El pasado 30 de mayo, víspera de la Visitación de la Virgen, nos reunimos en un emotivo acto mariano interparroquial que tuvo lugar en el colegio Maristas. Fue una tarde de encuentro entre comunidades, corazones y advocaciones, unidas todas bajo el mismo nombre: María.

Cada grupo compartió con sencillez y cariño la advocación que acompañaba su camino de fe. Desde Ecuador, la Virgen del Cisne nos trajo el eco de una devoción profundamente arraigada en el pueblo; una presencia humilde y cercana, que sigue acompañando a tantas familias migrantes en su caminar. Junto a ella, una imagen polaca de pequeño tamaño, pero de hondura entrañable, nos recordó que la fe no conoce fronteras ni medidas: basta una mirada para sentirnos sostenidos. También estuvo presente la Hermandad del Rocío, con esa fuerza alegre y romera que sabe llevar la fe por los caminos de la vida, al son de los cantos y el corazón. Y la Cofradía de Santiago nos acercó a la Virgen del Pilar, columna firme de nuestra historia, luz que no se apaga y que nos invita siempre a sostener la esperanza.

Nos acompañaron los párrocos de nuestras comunidades: Luis, de la Santísima Trinidad, y Pedro, de El Enebral. Su presencia orante y fraterna nos ayudó a sentirnos verdaderamente en comunión, como pueblo de Dios en camino. Fue una tarde sencilla, pero llena de belleza: oración compartida, cantos que nacían del alma, silencio habitado por la presencia de María. No hacía falta mucho más. Ella estaba allí, en cada mirada, en cada gesto, en el deseo profundo de caminar juntos.

Este encuentro no fue solo un acto puntual, sino un símbolo de lo que podemos ser cuando nos dejamos guiar por el Espíritu: comunidades diversas que se escuchan, que comparten, que se enriquecen mutuamente. María, Madre de todos, nos sigue enseñando a unir, a acoger, a caminar con los pies en la tierra y el corazón en Dios.

Que este gesto sencillo no se pierda, que sea semilla de más vida compartida, de más comunión entre parroquias, de más ternura ofrecida en nombre de María. Porque donde Ella está, nace algo nuevo. Y lo vivido en los Maristas, fue sin duda, un brote de esperanza.