Continuamos con la entrega nº 7: ‘¿Qué es la oración meditativa?’. En esta ocasión un miembro del grupo de comunicación nos contará qué es meditar, y a continuación un miembro del grupo ‘Amigos en la fe’ compartirá  su experiencia.

Entrega nº 7. ¿Qué es la oración meditativa?

Hoy día están muy de moda los grupos de meditación, tanto religiosos como laicos. La palabra meditación proviene del latín medeor que tiene que ver con curar, o tomar medidas apropiadas ante una dificultad. Ya la palabra nos indica que la meditación es terapéutica, sanadora. La meditación ha sido practicada por siglos en todas las religiones, y en la nuestra es lo fundamental de la vida contemplativa.

La meditación conlleva tiempo, tranquilidad y silencio. Desde el punto de vista cristiano la meditación básicamente está en el recogimiento interior, reflexionar la vida de Jesús de Nazareth. Implica por supuesto aplicarla a la vida y dejar que nos transforme.

Lo terapéutico además del silencio y recogimiento, es la transformación espiritual que va sucediendo “sin que el sembrador sepa cómo” (Mc 4,26-41). Esta es la diferencia con las actuales escuelas laicas de meditación, las cuales buscando algo bueno, ponen su énfasis en la práctica en sí, en su esfuerzo, en el método. Sin embargo a nivel cristiano sabemos muy bien que es Cristo quien obra en el orante, en quien medita.

Hay muchos métodos que nos facilitan  meditar, los métodos son sólo una guía no son el fin. Una forma simple es tomar un texto del Evangelio: un milagro, una sanación, las palabras de Jesús, asistir con Jesús a los lugares de encuentro con Zaqueo, la Samaritana, el joven rico, Jesús en  la barca, etc, y meternos en la escena, mirar, reflexionar, estar atentos a colaborar con Jesús. Luego, será muy importante acallar nuestra mente, en silencio, sin pronunciar nada, ayudados por la respiración, y así dejar entrar ese momento de Revelación para que transforme nuestras vidas.

Desde el Grupo Amigos en la fe nos ofrecen una experiencia sobre la oración meditativa:

Una de las acepciones que tiene el verbo meditar en nuestra lengua es la de “Reflexionar interiormente sobre un tema religioso, espiritual o moral”. Siendo otra la de “Pensar atenta y detenidamente sobre algo”. En la experiencia de orar meditando que voy a compartir con vosotros, el componente reflexivo tiene un papel importante.

Pero empecemos por la práctica. Habitualmente, en estos últimos años, al levantarme dedico una media hora a abrirme interiormente a la realidad de Dios. Fijo el tiempo en el temporizador del móvil para despreocuparme del reloj. Me siento en mi rincón, de cara a una ventana, desde la que veo la hierba y algún que otro pájaro cruzar el cielo o posarse en alguna rama. Pongo ante mí la imagen del Icono de la Trinidad de Rublev (con alguna pequeña diferencia es la que tenemos en nuestra iglesia de la Santísima Trinidad) y comienzo a leer espaciadamente y sin prisas una oración que fui componiendo a la vera del Padre Nuestro y las ideas fuerza en mi vida y son coherentes con el Evangelio. Es ésta:

“Padre. Origen y fundamento de todo lo existente. Exquisitamente respetuoso con tu obra. Dotas a toda criatura de los grados de libertad que pueden alcanzar. Por el misterio de la Encarnación podemos llamarte Padre sin que sea una quimera, y por la acción de tu Santo Espíritu sentirnos hermanados con toda criatura. En este instante nos dirigimos a ti, papá, señor del tiempo -para tí siempre presente- con nuestro hermano Jesús y él contigo. Quiero y queremos estar en este momento reconociéndote en tu eternidad y  trascendencia absoluta.
Estamos acurrucados en la pequeñez de nuestra intimidad sabiendo  que nos quieres. Nos llamas a participar en la única realidad para nosotros consistente y definitiva: reconocerte, amarte y cumplir tu voluntad.
Te pedimos participar en vuestro amor -Santísima Trinidad incomprensible y vivificante-, amásanos y moldéanos.
Espíritu Santo disuelve nuestras opacidades y haznos transparentes a ti.
Fuérzanos a cumplir tu voluntad  sobre cualquier otra solicitud.
Incentiva nuestra consciencia, que esté siempre alerta para escucharte en el hermano pequeño y en el grande y nos mueva a actuar.
Que en nuestra acción tratemos de ser coherentes con tu obra y el estilo de tu Hijo, mostrados en su silencio, palabra y obra.
Danos hoy el pan de cada día.
Utiliza mis manos y mis recursos para que todos los seres humanos tengan el sustento necesario.
Perdona mis ofensas si yo perdono a quien me ofende.
Nuestras cualidades muevan al amor y la concordia.
No permitas que entremos en tentación. Cambia nuestra mirada de las cosas y acontecimientos y acompásala a la de tu Hijo.
Envíanos tu Espíritu y líbranos del Mal.
Amén.”

La mayoría de los días no me da tiempo a terminarla, porque lo que trato de hacer en este momento inicial del día es propiciar un encuentro. Pido al Padre que por favor me envíe su Espíritu, el mismo Espíritu de Jesús, nuestro hermano, para que -Él sabrá cómo- mis pensamientos y palabras estén en sintonía con Su plan. Y le lleguen.

El icono de la Trinidad suele retener mi imaginación. Me imagino sentado a los pies del banco. Les miro y dejo que resuene cada frase de la oración. Y el tiempo vuela.

Y en este ambiente, cada mañana estreno día de forma distinta cada vez, pero siempre sabiendo que estoy acompañado y querido, como todos los hombres y mujeres, aunque no se enteren.

Os decía que la reflexión tiene un papel importante: He llegado a esto después de la inmensa suerte de sentir que Dios me quiere (como a todos, pero yo lo he percibido) vivir, errar y buscar. Trato de ser coherente con lo que veo. El Dios creador de todo es el mismo Dios de Jesús. Intento fiarme de Jesús y de lo que la Iglesia nos transmite, principalmente en el Nuevo Testamento.

La oración, ese “tratar de amistad con Dios”, quiero hacerla en el campo de Dios, no en el mío. Con esto me refiero a que intento no acercarme a Dios desde mis preocupaciones, mis culpas y anhelos, sino, sin fijarme mucho en lo que creo ser y necesito, dejo que resuenen en mí las maravillas de Dios con sus criaturas.

Puesto a imaginar, en el maravilloso jardín del Padre, me asemejo a mí mismo como un tomillo. Me siento como un conjunto de microorganismos consciente y doy gracias al Padre en nombre de todos los seres que por ser inconscientes no pueden hacerlo.

Se me suelen presentar los conflictos interiores que tengo en ese tiempo con personas y responsabilidades. Y para eso pido al Padre que me mande su Espíritu Santo, para que yo pueda ver con la luz con la que ve Dios la realidad, y mis palabras sean de hijo.

 

Nota: Todas las entregas las podrás ir encontrando en el siguiente enlace: Año de la oración