La parroquia vivió este fin de semana uno de esos momentos en los que la historia de la comunidad se hace visible de una manera sencilla y profunda a la vez. Varios matrimonios, que a lo largo de este año celebran sus bodas de plata, de oro o incluso más años de vida compartida, se acercaron al altar para renovar las promesas que un día los unieron. No era un acto solemne aislado, sino un gesto vivido en medio de la misa parroquial, en el corazón de la comunidad, donde todo encuentra su sentido.
La renovación de votos fue un instante lleno de emoción contenida, de miradas que decían más que cualquier palabra y de manos que se volvían a entrelazar después de décadas de camino. Cada pareja traía consigo una historia hecha de días luminosos y días difíciles, de decisiones que marcaron etapas, de paciencia aprendida con los años y de ese amor que se hace fuerte cuando se sostiene en Dios. La comunidad, al contemplarlos, vio la belleza de un “sí” que no es solo memoria, sino presente que sostiene y futuro que se abre.
En uno de los momentos centrales de la celebración, cada matrimonio recibió una cruz con la imagen de la Sagrada Familia. Fue un gesto pequeño, pero cargado de significado, porque simbolizaba ese hogar que han ido construyendo juntos, lugar de fe, de cuidado, de reconciliación y de entrega. Después se bendijeron de nuevo los anillos, recordando que la alianza que un día se prometieron se renueva cada mañana con la vida real, la de los gestos cotidianos y la de las decisiones que no siempre se ven.
Los matrimonios participaron activamente en la celebración: encendieron la primera vela de Adviento, introduciendo a la comunidad en este tiempo de espera confiada, proclamaron las lecturas, elevaron las peticiones y presentaron las ofrendas, junto con los juveniles, que simbolizan lo vivido y lo que aún desean seguir ofreciendo. El momento de la comunión fue especialmente significativo: subieron al altar para recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor bajo las dos especies, gesto que muchos vivieron con emoción, como quien regresa a la fuente que ha sostenido su camino.
Entre los testimonios que se compartieron, os compartimos uno de las bodas de plata y otro de las de oro:
“Hemos celebrado nuestro vigésimo quinto aniversario de una vocación común, la cual comenzó con mucha ilusión, proyectos, una aventura por vivir, alegrías por descubrir, momentos malos a soportar, … pero todo ello de la mano de Jesucristo. Un proyecto de vida en común dejándonos llevar por Él.
Hay que celebrar todo y con el primer invitado a la boda, que es Cristo. No celebramos lo pasado sino lo vivido, dando gracias a Dios por todo ello. Todo es don, todo es regalo.
No entendemos vivir nuestro matrimonio sin hacerlo en nuestra comunidad parroquial, desde el día siguiente de nuestra boda que nos presentamos al párroco para ponernos a su servicio (nosotros veníamos de vivir con nuestras respectivas familias en Madrid). Pensamos que la fe se vive en comunidad, una comunidad que reza, acompaña, aprende, alienta; es la Iglesia.
Siempre nos hemos sentido muy arropados y queridos desde siempre, primero de recién casados y colaborando en la catequesis de confirmación, después con la llegada de cada hijo nunca faltó un saludo, una palabra, un gesto de cariño hacia nosotros. Aquí han sido bautizados todos nuestros hijos, aquí han recibido el don de la fe y aquí la pueden vivir, al igual que nosotros. Los hijos participan de las catequesis y grupos. La verdad es que somos muy afortunados por ser de esta parroquia a la que amamos.
Participar en la Eucaristía en la santa Misa, la comunidad reunida en Su nombre, la escucha de la Palabra y recibir su alimento en la Comunión. Cristo Eucaristía es presencia real y viva.
Creemos que la parroquia da muchísimo más de lo que podemos ofrecer nosotros, porque somos muy poquita cosa. Intentamos vivir en la parroquia la fe en Jesucristo participando de los sacramentos, tiempo y dedicación en aquellas actividades en las que podemos colaborar, y estando al servicio del párroco y de la pastoral. No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de hacer extraordinaria cada pequeña vivencia del día viendo a Jesucristo en cada persona. Pero siempre necesitamos del ejemplo de nuestros hermanos de la comunidad para crecer y caminar juntos en la fe.”
“El domingo vivimos uno de los días más especiales de nuestra vida, fue un día precioso, en una celebración comunitaria llena de emociones, preparada con tanto mimo.
Para nosotros un día muy emocionante.
Volvimos a revivir el día de nuestra Boda… el volver a decirnos sí quiero después de más de 50 años delante de nuestra comunidad fue un privilegio. El poder dar testimonio de que el Amor que nos unió entonces sigue vivo, que Cristo sigue siendo centro de nuestra vida, que es la fuerza que nos ayuda afrontar el día a día, es importantísimo.
Creo que el celebrarlo dentro de una misa comunitaria es un testimonio importante, saber que el Amor, la fidelidad, la confianza se puede vivir plenamente durante toda una vida y es el mejor testimonio que podemos dar. Vivir con alegría el sacramento del Matrimonio.”
Estas palabras recogen la emoción compartida de la celebración y dan forma a lo que todos intuimos: que la fidelidad es posible, que la gracia sostiene lo que se cuida y que el matrimonio, vivido con verdad, se convierte en un testimonio que ilumina a toda la comunidad.
Pedimos para cada una de estas parejas la bendición del Señor, la alegría serena que nace de la entrega y la luz que acompaña cada etapa. Que la cruz que recibieron encuentre su lugar en sus hogares como signo del camino recorrido y del que aún queda por recorrer. La comunidad entera agradece su testimonio y los acompaña en este “sí” que, década tras década, sigue dando vida a la Iglesia.
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