Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2025-2026, continuando con el proyecto que iniciamos el curso pasado, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:

¿Y si Dios llegara cuando nadie lo espera?

Hay momentos en los que el corazón se queda quieto, como si algo dentro presintiera una presencia suave que aún no se manifiesta del todo y, sin embargo, ya empieza a cambiar la manera de mirar. Entramos en el Adviento con esta sensación que mezcla deseo y sorpresa, como quienes intuyen que el Señor se aproxima de una forma que desborda cualquier previsión. Caminamos juntos con un anhelo que se despierta casi sin darnos cuenta, un anhelo que recoge días cansados, esperanzas antiguas y preguntas que acompañan la vida entera. Al abrir este tiempo sagrado, percibimos que Dios prepara su llegada en los rincones más discretos de nuestra historia, esos lugares que guardan la verdad sin adornos y que nos enseñan a acoger lo esencial.

La sorpresa que abre la puerta del alma

Hay una palabra de Jesús que siempre me toca cuando la dejo reposar dentro: “Estad preparados, porque a la hora menos pensada viene el Hijo del Hombre” (Mt 24,44). Cuando la escuchamos con calma, algo se aclara por dentro. La vida se vive con más hondura cuando recordamos que el Señor se acerca en los momentos que parecen corrientes, en situaciones que pasan desapercibidas y que, sin embargo, contienen una chispa que ilumina. Esta sorpresa divina despierta una forma nueva de estar en el mundo. Es como si cada amanecer trajera una promesa discreta que invita a caminar con el corazón abierto, dispuesto a reconocer Su paso en aquello que nadie consideraría sagrado a primera vista.

La ternura que nace donde la vida se vuelve pequeña

Cuando contemplamos el Adviento, comprendemos que Dios prefiere el lenguaje de lo pequeño. La fragilidad se convierte en una especie de santuario donde la gracia florece con una belleza que sorprende, y cada gesto de cariño se transforma en revelación. El Señor elige la suavidad para entrar en nuestra historia, y esa elección enseña que la grandeza se descubre en detalles que suelen pasar inadvertidos. Tal vez por eso, cuando la vida parece sencilla, ahí empieza la profundidad. Y cuando un corazón se ofrece tal como es, ahí comienza el milagro silencioso del Evangelio.

La acogida que convierte nuestra vida en lugar de encuentro

Hay una frase del salmista que acompaña bien esta espera: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 40,8). Cuando la repetimos despacio, casi como un suspiro, la vida entera se coloca en otra dirección. En Adviento sentimos que nuestra alma se vuelve espacio disponible para que Cristo encuentre hogar. Esta acogida se vive paso a paso, con esa mezcla de deseo y temblor que aparece cuando algo sagrado se aproxima. Desde ahí crece una fe más sencilla y más firme, porque nace del encuentro real y no de la teoría.

Tal vez por eso la pregunta ¿Y si Dios llegara cuando nadie lo espera? provoca un silencio distinto. Nos invita a permanecer atentos, a dejarnos sorprender, a vivir como quienes creen que cada día guarda una visita del Señor. Y quizá, al caminar juntos, descubrimos que esa llegada ya está sucediendo, que Él se acerca con una luz que madura por dentro y que transforma todo lo que toca.