Continuamos con la entrega nº 11: ‘Oración de adoración’. En esta ocasión un miembro del equipo de comunicaión comparte con nosotros qué es la oración de adoración y un miembro del grupo de jóvenes comparte su experiencia.

Entrega nº 11. ¿Qué es la oración de adoración?

La oración de adoración es un momento íntimo y sagrado en el que reconocemos la grandeza de Dios y su presencia amorosa en nuestras vidas. No es simplemente un acto de alabanza, sino una forma profunda de comunión con el Señor, donde nuestras almas se postran ante Él en reverencia y amor. En la adoración, reconocemos que todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de Dios, y respondemos con gratitud y humildad a su infinita bondad. La oración de adoración implica una entrega total del corazón, donde no buscamos obtener algo de Dios, sino simplemente estar con Él, expresando nuestro amor y admiración a través de palabras, pensamientos o incluso en el silencio del corazón.

Tres puntos importantes sobre la oración de adoración:

  1. Reconocimiento de la majestad de Dios: En la oración de adoración, reconocemos a Dios como el creador y soberano del universo. Es un momento para contemplar su grandeza, alabar su santidad y entender que Él es el centro de nuestras vidas. Todo lo que hacemos debe estar orientado hacia Él, como nos recuerda el Salmo 95, 6: “rindamos homenaje bendiciendo al Señor, Creador nuestro”.
  2. Expresión de amor y gratitud: La adoración es un acto de amor puro y sincero hacia Dios, una respuesta espontánea del corazón agradecido. A través de ella, expresamos nuestra gratitud por todas las bendiciones recibidas, reconociendo que cada don proviene de su mano generosa. Este tipo de oración no tiene como fin obtener algo de Dios, sino que busca simplemente estar en su presencia, disfrutando de su amor y expresando nuestra devoción. Como expresa el Salmo 103, 1: “Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser, a su santo Nombre”.
  3. Transformación interior y vínculo con la fe: La oración de adoración transforma nuestros corazones y cambia nuestra percepción de Dios. Nos vincula profundamente con nuestra fe y nos ayuda a cultivar una relación más cercana con Dios, fortaleciendo nuestro espíritu y renovando nuestra esperanza en su amor eterno. Al pasar tiempo en adoración, somos moldeados por la presencia divina, creciendo en santidad y en el deseo de vivir conforme a la voluntad de Dios. Esta transformación interior nos convierte en reflejos más fieles de su amor en el mundo, tal como señala san Pablo en Romanos 12, 1: “Ahora, hermanos, por la misericordia de Dios, os exhorto a ofreceros como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: sea ése vuestro culto espiritual”.

La oración de adoración es una práctica esencial en nuestra vida espiritual. Nos acerca a Dios, nos llena de su amor y nos transforma en mejores discípulos de Cristo. Al adorar, recordamos que nuestra vida es un don de Dios y que nuestra misión es vivir en comunión con Él, respondiendo a su amor con todo nuestro corazón, mente y alma. Es un momento de entrega total y desinteresada, donde simplemente buscamos estar con Dios, adorándole por quien es, y no por lo que nos puede dar.

Desde el grupo de jóvenes nos ofrecen una experiencia sobre la oración de adoración:

Cada vez que voy a la exposición del Santísimo, siento que es un encuentro único y personal con el Señor. Es un momento especial en el que puedo dejar atrás todo lo que me agobia y simplemente estar en su presencia. Al estar en su presencia, siempre intento hacer silencio interior, dejar fuera las preocupaciones, el ruido del día a día, y centrarme únicamente en Él. Es como si el tiempo se detuviera y todo lo que importa es ese instante.

Al principio, puede ser difícil desconectar del mundo y conectar con Dios. Mi mente se llena de pensamientos, de cosas pendientes, pero me esfuerzo por apartar todo eso y concentrarme. Me siento frente a Él y me imagino que estoy hablando con un amigo, alguien que siempre está ahí, dispuesto a escucharme sin juzgarme. Es un diálogo sincero, sin filtros, donde puedo ser yo mismo.

No hay dos momentos iguales en la Adoración. A veces, solo siento su presencia de una manera suave, como un susurro que me llena de paz. Otras veces, necesito contarle mis tristezas, mis miedos, o incluso mis enfados. Hay días en los que la alegría me desborda y simplemente le doy las gracias por todo lo bueno en mi vida. También hay ocasiones en las que llevo conmigo las preocupaciones por alguien cercano y le pido que lo cuide.

Una de las cosas que más valoro de estos momentos es la claridad que recibo. Muchas veces, cuando llego con el corazón pesado, salgo con una nueva perspectiva, con fuerzas renovadas y con las claves para afrontar lo que me está tocando vivir. Es como si en su presencia, las cosas se ordenaran, y pudiera ver con más claridad lo que debo hacer.

Con el tiempo, he aprendido que la práctica es fundamental. Cuanto más me acerco a la adoración, más fácil me resulta dejarme llevar por ese diálogo con el Señor. Y llega un punto en el que la paz que siento en su compañía es tan grande, que no quiero irme, que me quedaría ahí, simplemente en su presencia.

Para mí, lo más importante es poder hablarle de tú a tú, sin barreras. Es poner mi vida en sus manos, con todo lo que soy y todo lo que tengo, y sentir que en sus manos todo cobra sentido. En esos momentos, sé que no estoy solo, que Él está conmigo, y eso me da una serenidad que no encuentro en ningún otro lugar.

 

Nota: Todas las entregas las podrás ir encontrando en el siguiente enlace: Año de la oración