En ocasiones pensamos en la Iglesia como un lugar al que acudir los domingos, un espacio de oración y encuentro con Dios al que entramos con respeto y silencio, y, sin embargo, aunque es todo eso, la Iglesia no es solo un edificio, ni un horario, ni un rito, sino que la Iglesia es familia, es comunidad, es presencia viva de Cristo que camina con nosotros y que nos llama a ser testigos de su amor en medio del mundo.
No podemos quedarnos quietos, no podemos quedarnos dentro: somos enviados, tenemos que ‘salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio’ (Evangelii Gaudium, 20) Y como toda familia, no se queda esperando, sino que sale al encuentro, busca, llama a la puerta con ternura, porque sabe que el amor de Dios no se impone, sino que se ofrece con la suavidad de quien ama de verdad.
Este año, en nuestra parroquia queremos dar un paso más en ese salir al encuentro. Queremos acercar el amor, la ternura y la compasión de Dios a los hogares, a las familias, a cada persona que lo desee. Con motivo del Año Jubilar «Peregrinos de la Esperanza», hemos organizado la Misión Parroquial, una visita especial en la que queremos compartir un tiempo de gracia en cada hogar que nos abra sus puertas. Porque Dios se hace presente en lo cotidiano, en la mesa de nuestra casa, en la conversación sencilla, en el silencio compartido, en la oración que nos une.
UNA VISITA QUE TRANSFORMA
Esta visita es un encuentro con Dios. Cuando permitimos que su Palabra entre en nuestra casa, cuando nos reunimos para orar juntos, cuando escuchamos lo que Él quiere decirnos, algo cambia. A veces sentimos que nos falta paz, que nos cuesta encontrar sentido, que la vida nos sobrepasa. Pero cuando dejamos que el Señor entre, todo cobra una luz distinta. Nos sentimos acompañados, comprendidos, fortalecidos. Nos damos cuenta de que no estamos solos, que hay un amor incondicional que nos abraza y que nos sostiene.
Y no solo es un encuentro personal, sino también comunitario. La fe crece cuando se comparte, y juntos nos sostenemos en la esperanza. Como nos dice el Señor: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». (Mateo 18, 20). Por eso, esta misión no es solo para quienes reciben la visita, sino para toda la parroquia, llamada a caminar junta y a abrir caminos de encuentro con Cristo en los demás.
La misión es para todos. No importa cuánto tiempo hace que no pisamos la parroquia, ni si tenemos dudas, ni si nuestra fe es frágil. Dios no busca perfección, busca corazones abiertos. Solo hace falta un «sí», una disposición a recibir su visita, a permitirnos la experiencia de compartir la fe con quienes queremos. Podemos invitar a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros vecinos. Juntos leeremos la Palabra, compartiremos lo que nos dice, oraremos por nuestras necesidades y un sacerdote bendecirá nuestro hogar. Porque Dios es una presencia real que transforma nuestra vida cuando le damos espacio.
UN JUBILEO QUE SE HACE VIDA
El Año Jubilar nos llama a ser «Peregrinos de la Esperanza», un caminar con la certeza de que Dios nos acompaña. Su amor es real, su presencia es concreta, su bendición ilumina nuestra vida y fortalece nuestras relaciones. La misión parroquial es una oportunidad para dejar que esa esperanza toque nuestro hogar y para redescubrir la alegría de sentirnos parte de una comunidad de fe.
Un instante de oración, una palabra de consuelo, un gesto de fe compartido tienen el poder de encender una llama que ilumina a todos los demás. A veces, una simple visita recuerda que Dios sigue actuando, que su amor sigue vivo, que su gracia sigue obrando en nuestra historia.
Si sientes que este es tu momento, si deseas abrir tu casa a la visita del Señor, puedes apuntarte en la sacristía, en el despacho parroquial o al salir de misa. Nos pondremos en contacto contigo para agendar día y hora.
Que el Espíritu Santo nos impulse en esta misión, nos conceda corazones ardientes y generosos, y nos ayude a vivir con alegría este tiempo de gracia. Que la Virgen María, estrella de la evangelización, nos acompañe en cada encuentro, y que nuestra parroquia se llena de la luz de Cristo.
¿Nos atrevemos a abrirle la puerta?
P. Luis Murillo Madrigal