Me han invitado desde vuestra parroquia a dar un testimonio sobre lo que puede suponer peregrinar a Fátima.
Todos los años miles de grupos parroquiales van en peregrinación al Santuario para rezar a la Virgen, presentan sus necesidades y piden su intercesión.
Fátima es un santuario donde se vive de forma especial la conversión. Es lugar donde se curan muchas heridas, personales y comunitarias. El santuario ofrece a los grupos, las misas en la capelina, en la basílica, el sacramento de la penitencia, las procesiones mariales de las antorchas con el rezo del santo rosario.
El rezo del rosario es un punto fuerte en el que se presentan todas las necesidades de los hijos que acuden allí. También, mucha gente va de rodillas para cumplir alguna promesa hecha a la Madre, y que ella ha escuchado e intercedido ante el Hijo. El peregrinar juntos hace posible que la parroquia adquiera sentido de acogida y acompañamiento de sus miembros, como una madre quiere a los suyos. ¡Ah! Nunca se olvida a los que no han podido asistir, por ellos se pide de una manera especial. Los peregrinos llevamos muchas intenciones para pedir a la Virgen de Fátima.
Para mí, como sacerdote, cada vez que voy en peregrinación a un santuario mariano, renuevo mi sacerdocio con la gente. Fátima es para mí un lugar especial, es lugar de encuentro con el Dios de la misericordia.
He ido muchas veces a visitar a la Virgen de Fátima, en peregrinación, de ejercicios, excursiones de día… siempre es diferente. Hay algo muy sacerdotal en dos gestos: uno es mirar a la madre que cuida a sus hijos y el otro es el don de la eucaristía. Miradas, gestos, la devoción de la gente nos lleva a la raíz del evangelio, “mientras permanezcamos unidos al tronco de la vid todo está bien” y María de Fátima lo sabe.