias y actúa en nuestras vidas.

Desde vida consagrada nos ofrecen una experiencia sobre la oración contemplativa:

Me han pedido que comparta con vosotros una experiencia de oración contemplativa. No siempre es fácil poner por escrito lo que se vive por dentro; no obstante, lo voy a intentar. Empezaré diciendo que este tipo de oración forma parte esencial de mi vida como persona consagrada. La oración de contemplación es ese espacio íntimo y sagrado donde me encuentro con Dios de manera profunda y transformadora. Es un tiempo donde me dejo moldear por su amor y presencia, y donde descubro el sentido pleno de mi vocación.

Cada mañana, cuando me despierto, siento una inmensa gratitud por el don de un nuevo día. Me dirijo a ese rincón especial de mi hogar consagrado, donde sé que Jesús me espera con un amor infinito. Al ponerme en su presencia, empiezo a percibir una paz que sólo Él puede dar (cf. Juan 14, 27). En ese momento, la oración se convierte en un diálogo silencioso y profundo, donde más que hablar, escucho.

En la oración contemplativa, no se trata tanto de recitar palabras, sino de estar presente, de abrir el corazón y el alma al encuentro con Dios. Me siento envuelta por su amor, un amor que llena cada rincón de mi ser. Como dice el Salmo 139, «Tú me sondeas y me conoces; sabes cuándo me siento o me levanto, desde lejos conoces mis pensamientos». Estas palabras resuenan en mi interior y me recuerdan que estoy siempre en su presencia, que Él conoce cada detalle de mi vida y me ama profundamente.

En esta oración, me sumerjo en el misterio del amor esponsal con Jesús. Me siento suya, completamente suya, como una esposa que confía plenamente en la bondad y fidelidad de su esposo. Imagino su rostro lleno de ternura y compasión, y siento su mano acariciando mi mejilla, o secando mis lágrimas, depende del momento, y siempre dándome fuerzas. Es un amor tan grande, tan perfecto, que me invita a entregarme completamente a Él.

A través de esta experiencia diaria, me voy dejando modelar por el Señor. Como dice San Pablo, «Me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 20). Estas palabras me recuerdan que no hay mayor alegría que vivir en su amor y por su amor. Cada día, al levantarme, renuevo mi amor y fidelidad con Jesús. Él es el centro de mi vida, y en su amor encuentro mi plenitud.

Al finalizar cada oración, siento mi corazón lleno de alegría y esperanza. Sé que Jesús camina conmigo y que su amor me sostiene en cada paso del camino. Esta experiencia de oración contemplativa no solo me transforma a mí, sino que también me permite ser un instrumento de su paz y amor en el mundo. En cada momento de contemplación, me siento renovada y fortalecida, lista para seguir viviendo mi vocación con alegría y entrega.

Recordando las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, quien nos invita a «encontrar a Dios en todas las cosas», la contemplación me ayuda a ver su mano en cada aspecto de mi vida y a responder con amor y generosidad a su llamada diaria. Esto no solo profundiza mi relación con Jesús, sino que también me inspira a vivir mi vocación con un corazón abierto y disponible, dispuesto a ser moldeado por su amor.

En mi oración contemplativa aprovecho también en tener un momento de intercesión. Pido especialmente por aquellos que no han experimentado aún la profundidad del amor de Dios. Tengo presente también a mi familia, a los sacerdotes que ha puesto en mi camino, a mis hermanas de consagración, a la comunidad parroquial, a los amigos, a los que se han encomendado a mis oraciones. En mi vida consagrada, quiero ser un reflejo de ese amor esponsal, llevando consuelo y esperanza a los demás.