La procesión del Corpus Christi es uno de esos momentos del año que nos llenan de un profundo sentido de comunidad y fe. La preparación comienza mucho antes de la misa, en el silencio reverente de la sacristía. Allí, nuestro párroco, con una dedicación y calma inigualables, revisa los detalles finales. Nuestra sacristana, con su trabajo constante y discreto, se encarga de preparar todo lo necesario tanto para la misa como para la procesión. Con manos expertas y una atención meticulosa, organiza los ornamentos litúrgicos: el cáliz, las velas, los manteles del altar, y también todo lo necesario para el recorrido procesional.
El palio, ese dosel que cobijará al sacerdote mientras porta la custodia (en esta ocasión llevada por el P. Luis y el P. Alejandro), se despliega con especial cuidado por el Grupo de Catequesis de Adultos. Su presencia simboliza la solemnidad y la reverencia hacia el Santísimo Sacramento. Cada elemento, cada detalle, es tratado con el respeto y la devoción que merece.
La misa del Corpus Christi es un momento de especial belleza. El coro, con sus voces, eleva nuestros espíritus, ayudándonos a conectar con Dios. Los niños que han hecho la primera comunión asisten con sus trajes blancos, llenos de una pureza y alegría que renueva nuestra fe. Las autoridades locales también están presentes, mostrando que la fe es un pilar importante en nuestra comunidad. Y, por supuesto, los feligreses, cada uno con su devoción particular, formando un solo cuerpo en Cristo.
Tras la misa, comienza la procesión. Nuestro párroco, bajo el palio, lleva la custodia con el Santísimo Sacramento. La procesión avanza lentamente, acompañada por los cantos y los himnos entonados por el Grupo de los Carismáticos y por todos los feligreses que acompañamos a Cristo Sacramentado. A lo largo del recorrido, nos detenemos en cinco altares, bellamente decorados con flores, telas y símbolos religiosos, que los grupos Amigos en la fe, Hermandad del Rocío, Vida ascendente, Cáritas y Cofradía de Santiago, han preparado con amor y devoción. Cada altar es una estación de adoración, un momento para reflexionar sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Los detalles de la procesión son importantes: los pétalos de rosa que los niños lanzan al paso del Santísimo, los estandartes y cruces que se portan en alto, los incensarios que llenan el aire con su aroma sagrado. Cada elemento, por pequeño que sea, añade a la solemnidad y la belleza del evento.
Finalmente, al llegar a la Plaza de la Estación, se celebra la bendición final. El párroco eleva la custodia y traza la señal de la cruz, bendiciendo a todos los presentes. Es un momento de profundo silencio y oración, una culminación perfecta de una jornada de fe y comunidad.
La procesión del Corpus Christi nos recuerda la centralidad de la Eucaristía en nuestra vida cristiana. Es un día para renovar nuestro compromiso con la fe, para sentirnos parte de una comunidad que adoramos y celebramos juntos, y para llevar con nosotros la presencia de Cristo en nuestro día a día.
Equipo de liturgia
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