Cuaresma

Cuarta semana de Cuaresma: peregrinos

El paso del alma que busca

Cada uno lleva dentro un deseo de hogar, una sed de plenitud que empuja a levantarse y caminar. Peregrinar es más que moverse, es saberse en camino hacia Alguien que llama. La Cuaresma despierta esa certeza: somos peregrinos. El corazón, cuando escucha, reconoce la voz del Padre que invita a volver. Y algo en lo profundo se pone en marcha.

La parábola del hijo pródigo ilumina este viaje: un hijo se levanta desde su propia herida y emprende el regreso. El padre, al verlo, no espera, sino que corre, se conmueve, abraza. “Todavía estaba lejos, cuando su padre lo vio y se le enternecieron las entrañas” (Lc 15, 20). La ternura se adelanta. La misericordia sale al encuentro. En ese abrazo se revela la meta de todo peregrinaje: el corazón del Padre.

El camino que transforma

Ser peregrino no es tenerlo todo claro. Es avanzar incluso cuando el horizonte se difumina. Es confiar, como Abraham, en la promesa que sostiene el paso. Es dejar que la intemperie ablande las durezas, que el cansancio limpie las falsas seguridades, que el silencio revele lo esencial. Cada etapa enseña. Cada pausa purifica. Cada paso acerca.

“Yo mismo buscaré a mis ovejas y velaré por ellas” (Ez 34, 11). Quien se sabe buscado camina distinto. No con miedo, sino con confianza. No con prisa, sino con hondura. Como recuerda San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. La inquietud no es un obstáculo, es el motor. El corazón que peregrina se deja tocar, abrir, transformar. Se convierte en tierra fecunda, en fuego que no se apaga, en espera que no desespera.

Una Iglesia que acompaña el paso

En este tiempo, también la Iglesia se descubre peregrina. Camina con la humanidad, acompaña sus búsquedas, acoge sus regresos. No marca distancias, acorta caminos. No mide méritos, abraza historias. La comunidad cristiana, cuando vive desde el Evangelio, se convierte en albergue para los cansados, en fuente para los sedientos, en mesa para los que regresan.

El hijo mayor de la parábola no comprende esta lógica del amor. Reclama, calcula, compara. El padre, en cambio, recuerda la razón de la fiesta: “Era necesario celebrar y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 32). Esa es la vocación más honda de la Iglesia: hacer fiesta por cada regreso, ensanchar la casa, abrir el corazón.

Esta semana, el Evangelio nos invita a ser peregrinos. A ponernos en camino. A caminar ligeros, con lo justo, con lo verdadero. A avanzar con la certeza de que el amor espera. A reconocer que cada paso, aunque incierto, lleva consigo una promesa. Que cada peregrino guarda en su interior la nostalgia de un abrazo. Y que al final del camino, ese abrazo está siempre encendido.

 

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Tercera semana de Cuaresma: La gratuidad del perdón

El perdón que nace del amor libera, transforma y devuelve al alma su espacio sagrado.

Perdonar es abrir una puerta que parecía cerrada para siempre, es mirar con otros ojos lo que dolió y abrazar lo que aún puede nacer, es elegir amar desde la hondura, desde esa raíz donde brota la entrega desinteresada, libre de cálculos y abierta al don. El corazón que perdona se ensancha, el alma que ofrece perdón recupera su libertad y la relación, cuando acoge esa gracia, encuentra un nuevo comienzo.

Quien perdona, elige confiar en lo que aún vale, se trata de apostar por la vida en medio de las ruinas, de volver a cuidar lo que parecía marchito, de sostener lo que aún puede florecer. El perdón gratuito se da porque sí, porque el vínculo importa, porque el otro importa, porque el amor, cuando es verdadero, tiene la fuerza de empezar de nuevo.

La paciencia del amor sostiene más allá del cansancio y espera más allá del juicio.

El Evangelio nos habla de una higuera que ocupa espacio sin dar fruto, una historia que muchos habrían dado por cerrada; sin embargo, hay alguien que cree que ese árbol aún puede dar vida, y lo dice con humildad: déjala todavía, voy a cuidarla, a abonarla, a regarla, se trata de darle otra oportunidad. El amor de Dios se parece a esa voz que siempre permanece, que sostiene con ternura, que espera con paciencia, que abraza incluso el silencio y sigue latiendo en lo que aún está por florecer.

La misericordia acompaña en lo oculto, permanece incluso cuando el fruto aún no se ve. “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan” (Sal 86, 5). La paciencia de Dios es inagotable, su compasión perdura, su ternura abraza lo pequeño, lo débil, lo inacabado.

El perdón que se ofrece con esa libertad transforma también la mirada, invita a confiar donde otros habrían cerrado puertas, invita a creer que cada persona es más que su error, más que su pasado, más que su límite; invita a reconocer que la historia se abre al futuro cuando el amor decide quedarse.

El alma que se sabe perdonada aprende a amar sin miedo.

Hay gestos que restauran sin hacer ruido, hay miradas que curan sin explicar, hay silencios que sostienen más que mil palabras. Quien ha sido acogido en su fragilidad descubre una forma nueva de vivir, solo quiere caminar desde la verdad, con sencillez, con paz.

El perdón recibido se convierte en fuente, desde ahí, brota una forma distinta de estar en el mundo, una forma que escucha, que comprende, que acompaña, una forma que no controla ni etiqueta; solo mira con compasión, solo se entrega, siembra en solitario.

“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 36). Esa compasión nace de la experiencia de haber sido mirado con amor, nace del recuerdo de quien te levantó cuando te sentías vacío, nace de esa certeza que se graba en el alma y que dice: eres valioso, incluso en medio de tu miseria, eres digno de amor, incluso cuando no lo crees.

Que esta semana se convierta en oportunidad para regalar lo que tantas veces recibimos sin pedirlo.

Que podamos ofrecer ese perdón que libera, que repara, que da sentido, que brote en nosotros el gesto que devuelve esperanza, que nuestras palabras, incluso las más sencillas, lleven dentro la semilla de una vida nueva, que nuestra forma de mirar, de actuar, de permanecer, sea reflejo de ese Dios que siempre elige restaurar en lugar de rechazar, que el perdón que demos, como el que acojamos, se convierta en tierra buena donde la Pascua ya empieza a florecer.

 

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Retiro parroquial Cuaresma

Retiro parroquial de cuaresma, el sábado 29 de marzo. Lugar: Teresianas Los Negrales (c/San Pedro Poveda 2) horario: 10:00 – 19:00. Impartido por el párroco Luis Murillo. Interesados anotarse en la sacristía.

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Segunda semana de Cuaresma: Dejarse amar

Dejarse amar: La luz que transforma

Nos cuesta dejarnos amar. Decimos que buscamos a Dios, que anhelamos su luz, pero muchas veces solo queremos el consuelo sin el camino, la certeza sin el proceso, la alegría sin la entrega. Nos gustaría quedarnos en lo extraordinario, en lo que se ve y se siente con fuerza, sin pasar por el desgaste de lo diario; y, sin embargo, el amor de Dios no es solo un destello en la cima, es un fuego que nos moldea en la llanura, en los días comunes, en la historia concreta de nuestra vida.

Eso es precisamente lo que vivieron Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor. Sus ojos vieron lo que el corazón apenas podía comprender: la gloria de Jesús resplandeciendo ante ellos. Y quisieron quedarse ahí. Querían prolongar la luz, aferrarse a ese instante donde todo tenía sentido; pero, Jesús no les permitió quedarse. La revelación no era para retenerla, sino para aprender a vivir en ella. Y no les quedó más remedio que bajar, volver a lo cotidiano, aprender a caminar con la certeza de que, aunque la luz no siempre fuera visible, seguía estando en lo profundo.

Dejarse amar es rendirse a la luz

Nos cuesta dejarnos amar porque el amor verdadero no se impone, sino que nos invita, y para aceptar la invitación, hay que confiar. Nos resistimos porque el amor nos expone, nos descubre en nuestra fragilidad, nos enfrenta a nuestras heridas. Aceptar que somos amados sin méritos ni condiciones nos desarma, porque nos hace renunciar a nuestras propias estrategias de control. Queremos demostrar, queremos merecer, queremos corresponder con algo que nos haga sentir dignos, y, sin embargo, Dios no nos ama por lo que hacemos, sino por quienes somos.

Pedro no entendía lo que veía, pero quería retenerlo; a nosotros nos pasa algo parecido, tampoco entendemos del todo el amor de Dios, pero queremos asegurarlo, fijarlo, merecerlo. Nos cuesta creer que no depende de nosotros, que no se gana ni se pierde, que simplemente es. Y por eso nos cuesta tanto dejarnos amar. Preferimos el esfuerzo al abandono, la autosuficiencia a la confianza, la seguridad de lo tangible a la libertad de dejarnos hacer.

Paradójicamente, la luz de Dios no se impone, se recibe. La transfiguración no fue un logro de los discípulos, sino un regalo, no fue el resultado de su fidelidad, sino la manifestación de la fidelidad de Dios. Así es su amor: nos alcanza cuando menos lo esperamos, nos ilumina sin que podamos explicarlo, nos transforma cuando, por fin, dejamos de resistirnos.

Dejarse amar es bajar de la montaña

La tentación de Pedro es la nuestra: quedarnos donde todo es claro, donde el amor no duele, donde no hay dudas ni sombras, más, la invitación de Jesús es distinta; Él nos llama a bajar, a llevar la luz a los valles donde la fe se prueba, donde la esperanza tambalea, donde el amor es más difícil porque no siempre brilla, digamos que nos llama a vivir amados, no solo a sentirnos amados.

La Cuaresma es un camino de transformación. No nos pide que fabriquemos la luz, sino que aprendamos a recibirla. No es tiempo de demostrarle nada a Dios, sino de aprender a dejarnos amar.

Tal vez nos encontramos en un momento en el que nos cuesta creer que su amor es real. Quizás hay heridas que nos hacen dudar, cicatrices que nos han endurecido, miedos que nos impiden abrir el corazón; pero, Dios no se cansa, su amor sigue llegando, sigue llamando, sigue esperando, y no para quedarse en la cima, sino para caminar con nosotros en la vida de cada día.

Dejarnos amar es atrevernos a bajar de la montaña con la certeza de que la luz no se ha ido, sino que ahora brilla dentro. Es confiar en que Dios no solo nos ilumina en los momentos de gloria, sino que nos sostiene en las sombras, nos guía en las noches, nos transforma en cada paso.

Dejarnos amar es, al final, soltar el miedo, confiar en el amor y dejar que Dios haga en nosotros su obra.

 

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Primera semana de Cuaresma: Amar

Amar es elegir vida

Comenzamos este camino de Cuaresma con una certeza: el amor no es solo un sentimiento, es una elección. Amar es un verbo que se conjuga en la vida, en lo concreto, en cada gesto que da luz y sentido a nuestro día. No se trata de emociones pasajeras ni de impulsos que vienen y van, sino de un amor que toma forma en lo que elegimos, en lo que cuidamos, en lo que damos.

Jesús nos muestra que el amor se elige en la libertad, incluso en los momentos de prueba. No es un amor que se impone ni que se mide por recompensas, sino el que brota cuando decidimos confiar, cuando optamos por lo que edificamos, cuando renunciamos a lo que nos aleja de lo esencial. En cada paso de nuestro camino, nos encontramos con esas preguntas que desafían el corazón: ¿dónde pongo mi vida? ¿en qué centro mi confianza?

Amar es una decisión que nos moldea. Hay momentos en los que sentimos la tentación de buscar caminos más fáciles, de acomodarnos, de conformarnos con lo inmediato. Pero el amor nos llama a ir más allá, a elegir lo que da Vida. «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Cuando amamos, no nos quedamos en lo superficial, sino que buscamos lo que nutre de verdad, lo que nos sostiene cuando todo parece frágil.

Amar es elegir lo que da Vida. Es mirar con ojos nuevos lo que nos rodea y descubrir en cada día una oportunidad para sembrar bien, para cuidar, para apostar por lo que permanece. En un mundo que tantas veces nos empuja a la prisa, a la búsqueda de lo inmediato, a la seguridad de lo tangible, el amor nos recuerda que lo más valioso no siempre es lo más visible. Amar es apostar por la fidelidad en lo pequeño, por la coherencia en lo escondido, por la entrega que no busca ser aplaudida, sino que simplemente ama porque sí.

Amar es aprender a soltar

En este tiempo de Cuaresma, estamos llamados a revisar nuestro rumbo, a soltar lo que nos ata y a quedarnos con lo que en verdad sostiene. Amar es aprender a soltar: soltar lo que pesa, lo que distrae, lo que llena las manos pero deja vacío el corazón. Amar es elegir bien nuestras batallas, nuestras palabras, nuestros silencios. Es dar espacio a lo que nos nutre y nos hace crecer.

A veces, nos aferramos a seguridades que creemos imprescindibles. Queremos que todo tenga una respuesta inmediata, que el amor sea siempre correspondido, que nuestros esfuerzos den frutos visibles. Pero el amor auténtico no es posesión ni control, sino entrega confiada. No todo se nos dará de la manera en que esperamos, pero si amamos de verdad, sabremos soltar sin miedo.

Jesús mismo, en su camino, tuvo la oportunidad de elegir otro rumbo, de buscar el reconocimiento, el poder o la seguridad, pero eligió amar. «Al Señor, tu Dios, adorarás y solo a Él darás culto» (Lc 4, 8). Amar es eso: dejar de lado lo que nos aleja de Dios y de los demás, renunciar a lo que nos encierra en nosotros mismos, para abrirnos a lo que realmente nos plenifica.

Soltar no significa perder, significa confiar. Significa comprender que cuando amamos desde la libertad, nada se desperdicia. Todo gesto, toda entrega, todo silencio lleno de amor se convierte en semilla de algo mayor, incluso cuando no lo vemos de inmediato.

Amar es caminar sin miedo

 El amor no nos paraliza, nos lanza a la vida. No porque todo esté claro, sino porque confiamos en que cada paso tiene sentido. Es mirar hacia adelante con esperanza, sin quedarnos atrapados en lo que no fue, en lo que nos hirió, en lo que no entendemos. Amar es seguir adelante, sabiendo que Dios camina con nosotros, sosteniéndonos incluso cuando nos sentimos frágiles.

A veces, nos preguntamos si vale la pena elegir el amor cuando las respuestas no son inmediatas, cuando el camino es incierto. «No tentarás al Señor, tu Dios» (Lc 4, 12). No necesitamos poner a prueba a Dios para saber que está con nosotros. El amor no necesita garantías, porque es en sí mismo la mayor certeza. Amar es confiar, incluso cuando no vemos con claridad el final del camino.

Esta primera semana de Cuaresma nos invita a hacer espacio en el corazón para elegir lo que permanece, para dejarnos transformar por el amor que todo lo renueva. No es un amor abstracto, sino el que se expresa en la mirada que acoge, en la palabra que anima, en el consejo que acompaña sin condenar, en la paciencia que espera, en la fidelidad que no se cansa.

Que en estos días podamos escuchar más profundamente esa voz que nos llama a amar sin reservas. Que cada decisión sea una respuesta a ese amor que primero nos amó. Que esta Cuaresma nos ayude a redescubrir que amar no es perder, sino ganar Vida.

 

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Cuaresma: Camino de amor y esperanza

Comenzamos este nuevo tiempo con un gesto sencillo pero cargado de significado: la ceniza sobre nuestra frente. Nos dice que somos frágiles, sí, pero también profundamente amados por Dios. La Cuaresma es un camino de transformación, una oportunidad para volver al corazón del Evangelio y renovarnos en el Amor.

En este Año Jubilar de la Esperanza, cada semana nos ofrece una nueva pista para caminar con sentido, para descubrir que la Cuaresma no se trata de nosotros y nuestros esfuerzos, sino de Dios, quien nos sostiene y nos espera siempre con los brazos abiertos.

Amar: El desierto como escuela del corazón

Jesús, en el desierto (Lc 4, 1-13), nos enseña que amar es elegir. Las tentaciones no son solo pruebas externas, sino preguntas profundas: ¿en qué confío?, ¿dónde pongo mi vida? Amar a Dios es apostar por lo que dura, es soltar lo que pesa y abrazar la libertad de los hijos. Esta Cuaresma es una invitación a revisar el rumbo, a dejar lo superficial y quedarnos con lo que da Vida.

Dejarse amar: La luz de la Transfiguración

En la montaña, Pedro, Santiago y Juan contemplan la gloria de Jesús (Lc 9, 28b-36), y quieren quedarse ahí, aferrarse a la experiencia; pero, Jesús los llama a bajar, a vivir esa luz en lo cotidiano. Nos cuesta dejarnos amar porque preferimos lo inmediato, lo visible, lo fácil; sin embargo, el amor de Dios nos pide tiempo, nos transforma poco a poco, si nos dejamos hacer.

La grandeza del perdón: Dar otra oportunidad

La parábola de la higuera estéril (Lc 13, 1-9) nos habla de la paciencia de Dios, que no corta ni descarta, sino que espera y cuida. Nosotros solemos ser más rápidos en señalar lo que no funciona, en cansarnos de los demás o incluso de nosotros mismos. Sin embargo, Dios cree en cada uno y nos da siempre otra oportunidad. ¿Podemos hacer lo mismo con los demás?

Peregrinos del amor y la misericordia

El hijo pródigo vuelve a casa, esperando reproches, pero encuentra un abrazo (Lc 15, 1-3.11-32). ¿Somos conscientes de que Dios nos espera así? La Cuaresma es un camino de regreso al Padre, desde la confianza. Como Iglesia, estamos llamados a ser un hogar para todos, un lugar donde cada persona pueda volver y ser recibida con amor.

Sembradores de esperanza

Cuando llevan a la mujer adúltera ante Jesús (Jn 8, 1-11), esperan una condena, sin embargo, encuentran misericordia. La mirada de Dios no destruye, sino que levanta. No hemos sido enviados a señalar, sino a sanar, a sembrar esperanza en un mundo que muchas veces la pierde. ¿Cómo podemos, en esta Cuaresma, convertirnos en signos vivos de la ternura de Dios?

Cómo vivir la Cuaresma en lo cotidiano

  • Oración: Menos ruido, más escucha. Dios nos habla en lo sencillo, en lo pequeño.
  • Ayuno: No solo privarse de alimentos, sino de todo lo que nos aparta del amor: la indiferencia, la prisa, la autosuficiencia.
  • Limosna: Un corazón que se abre no solo para dar cosas, sino para hacerse don: con tiempo, con gestos, con escucha, con ternura.

La Cuaresma es un fuego que purifica, una invitación a reavivar lo que somos y a dejarnos renovar por el Espíritu. No la vivamos como una obligación, sino como una oportunidad para amar mejor, para dejarnos amar sin miedo y para ser testigos de que Dios nunca se cansa de nosotros.

Que cuando llegue la Pascua, nos encuentre con un corazón más grande y unas manos más abiertas.

 

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5ª Semana de Cuaresma: Ser sembradores de esperanza

En la Quinta Semana de Cuaresma, nos sumergimos en la hermosa práctica de ser sembradores de esperanza. Inspirados por la idea de plantar semillas de esperanza, dirigimos nuestra atención hacia acciones y palabras que nutran la esperanza en nuestro interior y en el corazón de aquellos que nos rodean.

Llegamos a la última semana de cuaresma y las tres ideas que nos gustaría desarrollar son:

  • Ser sembradores de esperanza como práctica trasformadora
  • Cultivar la esperanza mediante acciones y relaciones positivas
  • Reflexionar sobre las semillas plantadas en nosotros mismos y en el mundo

Ser sembradores de esperanza implica cultivar la tierra fértil de nuestros corazones, preparados para recibir y compartir las semillas de la esperanza. En un mundo que a menudo se enfrenta a desafíos y adversidades, cada gesto de esperanza se convierte en un faro luminoso que ilumina el camino hacia un futuro más positivo, hacia Dios.

Vivir esta semana como sembradores de esperanza puede significar regar las semillas con actos de aliento, compasión y optimismo. Al nutrir las relaciones con sinceridad y empatía, contribuimos al crecimiento de una comunidad basada en la unidad y el amor. Cada pequeño gesto de esperanza es una semilla que puede florecer en la comunión más profunda con los demás.

En este tiempo especial, también reflexionamos sobre las semillas que plantamos en nosotros mismos. ¿Estamos cultivando la esperanza en nuestros propios corazones? Al mantener una perspectiva positiva y cultivar la confianza en el potencial de cada día, fortalecemos nuestra capacidad para ser sembradores de esperanza en el mundo que nos rodea.

Que esta semana sea un recordatorio constante de que nuestras acciones y palabras tienen el poder de sembrar un cambio positivo. Al ser sembradores de esperanza, contribuimos a la creación de un entorno donde la unidad y el amor florecen. Cada pequeño gesto de esperanza es una semilla que contribuye a la construcción de un mundo más esperanzador y lleno de amor.

En la quinta semana de Cuaresma, nos convertimos en jardineros de la esperanza, plantando semillas que reverberan en cada rincón de nuestra vida y en la vida de aquellos a quienes tocamos con nuestra esperanza y optimismo.

 

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Ser buscadores de luz. Cuaresma

4ª Semana de Cuaresma: Ser buscadores de luz

En la Cuarta Semana de Cuaresma, nos sumergimos en la hermosa práctica de ser buscadores de luz. Enfocamos nuestra búsqueda en la luz de Cristo, permitiendo que ilumine nuestros caminos y nos guíe en tiempos de oscuridad. Esta semana nos recuerda que la luz de Dios es un faro de esperanza que brilla incluso en los momentos más oscuros.

En esta reflexión vamos a intentar desarrollar las siguientes tres ideas que pueden ser iluminadoras para esta semana:

  • Búsqueda de la luz de Cristo como fuente de esperanza
  • La presencia de Dios en cada aspecto de nuestra existencia
  • Vivir como buscadores de luz implica apertura, receptividad y acción

Ser buscadores de luz implica dirigir nuestra mirada a Cristo, para encontrar inspiración y orientación en la esencia misma de la vida. La luz de Dios no solo disipa las sombras, sino que también revela verdades profundas sobre nosotros mismos y el sentido de nuestra existencia.

En estos días, os invitamos a explorar la presencia de Dios en cada rincón de nuestra existencia. La luz de Dios se manifiesta en las pequeñas alegrías, en las relaciones significativas y en la capacidad de superar los desafíos con esperanza y fe. Al reconocer y celebrar estos destellos divinos, fortalecemos nuestra comunión con Él

Vivir esta semana como buscadores de luz implica cultivar una actitud de apertura y receptividad. Nos sumergimos en la oración, permitiendo que su Luz penetre en las áreas más oscuras de nuestro ser. También nos convertimos en portadores de luz al compartir amor, comprensión y esperanza con quienes nos rodean.

Que esta semana sea un recordatorio constante de que, incluso en medio de las dificultades, podemos encontrar la luz de Dios que nos guía y nos sostiene. Al ser buscadores de luz, nutrimos la llama de la fe y abrimos nuestro corazón a la belleza espiritual que se revela en cada instante de la vida.

Que la luz de Cristo ilumine nuestro camino, guiándonos con esperanza y amor en cada paso de nuestra jornada. Así, en la Cuarta Semana de Cuaresma, nos convertimos en testigos de la resplandeciente presencia de Dios que transforma y guía nuestra existencia.

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Via Crucis

VIA CRUCIS
👉Estamos todos invitamos al Via Crucis que tendrá lugar hoy a las 18:15h en el templo parroquial durante la Cuaresma. Esta actividad ha sido preparada por los grupos: Caritas Acogida, COF y Grupo de Fe.
En cada estación, nos sumergiremos en una profunda reflexión, recordando el sacrificio y el amor infinito que nos fue regalado. Será un momento para unirnos en comunidad, fortalecer la fe y renovar nuestros corazones, dispuestos a recibir con gratitud la luz que nos trae la Pascua.
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Charla Cuaresmal

El martes 12 de marzo, a las 19:45h, nos complace anunciar una charla cuaresmal única que será guiada por el P. Luis Murillo. Bajo el sugerente título ‘Aporofobia. Fobia a los pobres y el camino del buen samaritano’, nos reuniremos en los salones parroquiales para explorar juntos el significado profundo de esta realidad.

Esperamos con ilusión contar con vuestra presencia en esta hermosa ocasión de crecimiento y reflexión. ¡No faltéis a esta oportunidad de formación!

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