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Festival Navidad 2025

El pasado sábado 13 de diciembre celebramos el festival de Navidad, el cual, quedó marcado por una alegría que se abría paso sola, sin necesidad de explicarse, porque cuando una comunidad se reúne para celebrar, la fe se vuelve visible y cercana. En el centro de todo estuvo la algarabía de los niños, esa forma tan suya de habitar la fiesta con el cuerpo entero, con risas que contagian y con una emoción que atraviesa generaciones. Subieron al escenario con ilusión limpia y con una entrega que hablaba de tiempo compartido, de ensayos cuidados y de acompañamiento paciente, y lo hicieron respetando con una naturalidad admirable el orden de participación, esperando su momento con una mezcla de nervios y orgullo que enternecía a quien miraba.

Cada número fue recibido con aplausos sinceros y con una atención respetuosa, creando un clima donde todos se sabían parte de algo más grande, donde nadie tenía que imponerse para brillar porque cada aportación encontraba su lugar. Entre actuación y actuación, los sorteos de cestas navideñas añadieron un tono festivo lleno de sentido, vividos con expectación y sonrisas compartidas, sabiendo que lo recaudado quedaba destinado a los más jóvenes de la parroquia, como una forma concreta de cuidar el presente y sembrar futuro.

Los distintos grupos parroquiales fueron dando forma a una celebración coral, diversa y profundamente unida, donde la alegría se expresó de mil maneras y donde la Navidad dejó de ser un concepto para convertirse en experiencia compartida. Todo transcurrió con un respeto que hablaba de comunidad madura, de cuidado mutuo y de una fe que se aprende viviéndola juntos.

Al terminar, quedaba en el ambiente algo difícil de nombrar y fácil de reconocer: la certeza de haber compartido algo verdadero. Una parroquia que celebra así se sabe viva, se sabe familia y se sabe enviada a seguir construyendo esperanza desde lo sencillo, desde los niños, y los no tan niños, desde la alegría que nace cuando cada uno aporta lo que es.

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La esperanza no grita, susurra

Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2025-2026, continuando con el proyecto que iniciamos el curso pasado, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:

La esperanza no grita, susurra

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En adviento: esperar.

Esperar es confiar en silencio

La tercera semana de Adviento tiene que ver con esa pequeña luz que empieza a ensancharse: la corona ya se ve con más alegría, y ese tono se nota en la parroquia, como si el ambiente respirara de otra manera. Y es que la palabra para “este momento en medio de la espera” es Gaudete. Pero no el Gaudete de las exaltaciones superficiales, sino el de quien espera de verdad porque cree que lo que espera vendrá. No es una alegría ruidosa, sino esa alegría que se sabe por debajo, como cuando el micrófono se enciende justo antes de que lo activen. La comunidad vuelve a reunirse con sus días encima, con su ritmo y su vela, y la clave para esta semana es simplemente esta: espera. Espera con confianza, espera desde dentro, desde la certeza de lo que aún está por llegar.

Esperar no es quedarse quietos. Esperar es esa confianza que se estira despacio, la manera de mantener la esperanza aunque la luz parezca tardar, y también la valentía de mirar el propio ritmo interior, siempre lento, pero siempre real. Lo mejor de esperar es que obliga a confiarse con paciencia. Gaudete porque algo se está cumpliendo, aunque todavía no lo veas.

El mundo insiste en que esperar es perder el tiempo. Todo está pensado para no dejar huecos: resolver pronto, correr, tapar lo que estorba. Suena bonito “esperar”, pero en realidad cuesta. Y, sin embargo, el Adviento insiste: no se espera lo que no llega, sino lo que uno sabe que llegará aunque no sepa cuándo. Esperar no grita ni exige, sino que va entrando como quien enciende una vela en un diciembre oscuro, casi temblando, pero firme.

Gaudete introduce aquí su propio tono. No pide sonrisas grandes ni entusiasmos forzados. Propone una alegría que convive con la duda, con las preguntas, con el cansancio de los días que pesan. Es la alegría de entender que la espera también es camino: que, en medio de la inquietud, hay una luz que sigue avanzando. Es la alegría de la paciencia, entendida no como renuncia sino como una forma de amar el tiempo.

Esta semana, esa espera se nota en detalles mínimos: quien se queda un instante más antes de salir; quien enciende una vela después de un día terrible, solo para recordarse que la luz sigue; quien escucha con calma a quien hoy necesitaba sostén. Son gestos pequeños, pero mantienen viva la comunidad más de lo que parece. Ahí se esconde la alegría suave de Gaudete.

Hoy, esperar significa resistir el desánimo. Esperar cuando parece que nada cambia. Cultivar la paciencia de quien sabe que el amor madura en el tiempo. No es fácil, pero es auténtico. Y quizá por eso la tercera vela tiene ese color distinto. La esperanza crece también en esta penumbra que no asusta.

Que esta espera confiada sea también alegre. Que no lo apresure todo, pero tampoco se rinda. Que abra el corazón antes de ver. Porque en esta confianza silenciosa empieza a nacer la alegría que prepara la Navidad.

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Esta semana os recordamos..

El día 24 de diciembre las misas serán: 9.30 de la mañana (aún de adviento) y la misa de Gallo (Nochebuena) será a las 19.00. No hay misa de media-noche.

El 25, Navidad, las misas serán como de domingo: 11.00-12.00-13.00 y 19.00 horas.

Durante estos domingos previos a navidad, tenemos una campaña de suscripciones para ayuda de Cáritas parroquial. Con vuestra ayuda, hay muchas familias y niños beneficiados. Es una aportación mensual. Tus aportaciones tienen desgravación de hacienda.

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Cuando el Niño nos reúne: oración compartida de los Agentes de pastoral

La noche del 10 de diciembre, algo muy hondo se abrió paso en nuestra comunidad. Lo que vivimos superó cualquier idea de encuentro programado, porque la oración se convirtió en un espacio donde el corazón respiraba con una claridad nueva. La imagen del Niño levantado en brazos mientras era llevado hacia el pesebre encendió una emoción que se abrió camino sin esfuerzo, como si cada gesto revelara la ternura con la que Dios se acerca a su pueblo. Cada estrella colocada, cada palabra dicha desde el corazón, cada mirada cruzada entre quienes servimos en nuestra parroquia, tejió una verdad que supera cualquier programa pastoral. Estamos llamados a respirar juntos, a esperar con esa paciencia amorosa que entiende que todo nace a su tiempo, igual que una madre escucha el ritmo secreto de la vida que crece dentro de ella.

Cuando el párroco habló del aliento como la espera, se sintió que algo se ordenaba por dentro. Las prisas pierden sentido cuando reconocemos que Dios camina con pasos suaves y que los procesos de cada persona llevan una música distinta. Somos muchos, venimos de lugares y experiencias diversas, y aun así compartimos la misma misión. Esa misión se convierte en algo luminoso cuando la vivimos con mirada contemplativa, atentos al Niño que se revela en lo cotidiano, en la fragilidad, en los gestos pequeños que sostienen la vida parroquial. A veces olvidamos que el verdadero fruto nace desde dentro, sin estridencias, igual que la liturgia doméstica de María en Nazaret. Ella guardaba cada cosa en su corazón, sin perder la capacidad de asombro, y hoy nos enseña a hacer lo mismo en nuestra tarea pastoral.

La oración encendió algo más que estrellas. Encendió la certeza de que el Espíritu se mueve con una libertad preciosa entre quienes servimos en la parroquia. Se sentía en las palabras espontáneas que surgieron durante el eco de la Palabra, en los silencios que abrazaban a quienes no pudieron hablar, en la ternura con la que cada grupo acercó su estrella al Niño recién nacido. Ese gesto dibujó un cielo nuevo para nuestra comunidad, un cielo donde cada carisma se vuelve brillo, cada servicio se transforma en una luz que sostiene la misión, y cada persona encuentra un lugar desde el que seguir amando.

Más tarde, cuando descendimos al salón y la música acompañó la convivencia, se comprendía que la alegría sencilla también es teología vivida. Los bailes, las risas, el picoteo compartido, la cercanía espontánea que brota entre quienes se sienten familia, todo eso también forma parte del misterio. Porque detrás de cada agente de pastoral late un hogar, una familia que sostiene el cansancio, que acompaña las ausencias, que ofrece tiempo, cariño y comprensión para que cada uno pueda entregarse con libertad. A esas familias las abrazamos con gratitud, porque su generosidad también escribe la historia de esta parroquia.

Hoy, al recordar lo vivido, queda la sensación de que el Niño ya ha comenzado a nacer entre nosotros. Su alegría circuló por los pasillos, su paz reposó sobre nuestros rostros, su Espíritu despertó una promesa nueva. Y mientras seguimos caminando hacia la Navidad, algo dentro susurra que la esperanza está muy cerca, tan cerca como un recién nacido que nos mira desde el pesebre y nos recuerda que Dios siempre elige lo pequeño para transformar el mundo.

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Catequesis del Papa León XIV: La Pascua de Jesucristo: respuesta definitiva a la pregunta sobre nuestra muerte

Catequesis del Papa León XIV: La Pascua de Jesucristo: respuesta definitiva a la pregunta sobre nuestra muerte. (miércoles, 10 de diciembre de 2025)

Resumen leído por el Santo Padre en español:

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre cómo la Resurrección de Cristo ilumina el misterio de la muerte, que siempre ha suscitado en el ser humano profundos interrogantes. La Pascua de Jesús, en efecto, nos revela que la muerte no se opone a la vida, sino que es una de sus partes constitutivas, como un paso a la eternidad. Además, el acontecimiento pascual nos hace gustar anticipadamente, en medio de las pruebas y los sufrimientos presentes, la plenitud de aquello que sucederá después de la muerte. El Resucitado nos ha precedido en la gran prueba de la muerte, y la ha vencido gracias al poder del amor divino. Por eso, preparar el momento de la muerte con la esperanza cierta de la resurrección nos preserva del miedo, nos ayuda a tomar buenas decisiones, nos libera de lo superfluo y nos dispone a la alegría de la vida que no tiene fin.

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¿Y si Dios llegara cuando nadie lo espera?

Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2025-2026, continuando con el proyecto que iniciamos el curso pasado, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:

¿Y si Dios llegara cuando nadie lo espera?

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En adviento: agradecer.

Agradecer limpia el corazón y abre el camino

Esta segunda semana se ilumina con una palabra que quizá pronuncia­mos deprisa y sin pensar, aunque en realidad sostiene una vida entera cuando brota desde el fondo del alma. Agradecer. Y agradecer no como un gesto educado, sino como una forma de mirar la existencia con una hondura distinta, como quien se inclina para recoger un tesoro que siempre estuvo ahí, esperando ser reconocido.

Agradecer limpia el corazón porque lo vuelve permeable a la verdad de cada día. Nos ayuda a salir de esa costumbre que convierte lo diario en obligación y lo hermoso en algo que damos por hecho. Cuando agradecemos, el interior se vuelve más ligero, se ensancha el ánimo, se aquietan miedos que parecían sólidos y aparecen señales de vida que solo emergen cuando bajamos el ritmo. Cada mañana trae un regalo escondido. Cada persona, una historia que abre horizontes. Cada dificultad, un lugar donde la gracia trabaja en silencio. Y cuando nos damos cuenta de todo esto, algo se despierta y sentimos que el camino se suaviza, como si la propia vida quisiera acompañarnos con más suavidad.

Agradecer orienta la mirada hacia quienes caminan con nosotros. De pronto descubrimos que hay rostros que sostienen sin pedirlo, palabras que encienden claridad en los días más grises, gestos pequeños que curan más de lo que imaginamos. Y cuando la gratitud se vuelve manera de vivir, surge una comunidad distinta, más atenta, más tierna, más consciente de la fuerza que nace cuando reconocemos el bien que ya nos rodea. El Adviento crece ahí, en ese tejido de vínculos donde cada persona aporta una chispa que ilumina el conjunto.

Agradecer prepara el camino porque nos ayuda a soltar aquello que pesa, esos pensamientos que enturbian la mirada y esas comparaciones silenciosas que aprietan el alma. La gratitud abre espacio para lo nuevo, porque quien agradece aprende a fiarse, a esperar con serenidad, a caminar sin tensión. Y es entonces cuando percibimos que Dios se acerca por senderos que antes parecían cerrados. La gratitud afina la sensibilidad para captar su paso, para recibir su presencia, para reconocer que la vida está llena de signos que orientan hacia Él.

Quizá este sea el regalo profundo de la semana: permitir que la gratitud brote sin prisa, que empape nuestros gestos, que transforme nuestra forma de mirar, que dé firmeza a nuestra esperanza. Porque agradecer nos pone en camino, nos afina el corazón, nos abre a una Navidad que comienza aquí y ahora, en la forma en que reconocemos el bien que ya florece en nuestra vida y en la vida de quienes comparten con nosotros el mismo sendero.

*Si te has perdido lo de la primera semana de adviento, leelo aquí: En adviento: mirar

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Renovación de votos matrimoniales

La parroquia vivió este fin de semana uno de esos momentos en los que la historia de la comunidad se hace visible de una manera sencilla y profunda a la vez. Varios matrimonios, que a lo largo de este año celebran sus bodas de plata, de oro o incluso más años de vida compartida, se acercaron al altar para renovar las promesas que un día los unieron. No era un acto solemne aislado, sino un gesto vivido en medio de la misa parroquial, en el corazón de la comunidad, donde todo encuentra su sentido.

La renovación de votos fue un instante lleno de emoción contenida, de miradas que decían más que cualquier palabra y de manos que se volvían a entrelazar después de décadas de camino. Cada pareja traía consigo una historia hecha de días luminosos y días difíciles, de decisiones que marcaron etapas, de paciencia aprendida con los años y de ese amor que se hace fuerte cuando se sostiene en Dios. La comunidad, al contemplarlos, vio la belleza de un “sí” que no es solo memoria, sino presente que sostiene y futuro que se abre.

En uno de los momentos centrales de la celebración, cada matrimonio recibió una cruz con la imagen de la Sagrada Familia. Fue un gesto pequeño, pero cargado de significado, porque simbolizaba ese hogar que han ido construyendo juntos, lugar de fe, de cuidado, de reconciliación y de entrega. Después se bendijeron de nuevo los anillos, recordando que la alianza que un día se prometieron se renueva cada mañana con la vida real, la de los gestos cotidianos y la de las decisiones que no siempre se ven.

Los matrimonios participaron activamente en la celebración: encendieron la primera vela de Adviento, introduciendo a la comunidad en este tiempo de espera confiada, proclamaron las lecturas, elevaron las peticiones y presentaron las ofrendas, junto con los juveniles, que simbolizan lo vivido y lo que aún desean seguir ofreciendo. El momento de la comunión fue especialmente significativo: subieron al altar para recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor bajo las dos especies, gesto que muchos vivieron con emoción, como quien regresa a la fuente que ha sostenido su camino.

Entre los testimonios que se compartieron, os compartimos uno de las bodas de plata y otro de las de oro:

“Hemos celebrado nuestro vigésimo quinto aniversario de una vocación común, la cual comenzó con mucha ilusión, proyectos, una aventura por vivir, alegrías por descubrir, momentos malos a soportar, … pero todo ello de la mano de Jesucristo. Un proyecto de vida en común dejándonos llevar por Él.

Hay que celebrar todo y con el primer invitado a la boda, que es Cristo. No celebramos lo pasado sino lo vivido, dando gracias a Dios por todo ello. Todo es don, todo es regalo.

No entendemos vivir nuestro matrimonio sin hacerlo en nuestra comunidad parroquial, desde el día siguiente de nuestra boda que nos presentamos al párroco para ponernos a su servicio (nosotros veníamos de vivir con nuestras respectivas familias en Madrid). Pensamos que la fe se vive en comunidad, una comunidad que reza, acompaña, aprende, alienta; es la Iglesia.

Siempre nos hemos sentido muy arropados y queridos desde siempre, primero de recién casados y colaborando en la catequesis de confirmación, después con la llegada de cada hijo nunca faltó un saludo, una palabra, un gesto de cariño hacia nosotros. Aquí han sido bautizados todos nuestros hijos, aquí han recibido el don de la fe y aquí la pueden vivir, al igual que nosotros. Los hijos participan de las catequesis y grupos. La verdad es que somos muy afortunados por ser de esta parroquia a la que amamos.

Participar en la Eucaristía en la santa Misa, la comunidad reunida en Su nombre, la escucha de la Palabra y recibir su alimento en la Comunión. Cristo Eucaristía es presencia real y viva.

Creemos que la parroquia da muchísimo más de lo que podemos ofrecer nosotros, porque somos muy poquita cosa. Intentamos vivir en la parroquia la fe en Jesucristo participando de los sacramentos, tiempo y dedicación en aquellas actividades en las que podemos colaborar, y estando al servicio del párroco y de la pastoral. No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de hacer extraordinaria cada pequeña vivencia del día viendo a Jesucristo en cada persona. Pero siempre necesitamos del ejemplo de nuestros hermanos de la comunidad para crecer y caminar juntos en la fe.

“El domingo vivimos uno de los días más especiales de nuestra vida, fue un día precioso, en una celebración comunitaria llena de emociones, preparada con tanto mimo.
Para nosotros un día muy emocionante.
Volvimos a revivir el día de nuestra Boda… el volver a decirnos sí quiero después de más de 50 años delante de nuestra comunidad fue un privilegio. El poder dar testimonio de que el Amor que nos unió entonces sigue vivo, que Cristo sigue siendo centro de nuestra vida, que es la fuerza que nos ayuda afrontar el día a día, es importantísimo.
Creo que el celebrarlo dentro de una misa comunitaria es un testimonio importante, saber que el Amor, la fidelidad, la confianza se puede vivir plenamente durante toda una vida y es el mejor testimonio que podemos dar. Vivir con alegría el sacramento del Matrimonio.”

Estas palabras recogen la emoción compartida de la celebración y dan forma a lo que todos intuimos: que la fidelidad es posible, que la gracia sostiene lo que se cuida y que el matrimonio, vivido con verdad, se convierte en un testimonio que ilumina a toda la comunidad.

Pedimos para cada una de estas parejas la bendición del Señor, la alegría serena que nace de la entrega y la luz que acompaña cada etapa. Que la cruz que recibieron encuentre su lugar en sus hogares como signo del camino recorrido y del que aún queda por recorrer. La comunidad entera agradece su testimonio y los acompaña en este “sí” que, década tras década, sigue dando vida a la Iglesia.

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