“Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Hay tardes en las que el corazón de una comunidad se ensancha sin hacer ruido, casi como si el Espíritu encontrara un resquicio para soplar con suavidad. Así fue el encuentro que el Grupo de Renovación Carismática vivió este 26 de noviembre, una cita sencilla en apariencia, pero llena de esa hondura que solo nace cuando la Palabra se abre paso entre nosotros.
Tuvimos la alegría de contar con el P. Luis, que se acercó a regalarnos un tiempo de formación sobre un tema tan esencial como frágil: la escucha del Señor. No vino con discursos elaborados, sino con la verdad de quien cree que Dios habla en lo pequeño, y que basta disponerse para dejarle espacio. Y quizá por eso la enseñanza fue tan fecunda: porque brotó desde la experiencia y no desde la teoría.
La reflexión partió del relato de la llamada de Samuel (1 Sam 3,1-10), un texto que, leído despacio, nos devuelve a nuestra propia historia de fe. Samuel escucha, pero se confunde; oye su nombre, pero va al lugar equivocado; responde con buena intención, pero sin claridad. Y, sin embargo, Dios insiste, como si conociera nuestra tendencia a perdernos entre voces interiores que se mezclan con la suya.
El padre Luis nos invitó a reconocer esa dificultad con honestidad: no siempre sabemos diferenciar la voz de Dios de nuestras preocupaciones, deseos o miedos. Y ahí apareció una verdad luminosa: la escucha no es solo un acto del oído, es un movimiento interior que pide silencio, paz, humildad y disponibilidad. “La escucha del Señor será proporcional al ruido que llevemos dentro”, nos dijo, y la frase cayó como una revelación sencilla y verdadera.
A lo largo del encuentro fueron apareciendo imágenes que nos ayudaron a comprender lo que ocurre dentro de nosotros: el ruido interior que distorsiona; la obsesión que bloquea; la tendencia a oír solo lo que confirma lo que ya pensamos; la necesidad de acallar la mente para poder dejar que la Palabra nos interprete la vida, como hizo Jesús con los discípulos de Emaús.
Los apuntes de uno de los hermanos recogieron esa intuición con especial claridad: aprender a callar la mente para escuchar con el corazón, reconocer la voz que trae paz profunda, incluso cuando remueve por fuera, y dejar que la Palabra ilumine lo que estamos viviendo, con sus desiertos, búsquedas y esperanzas.
Y, como broche, el P. Luis nos regaló la imagen de san Juan de la Cruz: Dios como una fuente, y cada uno recogiendo según el vaso que lleva. Un vaso lleno de temores o de orgullo apenas deja entrar agua. Un vaso abierto se llena sin esfuerzo.
Agradecemos al P. Luis su cercanía, su tiempo y la forma tan sencilla con la que nos ayudó a volver a lo esencial. Y deseamos que quien lea estas líneas pueda encontrar también un instante para escucharse por dentro y descubrir, quizá en un susurro, que Dios sigue llamando como llamó a Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
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