Campo de trabajo 2025 – Monasterio de Santa María de Sobrado
‘Virtudes que encienden el alma’

Trabajo y santidad

Hoy ha sido el último día y la verdad es que nos ha costado despedirnos, ciertamente, aunque nos vamos con el corazón lleno, cuesta explicar lo vivido, porque ha sido mucho y muy hondo.

Esta mañana nos hemos levantado temprano para rezar Laudes con los monjes y celebrar juntos la Eucaristía. Estar allí con ellos, empezar el día así, nos ha ayudado a centrarnos, a acoger el momento.

En el desayuno, el hermano Luis nos ha dicho unas palabras que se nos han quedado clavadas. Palabras sencillas, pero que tocan. Algunos se han emocionado. Ha sido un momento de verdad.

Luego hemos recogido, hecho maletas, limpiado todo. Lo hemos hecho entre todos, con buen ánimo. Se notaba que a nadie le daba igual este final.

Hoy también hemos conocido al prior Carlos, que hasta ahora no estaba porque venía de otro monasterio. Nos ha recibido con mucha cercanía. Nos ha dicho que lo importante es lo que uno se lleva dentro, lo que permanece. Y sí, tiene razón. Nos llevamos lo que Dios ha ido haciendo en cada uno estos días.

En el autobús no había mucho ruido, se notaba que cada uno iba con lo suyo por dentro. Lo vivido sigue ahí, aunque ya estemos de regreso, todo lo vivido tenemos que reposarlo. Durante el viaje nos venía a la cabeza algo que dijo el Papa Francisco y que tiene mucho que ver con lo que hemos vivido aquí: “No tengas miedo a la santidad, no tengas miedo de apuntar alto, de dejarte amar y purificar por Dios, no tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar por la santidad de Dios. Cada cristiano está llamado a la santidad, y la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar actuar a Dios.”

En Villalba estaban nuestras familias esperándonos, con ganas de abrazar, también estaban el párroco y nuestro vicario parroquial. Nos agradecimos mutuamente el camino compartido. Cantamos nuestra canción y nos hicimos una foto juntos. Era un grupo pequeño, pero muy de verdad.

Gracias a los monjes por habernos abierto su casa. Gracias a los que han hecho posible todo esto. A los catecúmenos, a los catequistas, a las familias, a la parroquia. Y gracias a Dios, porque ha estado presente en cada paso, en lo sencillo, en el trabajo, en la oración, en los gestos que no se ven, pero sostienen.

Ahora toca volver a lo cotidiano, pero llevamos algo nuevo por dentro. ¡Felices vacaciones!. ¡Nos veremos en la parroquia!.

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Día 7: Carlo Acutis – Fortaleza

Nuestro último día en el Monasterio, último día de trabajo. Hoy Carlo Acutis nos presenta la fortaleza que nos asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Llega hasta la capacidad de sacrificar la propia vida por una causa justa. En nuestra presentación, Carlo nos planteó que ser santo no es tener poderes sino vivir a lo grande… lo ordinario. Y nos dice que vale la pena.

Nos pusimos a trabajar, a rematar los trabajos de los días anteriores, nos da un poco de pena que esto ya llegue a su fin. Rezamos hora de sexta con los monjes y a comer.

Después del descanso merecido, nuestra catequesis sobre la fortaleza, virtud que nos da fuerza interior para resistir el mal y hacer el bien. Al terminar la catequesis comenzamos un desierto con momentos de silencio para llegar a nuestro corazón y sentir y escuchar a Dios. Abrimos nuestros corazones para escuchar a Dios, crecer en nuestra fe y confiar en Dios aún cuando no entendamos.

Buscamos un lugar en paz y silencio para hacer examen de conciencia y ponernos delante de Dios para reconocer aquello en lo que nos hemos equivocado, arrepentirnos y tener el propósito de no volver a caer.

El sacerdote de la parroquia de Sobrado y uno de los monjes del Monasterio nos han dado la oportunidad de reconciliarnos con Dios y recibir su abrazo de amor y perdón.

Celebramos la Eucaristía, compartiendo cantos con la gente del pueblo.

Y terminamos el día con el Sobrados Talent, un magnífico espectáculo de actuaciones sobre las virtudes y los santos, donde nos reímos, disfrutamos y pasamos una velada divertida. Hasta los catequistas hicieron su actuación.

Ahora toca dormir que mañana nos toca recoger y despedirnos.

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Día 6: Santa María Goretti – Templanza

Estamos ya casi en la recta final de nuestro campo de trabajo, tenemos por delante un nuevo día lleno de oportunidades para crecer, aprender y aportar lo mejor de nosotros. Hoy tenemos por delante una virtud que a veces nos puede sonar raro, pero es algo que nos puede ayudar muchísimo en nuestra vida: la templanza. Que es la capacidad de ser dueños de nosotros mismos. Tener el control de nuestras emociones saber lo que nos conviene en el momento adecuado. Y lo vamos a hacer de la mano de Santa María Goretti, que a la edad de doce años murió en defensa de su castidad, por las heridas que le produjo un joven, al que perdonó antes de morir. Y lo hacemos en el día de Santa María Goretti, el 6 de julio.

Hemos comenzado el día muy temprano, compartiendo el rezo de Vigilia con los monjes a las cinco de la mañana, nos ha costado despertarnos, pero hemos ido aún con sueño y vivir con esta comunidad de monjes del Cister, los diferentes momentos de oración.

Sí que ha sido duro, pero nosotros luego hemos dormido otro pequeño rato, hasta la hora de levantarse.

Hoy domingo teníamos desayuno especial, dulce de leche fabricado aquí en el Monasterio y así nos hemos endulzado la mañana.

En nuestra presentación hemos tenido la oportunidad de conocer algo más sobre la virtud de la templanza y sobre Santa María, que luego íbamos a trabajar a lo largo del día.

Comenzando por una búsqueda del Sobrado tesoro, a lo largo del pueblo hemos ido buscando pistas y superando pruebas para poner en práctica nuestras habilidades. Ha sido divertido, lo hemos pasado muy bien.

Y a continuación nuestra catequesis donde hemos conocido más sobre la vida de esta Santa, que nos ha impresionado profundamente, hemos profundizado sobre la virtud de la templanza y sobre cómo llevarla a nuestra vida y hemos trabajado unos tips para cultivarla.

Sorpresa agradable en la comida con pastas y helado, así da gusto. Y un merecido descanso.

Para continuar la tarde con el testimonio de dos de los miembros de esta Comunidad de Sobrado, que nos han contado muchas cosas interesantes de la orden del Cister y luego de su vocación, hemos preguntado y hablado con ellos, ha sido una tarde muy interesante que ha merecido la pena.

A la noche hemos tenido un momento especial de oración ante la cruz, donde hemos pedido perdón a aquellas personas que nos hacía falta poniéndolo a los pies de la cruz y hemos dado gracias a Dios por todos estos días. Hoy el cansancio podía con nosotros y nos hemos ido a dormir para recuperar fuerzas para el trabajo del último día aquí.

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Día 5: San Maximiliano de Kolbe – Prudencia

Un nuevo día nos espera. Después de una gimnasia mañanera que nos ayuda a desperezarnos y activar el cuerpo, nos dirigimos a la sala capitular, donde nos reunimos como Comunidad del campo de trabajo para iniciar juntos la jornada. Allí nos ponemos en manos de Dios con la oración, buscando comenzar el día conectados con Él y con el deseo de vivir con sentido todo lo que venga. Hoy se nos presenta una nueva virtud: la prudencia, y lo hace de la mano de un santo que amó al prójimo hasta el extremo de dar la vida por amor.

Prudencia no es cobardía, ni limitación, ni miedo. La prudencia es esa virtud que Dios infunde para ayudarnos a discernir lo que conviene en cada momento, a decidir con verdad, a actuar desde dentro. El prudente no se esconde, levanta la voz ante la injusticia, condena el mal, trabaja por el Reino. Su prudencia no lo encierra: lo lanza.

Esta mañana hemos conocido un poco más la figura de San Maximiliano Kolbe, un sacerdote valiente que defendió su fe con firmeza, se opuso a la violencia y se ofreció voluntariamente a morir en lugar de un padre de familia. Su vida fue un acto de amor profundo. Un testimonio de entrega libre, nacida de una fe madura y una prudencia que supo escuchar el momento.

Una mañana más nos hemos volcado en el trabajo con ganas. Hoy también hemos intentado dar lo mejor en las tareas que se nos han encomendado, poniéndole atención, cuidado, y alegría. Vamos notando cómo crece la satisfacción al ver lo que entre todos vamos consiguiendo.

Después de la comida, hemos tenido la suerte de realizar una visita guiada por el Monasterio. Nos han contado su historia, anécdotas, curiosidades sobre la vida cisterciense, y nos ha ayudado a entender mejor el lugar que habitamos estos días. Ha sido una experiencia que ha merecido mucho la pena.

Más tarde, hemos tenido nuestra catequesis. Un espacio tranquilo en el que hemos recogido todo lo vivido durante el día y lo hemos puesto en diálogo con la Palabra y la vida. Hemos reflexionado sobre la virtud de la prudencia como clave para elegir bien, para decidir desde el amor, sin impulsividad pero sin miedo. Hemos terminado lanzando una pregunta para seguir llevando el día por dentro: ¿Qué me gustaría pedirle a Dios para aprender a decidir mejor?

Al final de la tarde nos unimos a los monjes para rezar Vísperas. La oración fue profunda. Nos emocionó especialmente que ofrecieran sus oraciones por nosotros. Saber que alguien reza por ti sin conocerte, desde otro lugar del mundo, es un regalo. Y sentirlo en comunidad, en un monasterio donde el silencio y el trabajo se convierten en alabanza, aún más.

Por la noche tocaba uno de los juegos más esperados: “Atrapa la bandera”. Carreras, defensa, persecuciones, caídas, risas… fue un momento de pura diversión. Nos movimos sin parar, y lo disfrutamos de principio a fin.

Cerramos el día con la oración, dando gracias por lo vivido, por lo compartido, por lo aprendido. A descansar, que nos quedan pocos días y aún hay mucho por vivir.

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Día 4: San José – Justicia

Hoy nos hemos acercado a la figura de San José, tratando de comprender desde dentro lo que significa ser justo a los ojos de Dios. Él no fue justo según criterios humanos de perfección o ley, sino porque confió, actuó desde la fe y sostuvo con su vida el plan de Dios. Nos ponemos en su piel para intentar vivir esta virtud con el alma despierta y el corazón disponible.

Comenzamos el día con la visita de San José, que nos mostró que fue llamado justo porque siempre buscó hacer lo correcto ante Dios y ante los hombres. Su vida fue una respuesta fiel, concreta y silenciosa. Hoy nos señala un camino en el que la justicia no se grita, se encarna.

Continuamos nuestro trabajo en el monasterio. Dejamos los cristales impecables, limpiamos piedras del claustro, desbrozamos parte del muro exterior… cada día nos sentimos más contentos del trabajo bien hecho, no por el resultado visible, sino por lo que genera en nosotros. El esfuerzo compartido nos une y, de algún modo, nos transforma.

Durante la mañana compartimos con los monjes el rezo de la hora Sexta. Fue un momento breve, pero profundo. Estar allí, orando juntos en medio del silencio del monasterio, nos ayudó a sentirnos parte de una oración más grande, en comunión con tantos que en ese momento también rezaban desde otros lugares del mundo.

Después de la comida y un descanso, aprovechando el rato de sol, tuvimos nuestra catequesis. Hoy nos tocaba profundizar en la virtud de la justicia, no desde definiciones, sino desde la vida. A través del ejemplo de San José comprendimos que la justicia que Dios nos propone busca restablecer la armonía en las relaciones, promueve la equidad, y se sostiene sobre el amor y el perdón. Nos sentimos llamados a comprometernos con esa forma de justicia sencilla, discreta, pero profundamente evangélica. Como la de José, sin necesidad de palabras ni protagonismo.

La Eucaristía de la tarde la compartimos con la gente del pueblo y con algunos peregrinos del Camino. Fue una celebración viva, donde nuestros cantos se unieron a los de la comunidad y el clima fue de verdadera fraternidad.

Al llegar la noche, tuvimos una ginkana taller. A través de distintas pruebas fuimos reuniendo materiales con los que, al final, pudimos trabajar todos juntos en el taller de San José. Una manualidad que más que un resultado nos dejó la experiencia de construir en común, de reír, de aprender desde lo lúdico también.

Ahora nos vamos a descansar. El cansancio se nota, pero también la alegría. Nos ponemos una vez más en manos de Dios, agradecidos por lo vivido, y con el deseo de seguir aprendiendo cada día de estos santos que nos acompañan en el camino.

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Día 3: Santa Teresa de Calcuta – Caridad

Hoy nos hemos encontrado con la figura de una mujer que no necesitó grandes recursos para transformar el mundo. Santa Teresa de Calcuta vivió la caridad en lo concreto, con gestos sencillos, con una entrega diaria que no buscaba brillar, pero que sostenía vidas. Santa Teresa de Calcuta es la imagen de la caridad, de cómo hacer una vida de servicio altruista, dándose a los demás, venciendo las dificultades y mirando siempre al prójimo con compasión, dándole amor y dignidad. Lo vivió desde lo más pobre y lo más frágil, con una fe fuerte, encarnada, silenciosa, y al mismo tiempo capaz de cambiarlo todo. Su presencia ha marcado este día desde el principio, recordándonos que quien ama de verdad no necesita ser visto, solo estar.

Comenzamos con la oración de Laudes y la Eucaristía junto a la comunidad de monjes. Entrar en ese ritmo pausado, orante, sostenido por el canto y el silencio, nos ayudó a situarnos. Después del desayuno nos pusimos manos a la obra. Estuvimos repartidos entre el claustro, los pasillos, los exteriores del monasterio. Limpiamos, recogimos, barrimos. Cada uno en su lugar, cada gesto ofrecido. Y a media mañana, como cada día, paramos para rezar el Ángelus, conscientes de que servir también es orar.

La tarde comenzó con el taller pelotero, estuvimos decoramos nuestras pelotas con frases, símbolos, colores, y después participamos en la carrera. Fue una forma distinta de compartir, de esforzarnos juntos y de disfrutar. Reímos, colaboramos, competimos sanamente. A veces también se construye comunidad desde ahí.

Pero lo más hondo del día llegó con la catequesis. Una dinámica nos hizo ver lo poco presente que está la caridad en tantas situaciones cercanas, y eso nos llevó a preguntarnos por nuestra manera de vivirla. ¿Damos lo que somos? ¿O solo lo que nos sobra? ¿Servimos con el corazón, o cumplimos sin implicarnos? Y entonces volvió ella, Madre Teresa de Calcuta, con su manera de amar sin ruido, de tocar el sufrimiento sin miedo, de poner amor donde otros apartaban la mirada. La recordamos como alguien que eligió amar cada día sin descanso. Y eso nos interpeló.

Durante la cena quisimos vivir ese estilo. Estar atentos a los demás, ofrecer antes de que nos pidan, ver lo que normalmente no vemos. Fue algo pequeño, casi invisible. Pero se notó. Porque la caridad verdadera no hace ruido, pero cambia el ambiente. Y al terminar, recuperamos unas palabras que han atravesado el día entero sin que nadie las dijera en voz alta, pero que hoy tenían más sentido que nunca: en todo amar y servir. Lo dijo san Ignacio, y también lo vivió Teresa. Y nosotros, en lo pequeño, lo estamos intentando.

Terminamos el día con juegos tranquilos, momentos sencillos de convivencia. Y como cada noche, cerramos con la oración. Hoy la carta de san Pablo a los Corintios nos habló de un amor que todo lo espera, todo lo excusa, todo lo soporta. Y esta vez, esas palabras no quedaron en el papel. Resonaban con lo vivido.

Nos vamos a dormir sabiendo que la caridad no es algo que se enseña. Se aprende mirándola en los otros. Y hoy la hemos mirado en ella.

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Día 2: Abraham – Fe

Ha sido un día intenso. Lleno de cosas pequeñas que, vividas a fondo, se vuelven grandes. Trabajo, juegos, oración, conversaciones que van abriendo hueco, momentos en los que uno se encuentra con los demás y, sin darse cuenta, también con Dios. Hoy nos ha acompañado la figura de Abraham. Alguien que supo confiar sin tenerlo todo claro. Que escuchó una llamada interior y, sin saber adónde le llevaría, se puso en camino. Nos hemos detenido en ese gesto suyo de fe, en su capacidad de fiarse cuando todo temblaba. Y, sobre todo, en esa certeza de que Dios nunca defrauda cuando uno se pone en sus manos. Ha sido una jornada para detenernos, mirar dentro y preguntarnos cómo es nuestra fe.

Hemos tenido nuestra primera jornada de trabajo en el monasterio. Tareas sencillas, pero necesarias. Hemos limpiado parte de los exteriores, recogido piedras del claustro, barrido la iglesia. El cuerpo lo nota, pero también el alma. Porque mientras se barre, se habla poco, y eso deja espacio para mirar por dentro. El Ángelus nos ha pillado en plena tarea, y esa pausa breve, justo a mitad de mañana, nos ha sabido a oración vivida. Al terminar, la sensación era buena. La de haber dado algo de nosotros, sin prisas, sin ruido.

Después vinieron la ducha, la comida, el descanso. Y por la tarde, una catequesis centrada en Abraham, donde pudimos hablar de la fe que tenemos, de cómo se sostiene, de lo que nos cuesta a veces. Salieron miedos, inseguridades, pero también gratitud por ese don recibido. Agradecimos poder nombrar juntos lo que creemos, lo que dudamos, lo que nos sostiene en medio de todo. Y dar gracias también por eso: por tener un espacio donde poder decirlo. Reconocimos que la fe, cuando se cuida, crece. Y cuando se vive en comunidad, se fortalece.

Hoy hemos compartido la Eucaristía con la gente del pueblo y con algunos peregrinos del Camino de Santiago. El monasterio es una de sus paradas, y hoy fuimos parte de esa marcha común. Nos unimos todos en una celebración sencilla, viva, donde la fe se hacía canto compartido. Fue bonito sentirse comunidad con personas tan distintas, pero unidas por algo que no siempre se puede explicar con palabras.

La jornada terminó con la película La Cabaña. Una historia que remueve, que habla de sufrimiento, de pérdidas, pero también de búsqueda, de fe, de esperanza, de Dios, de encuentros que transforman. Al terminar, uno se queda callado. Porque a veces, más que hablar, toca dejar que lo visto repose dentro. Como el personaje de la película, también nosotros intuimos que, cuando se deja entrar a Dios en las heridas, el corazón empieza a cambiar.

Cerramos el día en silencio. No porque no tengamos nada que decir, sino porque lo vivido ya habla por sí solo. Nos vamos a dormir con la fe un poco más despierta. No perfecta, pero más viva. Y con ganas de seguir caminando. Mañana será otro día de compartir nuevas historias.

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Día 1: Pablo – Esperanza

Este año hemos vuelto a comenzar nuestra actividad de verano con la ilusión de quien se pone en camino, sabiendo que algo bueno está por nacer. El lugar elegido ha sido el Monasterio de Santa María de Sobrado, un espacio sereno, escondido entre la naturaleza, donde los monjes del Císter nos han acogido con la sencillez que brota de quienes viven anclados en lo esencial. Durante estos días compartiremos con ellos trabajo, oración y vida, y lo haremos bajo un lema que es una invitación real: “Virtudes que encienden el alma”. Queremos dejarnos tocar por la vida de algunos santos y santas que supieron vivir en verdad, con hondura, con pasión por el Evangelio, y permitir que algo de esas virtudes también despierte en nosotros.

Comenzamos el campo de trabajo en nuestra parroquia, celebrando juntos la Eucaristía antes de emprender el viaje. Fue un momento de envío, de esos que ayudan a situar el corazón. Nuestro párroco nos animó a disfrutar, a pasarlo bien, pero también a mantener despierta la posibilidad de encontrarnos con Dios a través de lo que vayamos viviendo, porque hay experiencias que, si se viven con apertura, terminan dejando huella. Después de la misa partimos hacia A Coruña. El viaje, aunque largo, se hizo ameno entre conversaciones, canciones y ese silencio compartido que a veces dice más que muchas palabras. Al llegar al monasterio, nos recibió un peculiar equipo de investigación, o al menos eso decían ser, acompañado de algunos personajes bastante singulares. Entre bromas y explicaciones nos fueron presentando las normas que marcarán la convivencia. Fue una manera divertida y creativa de empezar, y algo nos dice que volveremos a encontrarlos más de una vez en los próximos días.

Ya con hambre hemos ido a cenar para reponer fuerzas del cuerpo. El ambiente era distendido, se respiraba el comienzo de algo nuevo. Pero sabíamos que no bastaba con alimentar el cuerpo, así que, después de cenar, nos unimos a los monjes para rezar Completas. Fue un primer encuentro profundo, lleno de quietud, donde el canto y el ritmo pausado de la oración nos regalaron una paz serena. A veces no hacen falta grandes discursos; basta con estar, con dejarse envolver por lo que ocurre cuando otros rezan desde dentro.

Este primer día ha coincidido con la fiesta de la Esperanza, una palabra que para los cristianos tiene un peso particular. En sintonía con el lema del Año Jubilar, “Peregrinos de esperanza”, nuestra velada y la oración de la noche estuvieron centradas en esa fuerza silenciosa que sostiene, que impulsa, que permite seguir caminando incluso cuando no todo es claro. Nos acompañó la figura de San Pablo, cuya vida es un testimonio radical de transformación. Pasó de perseguir a los cristianos a entregar su vida entera por anunciar a Cristo. Inspirados por él, jugamos a llevar mensajes superando obstáculos, recordando cómo él mismo, entre cartas, cárceles y viajes, supo mantenerse fiel al Evangelio hasta el final. La dinámica nos ayudó a meternos en su piel, pero también a reírnos, a colaborar, a compartir, a empezar a ser grupo.

Al cerrar el día, con el cansancio propio del comienzo y la ilusión intacta, nos vamos a dormir sabiendo que algo se ha encendido. Todavía es pronto para saber cómo será este camino, pero ya intuimos que será fecundo. Porque cuando se trabaja, se ora y se convive con el corazón abierto, lo que sucede nunca es superficial. La esperanza ha empezado a tomar forma. Y eso, en el fondo, es lo más importante.

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