Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2025-2026, continuando con el proyecto que iniciamos el curso pasado, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: Volver con alma: cuando la rutina se convierte en oportunidad

Volver con alma: cuando la rutina se convierte en oportunidad

Aquí estamos de nuevo, regresando a nuestros horarios, a los despertadores que suenan temprano, a las prisas del desayuno y a esa sensación conocida de que la vida cotidiana nos reclama con sus exigencias habituales. Volvemos con las maletas aún por deshacer y el corazón todavía resonando con los ecos del verano, esos momentos de pausa que nos permitieron respirar hondo y quizás, solo quizás, escuchar con mayor claridad la voz de Dios en el silencio de las vacaciones. Volver con alma significa regresar conscientes de que cada día que comienza es un regalo envuelto en lo ordinario, una nueva oportunidad de encuentro con el Señor que nos espera precisamente ahí, en lo cotidiano.

El abrazo de lo conocido como territorio sagrado

Cuántas veces hemos pensado que Dios habita únicamente en los momentos extraordinarios, en las celebraciones especiales o en esos instantes de oración profunda que vivimos durante los retiros. Sin embargo, la realidad de nuestra fe es mucho más rica y sorprendente: el Señor ha elegido precisamente lo común, lo repetitivo, lo familiar como su morada predilecta entre nosotros. La rutina que abraza nuestros días como una melodía conocida es también el terreno fértil donde el amor divino echa raíces profundas. Jesús mismo nos lo enseñó viviendo treinta años en la sencillez de Nazaret, compartiendo la mesa familiar, trabajando con sus manos, creciendo en el ritmo pausado de los días que se parecen unos a otros. Sus manos tocaron la madera ordinaria antes que los corazones heridos, y en esa cotidianidad aparentemente silenciosa se forjaba ya la salvación del mundo.

La belleza de reconocer a Dios en lo habitual es que transforma radicalmente nuestra mirada sobre lo que consideramos importante. El café de la mañana se convierte en eucaristía doméstica, el abrazo de despedida antes de salir de casa en bendición mutua, y hasta el atasco de tráfico en oportunidad para la paciencia y la oración contemplativa. Como nos recuerda San Pablo: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Corintios 10,31). Esta invitación paulina es revolucionaria porque nos dice que toda acción humana, por pequeña que parezca, puede convertirse en acto de amor y adoración.

La fidelidad como camino de crecimiento auténtico

Regresamos a septiembre con la oportunidad dorada de redescubrir que la fidelidad a lo pequeño y repetitivo es el camino más seguro hacia la santidad verdadera. Los grandes santos que admiramos construyeron su intimidad con Dios precisamente en la constancia de los gestos sencillos: la oración de cada mañana, la sonrisa ofrecida al prójimo difícil, el trabajo bien hecho aunque nadie lo vea, el perdón renovado cada vez que es necesario. La rutina se convierte así en escuela de amor, en gimnasio espiritual donde fortalecemos los músculos del alma para los momentos que realmente importan.

Pensemos en Santa Teresa del Niño Jesús, que encontró su «caminito» de santidad precisamente en la fidelidad amorosa a las tareas más ordinarias del convento, o en San José, el carpintero silencioso que vivió su vocación extraordinaria de padre adoptivo de Jesús en la discreción absoluta de lo cotidiano. Ellos nos enseñan que la grandeza espiritual se mide por la calidad del amor que ponemos en lo aparentemente insignificante, y que cada acto realizado con conciencia de la presencia de Dios se convierte en oración viviente.

La presencia transformadora en cada momento presente

Volvemos, pues, con alma nueva para habitar nuestros días con una conciencia renovada de que cada instante es una invitación personal del Señor a encontrarnos con Él en la realidad concreta de nuestra vida. La espiritualidad auténtica se encarna cuando comprendemos que Dios habita en el aquí y ahora de nuestras circunstancias, esperándonos en la conversación con el compañero de trabajo, en la paciencia con los hijos al hacer los deberes, en la dedicación amorosa al cuidado de nuestros mayores, en la atención plena que ofrecemos a quien necesita ser escuchado.

La rutina bendecida se convierte entonces en liturgia continua, en un «sí» renovado cada mañana al proyecto de amor que Dios tiene para nosotros. Porque al final, hermanos, de eso se trata la vida cristiana: de permitir que el amor divino transfigure lo ordinario hasta convertirlo en extraordinario, de dejar que la gracia habite nuestros gestos habituales hasta que toda nuestra existencia se convierta en alabanza. Volvemos con alma porque hemos comprendido que el verdadero hogar de nuestra fe está precisamente ahí, en la belleza sencilla de cada día que Dios nos regala para amarle y servirle en nuestros hermanos.

Queremos empezar este curso con esa certeza: volver con alma significa dejar que cada jornada sea semilla de eternidad. Que nuestras rutinas se conviertan en oración, que nuestros horarios se transformen en camino de servicio, que todo lo que hagamos tenga sabor a Evangelio. El Señor nos acompaña en lo pequeño, y con Él cada día se convierte en oportunidad de gracia.