El lunes 14 de abril, vivimos una intensa y profunda jornada de Pre Pascua junto al grupo de Confirmación, compartiendo momentos de reflexión, oración y celebración en comunidad, acompañando a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Comenzamos recordando el Domingo de Ramos, agitando nuestras palmas con alegría para recibir a Jesús, el Rey humilde que entra en Jerusalén con sencillez. Esta fue nuestra manera de abrir el corazón a lo que vendría, con júbilo, pero también con disposición a profundizar. Reflexionar sobre nuestra inconsistencia, sobre cómo nos dejamos llevar por la presión del grupo y por las circunstancias. Nos preguntamos sobre nuestra coherencia en lo que creemos o si cambiamos según nos conviene. Y terminamos comprometiéndonos a recibir a Jesús en nuestras vidas con hechos concretos.
Entramos luego en el desierto del Jueves Santo, donde hacemos un recorrido sobre los distintos tipos de amor, descubriendo que el amor de Dios es infinito, incondicional y verdadero. En ese silencio interior, fuimos reconociendo cómo ese amor transforma nuestras vidas. Recordábamos ese amor primero de nuestros padres, que tanto tenemos que agradecer. Para pasar al amor sin condiciones de Dios, ese amor que se da sin recibir nada a cambio. Y el amor comprometido, el amor que está dispuesto a arrodillarse y a lavar los pies de los demás. Para terminar con el amor que conmemoramos cada día en la eucaristía, ese amor del que da la vida por todos nosotros y poder decir todos juntos “Nada podrá separarme de tu amor”.
Vivimos un examen de conciencia, en silencio, buscando en nuestro interior en nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás, las veces que nos hemos equivocado, sabiendo que Jesús lo que quiere por encima de todo es perdonarnos, porque nos quiere felices y el pecado nos aleja de esa felicidad. Nos acercamos al sacramento de la Reconciliación, dejando a los pies de la cruz esas cargas que no nos permiten avanzar. En ese gesto, acompañamos a Jesús en su Vía Crucis, sintiendo en lo profundo su entrega total por amor.
Después, en el silencio del Sábado Santo, nos unimos al dolor y a la soledad de María, su Madre. Rezamos el rosario con gratitud, sabiendo que, en el momento más oscuro, Dios nos la regaló como Madre para siempre.
Finalmente, llegó la gran celebración: la Vigilia Pascual, la fiesta de las fiestas. Celebramos con gozo la Resurrección de Jesús, dejándonos iluminar por la luz nueva, escuchando con el corazón la Palabra, renovando nuestro bautismo con el agua, y alimentándonos con la Eucaristía, signo de vida nueva.
Terminamos este día especial con una Eucaristía en familia, compartida con nuestras familias, sintiendo que la fe se vive y se fortalece en comunidad.
Damos gracias a los sacerdotes que nos han acompañado en esta Pre Pascua, a las Hijas de la Caridad por acogernos como siempre con tanto cariño y estar pendientes de nosotros, a todos los del grupo de confirmación, catequistas y familias por hacer comunidad, por recorrer juntos este camino de Fe.
Damos gracias a Dios por cada momento compartido, por cada gesto, palabra, silencio y sonrisa que hicieron de esta Pre Pascua una verdadera experiencia de encuentro con Jesús Vivo.
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