¡MARÍA, NECESITAMOS TU ALEGRÍA!

La sociedad en la que vivimos no es feliz y la pandemia que sufrimos ha acentuado la tristeza. Basta con acercarse a los medios de comunicación (entrevistas, tertulias, artículos…) para constatar que nos rodea la preocupación, el pesimismo, la ansiedad. Y peor si echamos un vistazo a nuestros políticos: enfrentamiento, acusaciones, crispación… Tenemos pocas noticias que nos inviten a celebrar y disfrutar, que nos provoquen la alegría. Y en la Iglesia no estamos mucho mejor: cuánta división, pesimismo y desconfianza.

El filósofo Séneca decía: “La tristeza, aunque esté justificada, muchas veces solo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que estar triste”. Si los cristianos queremos ser alternativa, mensajeros de la Buena Noticia, testigos alegres de la Resurrección, hemos de dejarnos ungir por la Alegría del Evangelio, por el Espíritu, causa de nuestra alegría.

Es lo que vivió la Virgen María. La primera palabra que el ángel le dirige es “alégrate”. No es un simple saludo, es un verbo que realiza un designio. Dios quiere que María se llene de alegría. El Espíritu Santo es la causa de la alegría que la inunda por completo. María se convierte en una fuente de alegría que se derrama en quien está a su lado. Su prima Isabel reconoce que el hijo que lleva en su seno da saltos de alegría cuando María les saluda llena del Espíritu. ¿Qué saludo entregamos nosotros al mundo? ¿Buenos días, tristeza, o buenos días, alegría?

La Virgen será Madre por el poder del Espíritu Santo. Jesús, ungido por el Espíritu nos traerá la buena y alegre noticia de la Salvación. Los apóstoles recibirán el poder del Espíritu Santo para ser testigos de la alegría de Dios en medio de un mundo triste y desolado.

La Madre Teresa de Calcuta decía que “la alegría era la fuerza de la Virgen. Sólo la alegría pudo darle fuerza para caminar sin cansarse hasta las colinas de Judea para realizar el trabajo de servidora de su prima Isabel. También nosotros tenemos que marchar sin detenernos, más allá de las colinas de las dificultades.”

En las letanías del Rosario oramos a María diciendo “Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros”, que es lo mismo que pedirle: “danos tu alegría”, “ayúdanos a ser alegres como Tú”. Por eso, cuando estamos desolados, es decir, cuando estamos pasándolo mal, tristes, sin sentir la cercanía de Dios no dudemos en acudir a la Virgen María. Ella nos contagia del gozo, la paz y la alegría que Dios le dio. Puede que las situaciones que nos han conducido a nuestra desolación no se resuelvan como desearíamos, pero con Ella, y contagiados de su alegría, podemos afrontar esas dificultades con buen ánimo y sin desfallecer porque para Dios nada hay imposible. Acercándonos a Pentecostés recemos la jaculatoria: ¡Ven, Espíritu Santo, ven por María!

D. José María Crespo   Párroco Santísima Trinidad