Nuestro párroco D. José María comparte unas notas sobre la cremación y dónde depositar las cenizas:

  • Las cenizas de los fieles deben ser enterradas en un cementerio.
  • La conservación de las cenizas de los fieles difuntos no puede hacerse en casa.
  • Los restos cremados de los fieles deben permanecer juntos y no pueden ser divididos entre los miembros de la familia ni esparcirse en la naturaleza.
  • No está permitido que las cenizas de los fieles se conserven en objetos de recuerdo, en piezas de joyería o en cualquier otro objeto.

La muerte es, por supuesto, un momento de tristeza, porque lloramos la pérdida terrenal de nuestros seres queridos. Sin embargo, como un pueblo de fe, también sabemos que la muerte es un tiempo de alegría, ya que no podemos estar totalmente reunidos con Dios hasta que terminemos nuestro paso por este mundo. Nuestra fe nos enseña que en la muerte, la vida cambia, no se termina. Los ritos funerarios de la Iglesia refuerzan el mensaje del amor de Dios por nosotros, un amor que vence a todas las cosas destruyendo incluso a la muerte misma.

Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo. La Iglesia recomienda de manera insistente que los cuerpos de los fallecidos sean enterrados en cementerios o en otros lugares sagrados. Al enterrar los cuerpos de los fieles, la Iglesia confirma su fe en la resurrección del cuerpo, y tiene la intención de mostrar la gran dignidad del cuerpo humano como una parte integral de la persona cuyo cuerpo forma parte de su identidad. El entierro en un cementerio corresponde adecuadamente a la piedad y el respeto debido a los fieles difuntos, cuyo cuerpo, a través del sacramento del bautismo, se convirtió en templo del Espíritu Santo. El entierro de los muertos es tan importante para la Iglesia, que es una de las Siete Obras de Misericordia Corporales. Las iglesias y santuarios cristianos más antiguos fueron construidos sobre las tumbas de los santos y mártires. Es esta reverencia por el entierro de los muertos cristianos la que nos obliga a examinar la forma en que tratamos a los restos incinerados de nuestros seres queridos en la actualidad. Las cenizas de los fieles deben ser enterradas en un lugar sagrado, es decir, en un cementerio o, en ciertos casos, en columbarios en la Iglesia.  El libro del Eclesiastés nos enseña que hay un tiempo y un lugar para todo. Al honrar a nuestros seres queridos fallecidos, no sólo recordamos la forma especial en que han tocado nuestro corazón sino, más importante aún, recordamos la manera en que Dios fue capaz de tocar sus corazones. No es suficiente recordar el bien que nuestros seres queridos han hecho, también hay que confiar su cuerpo y alma a la bondad misericordiosa de Dios. Las exequias cristianas nos recuerda que, si bien es posible que no seamos perfectos, somos perfectamente amados por Dios, que es todo bondad y todo amor. El entierro en un cementerio asegura las oraciones de los demás hasta ese día cuando estemos juntos de nuevo en el Reino de Dios. No podemos confiar en nosotros mismos; necesitamos la comunión de los santos y la comunión de los fieles, para llevarnos a la presencia de Dios. Si usted tiene restos cremados en el hogar, por favor no dude en depositarlos en el cementerio.

También es frecuente dividir los restos cremados; esto puede tener un beneficio a corto plazo para los dolientes, pero no es coherente con nuestra fe. Creemos que el cuerpo es un don de Dios, un templo donde habita el Espíritu Santo. Para ser coherente con esta creencia, el cuerpo debe ser tratado con la dignidad y el respeto que sólo puede venir con el entierro apropiado. Tampoco está permitido para los cristianos que las cenizas de los fieles se conserven en objetos de recuerdo en piezas de joyería.

“BIEN SE YO QUE MI DEFENSOR VIVE,

Y EN MI PROPIA CARNE VERE A DIOS;

MI CORAZON DESFALLECE ESPERANDOLO”

(Job 19, 25-26)