Cada año, al llegar estas fechas, la parroquia se transforma en hogar de fiesta, en tierra sagrada que se abre para acoger a su patrón, Santiago Apóstol, testigo de fuego y caminante del Evangelio. Celebramos una presencia viva que sigue animando nuestra fe, que sigue empujándonos a caminar con hondura, con coraje, con esperanza.

Así el pasado 22 de julio, al despuntar la tarde, los rostros se reunían en torno a la imagen del Apóstol en su ermita. Allí empezó el primer paso visible de este encuentro: el traslado de Santiago hasta nuestro templo parroquial. Una procesión que no solo trasladaba la imagen, sino que encendía corazones, unía generaciones y recordaba a todo el pueblo que hay caminos que andar juntos, con gratitud, con memoria. Con cantos y oraciones, su imagen recorría nuestras calles, y su caminar sencillo, apoyado en la devoción de nuestro pueblo, transmitía la fuerza de la imagen de un pueblo que se reconoce en él una raíz firme: una señal que orienta. Un compañero que anima.

Durante los días siguientes, del 22 al 24, el templo se llenaba de encuentro silencioso y palabra compartida. Tres jornadas de triduo como si fueran tres etapas del alma. Donde fuimos invitados a mirar hacia dentro. A escuchar la voz de Dios que sigue llamado como un susurro firme. El primer día, de la mano de D. Luis Murillo, nos acercábamos a contemplar la fe que nace del encuentro. El segundo, con D. Óscar Tineo, abríamos nuestro corazón a la llamada del seguimiento. Y el tercero, con D. Apolinar del Corral, reconocíamos en Santiago a aquel que se deja decretar para anunciar con la vida. En cada celebración, la Cofradía de Santiago ofrecía su gesto: presencia. Fidelidad discreta. Oferta humilde de servicio que sostiene y embellece la vida parroquial.

El día 25, solemnidad del Apóstol, nos reunimos en comunidad para dar gracias. La Eucaristía la presidió Mons. D. Vicente Martín Muñoz, obispo auxiliar de Madrid, siendo concelebrada por varios sacerdotes. Todo en esa celebración respiraba unidad: la preparación cuidada por el equipo de liturgia. La participación compartida con los diferentes grupos parrroquiales… Los cantos de corazón del coro… Los símbolos que hablaban al alma. Fue una misa para recordar no por su grandiosidad externa, sino por su hondura compartida: por la certeza de sabernos parte de algo más grande, de algo mayor, de altar que permanece. Antes de la bendición final, las cofradías, casas regionales y peñas se acercaban al santo para ofrecerle el tradicional presente como signo de acción de gracias. En cada ofrenda se entrelazaba la devoción y la identidad, la historia de cada grupo y el deseo de que la fe sea signo que une, que dignifica, que enriquece.

Después, la procesión recorría algunas calles del municipio, llevando la imagen del Apóstol entre aplausos, oraciones, emociones contenidas…. Y finalmente llegaba el momento de la acogida: con el mismo mimo con que todo empezó, el Apóstol era recogido en su ermita.

Hoy, desde el silencio que sigue a la fiesta, reconocemos que Santiago no solo ha sido celebrado, ha sido acogido, ha caminado con nosotros, ha estado entre su gente. Y nosotros, una vez más, hemos sido sostenidos por su intercesión, alentados por su ejemplo.

Que la fiesta no se quede en los días que ya pasaron, que siga latiendo en nuestras decisiones, en nuestras palabras, en nuestro mirar y vivir la fe. Porque cuando un pueblo celebra con verdad, no clausura una fiesta, enciende una promesa. Cristo nos envía. Santiago nos guía. El camino sigue.

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