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San José, padre en la esperanza: un modelo para nuestros tiempos

San José y el Jubileo de la Esperanza

En este tiempo de Jubileo de la Esperanza, en el que somos llamados a renovar nuestra confianza en Dios, la figura de San José resuena con especial fuerza. En él encontramos un padre amoroso, un hombre justo y un modelo de esperanza para nuestros tiempos.

Hoy, 19 de marzo, día de San José y día del padre, es una oportunidad para volver la mirada a este hombre sencillo, pero profundamente fiel, que con su vida nos enseña que la paternidad no es solo una cuestión biológica, sino un compromiso de amor, entrega y responsabilidad.

San José, padre y custodio de la vida

San José es el hombre del silencio fecundo, aquel que, sin grandes discursos, demuestra con hechos lo que significa ser padre: ser guía, protector y testimonio de virtud. Su vida nos enseña que la paternidad va más allá de engendrar; implica custodia, sostener y dar seguridad. Actualmente ser padre puede ser un desafío, sin embargo, su ejemplo nos invita a vivir con fe y confianza en la Providencia.

San José, un testimonio de confianza en Dios

En el contexto del jubileo de la esperanza, podemos encontrar en San José un símbolo de la confianza en Dios. A pesar de las dificultades y la incertidumbre, él aceptó la misión que Dios le encomendó. Su respuesta a la llamada de Dios fue un acto de fe que transformó su vida y la de su familia. Así como él, nosotros también estamos llamados a confiar en los planes de Dios, incluso cuando no entendemos completamente el camino que se nos presenta.

El Día del Padre a la luz de San José

Hoy, al celebrar el Día del Padre, recordemos que ser padre implica también ser un reflejo del amor de Dios. San José fue un hombre que supo escuchar, que se preocupó por el bienestar de su familia y que trabajó arduamente para proveer lo necesario. Esto nos invita a todos, no solo a los padres, a ser figuras de apoyo y amor en nuestras comunidades.

Una invitación a seguir su ejemplo

En este jubileo, renovemos nuestro compromiso de ser padres y figuras de autoridad que inspiran esperanza. Que sigamos el ejemplo de San José, cultivando un hogar donde reine la fe, la esperanza y el amor. Que cada padre en nuestra comunidad se sienta animado a ser un pilar de fuerza y guía para sus hijos, y que todos juntos, como familia parroquial, construyamos un lugar donde cada persona se sienta amada y valorada.

En este día especial, pidamos la intercesión de San José para que todos los padres sean bendecidos con sabiduría y paciencia, y que podamos vivir en la esperanza que nos ofrece nuestro Señor. Que San José, fiel servidor del Señor y padre en la esperanza, nos ayude a confiar, a amar y a ser instrumentos de Dios en la vida de los demás.

 

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Segunda semana de Cuaresma: Dejarse amar

Dejarse amar: La luz que transforma

Nos cuesta dejarnos amar. Decimos que buscamos a Dios, que anhelamos su luz, pero muchas veces solo queremos el consuelo sin el camino, la certeza sin el proceso, la alegría sin la entrega. Nos gustaría quedarnos en lo extraordinario, en lo que se ve y se siente con fuerza, sin pasar por el desgaste de lo diario; y, sin embargo, el amor de Dios no es solo un destello en la cima, es un fuego que nos moldea en la llanura, en los días comunes, en la historia concreta de nuestra vida.

Eso es precisamente lo que vivieron Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor. Sus ojos vieron lo que el corazón apenas podía comprender: la gloria de Jesús resplandeciendo ante ellos. Y quisieron quedarse ahí. Querían prolongar la luz, aferrarse a ese instante donde todo tenía sentido; pero, Jesús no les permitió quedarse. La revelación no era para retenerla, sino para aprender a vivir en ella. Y no les quedó más remedio que bajar, volver a lo cotidiano, aprender a caminar con la certeza de que, aunque la luz no siempre fuera visible, seguía estando en lo profundo.

Dejarse amar es rendirse a la luz

Nos cuesta dejarnos amar porque el amor verdadero no se impone, sino que nos invita, y para aceptar la invitación, hay que confiar. Nos resistimos porque el amor nos expone, nos descubre en nuestra fragilidad, nos enfrenta a nuestras heridas. Aceptar que somos amados sin méritos ni condiciones nos desarma, porque nos hace renunciar a nuestras propias estrategias de control. Queremos demostrar, queremos merecer, queremos corresponder con algo que nos haga sentir dignos, y, sin embargo, Dios no nos ama por lo que hacemos, sino por quienes somos.

Pedro no entendía lo que veía, pero quería retenerlo; a nosotros nos pasa algo parecido, tampoco entendemos del todo el amor de Dios, pero queremos asegurarlo, fijarlo, merecerlo. Nos cuesta creer que no depende de nosotros, que no se gana ni se pierde, que simplemente es. Y por eso nos cuesta tanto dejarnos amar. Preferimos el esfuerzo al abandono, la autosuficiencia a la confianza, la seguridad de lo tangible a la libertad de dejarnos hacer.

Paradójicamente, la luz de Dios no se impone, se recibe. La transfiguración no fue un logro de los discípulos, sino un regalo, no fue el resultado de su fidelidad, sino la manifestación de la fidelidad de Dios. Así es su amor: nos alcanza cuando menos lo esperamos, nos ilumina sin que podamos explicarlo, nos transforma cuando, por fin, dejamos de resistirnos.

Dejarse amar es bajar de la montaña

La tentación de Pedro es la nuestra: quedarnos donde todo es claro, donde el amor no duele, donde no hay dudas ni sombras, más, la invitación de Jesús es distinta; Él nos llama a bajar, a llevar la luz a los valles donde la fe se prueba, donde la esperanza tambalea, donde el amor es más difícil porque no siempre brilla, digamos que nos llama a vivir amados, no solo a sentirnos amados.

La Cuaresma es un camino de transformación. No nos pide que fabriquemos la luz, sino que aprendamos a recibirla. No es tiempo de demostrarle nada a Dios, sino de aprender a dejarnos amar.

Tal vez nos encontramos en un momento en el que nos cuesta creer que su amor es real. Quizás hay heridas que nos hacen dudar, cicatrices que nos han endurecido, miedos que nos impiden abrir el corazón; pero, Dios no se cansa, su amor sigue llegando, sigue llamando, sigue esperando, y no para quedarse en la cima, sino para caminar con nosotros en la vida de cada día.

Dejarnos amar es atrevernos a bajar de la montaña con la certeza de que la luz no se ha ido, sino que ahora brilla dentro. Es confiar en que Dios no solo nos ilumina en los momentos de gloria, sino que nos sostiene en las sombras, nos guía en las noches, nos transforma en cada paso.

Dejarnos amar es, al final, soltar el miedo, confiar en el amor y dejar que Dios haga en nosotros su obra.

 

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Día del Seminario: Sembradores de esperanza

El Día del Seminario nos invita a reconocer y agradecer la vida y la vocación de aquellos que han sentido la llamada de Dios al sacerdocio. Bajo el lema «Sembradores de esperanza», este año se nos recuerda la importancia de los sacerdotes como testigos del Evangelio.

Los 1.036 seminaristas que se están formando en los 82 seminarios de España son la promesa de un futuro lleno de entrega y servicio. Ellos han escuchado la llamada del Señor y han respondido con valentía, preparándose durante años para ser pastores según el corazón de Cristo. En un camino de discernimiento y formación, van configurando su vida para convertirse en misioneros de la esperanza, comprometidos con el anuncio de la Buena Noticia en todos los rincones de nuestra geografía.

El ministerio sacerdotal es un auténtico antídoto contra la desesperanza. Frente a la incertidumbre económica, los sacerdotes están al lado de los más vulnerables, sosteniendo proyectos de Cáritas y acompañando a los que sufren. Frente al miedo a la enfermedad, brindan consuelo a los enfermos y moribundos, ofreciéndoles no solo asistencia espiritual sino también una presencia cercana y amorosa. Frente a la crisis de sentido en muchos jóvenes, se convierten en guías y referentes, ayudándoles a descubrir la belleza de una vida vivida en plenitud. Frente a la despoblación y el abandono de las zonas rurales, se hacen presentes en cada rincón, sosteniendo comunidades y recordando que Dios nunca deja a nadie solo.

Cada sacerdote es, en definitiva, un sembrador de esperanza en nuestra sociedad, alguien que, con su vida entregada, nos recuerda que Dios sigue actuando en la historia, llamando a hombres de nuestro tiempo para hacer presente su amor. Hoy más que nunca, oramos por las vocaciones, por nuestros seminaristas y por aquellos que ya han entregado su vida al servicio de la Iglesia.

En este 16 de marzo, en torno a la fiesta de S. José, en el que celebramos el Día del Seminario con el lema «Sembradores de Esperanza», miremos con gratitud a quienes han respondido generosamente a la llamada de Cristo y pidamos al Señor que siga enviando trabajadores a su mies. ¡Que nuestra oración y nuestro apoyo sean semilla fecunda para que nunca falten pastores que acompañen y conduzcan al pueblo de Dios!

Más información: https://www.conferenciaepiscopal.es/dia-del-seminario-2025/

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Primera semana de Cuaresma: Amar

Amar es elegir vida

Comenzamos este camino de Cuaresma con una certeza: el amor no es solo un sentimiento, es una elección. Amar es un verbo que se conjuga en la vida, en lo concreto, en cada gesto que da luz y sentido a nuestro día. No se trata de emociones pasajeras ni de impulsos que vienen y van, sino de un amor que toma forma en lo que elegimos, en lo que cuidamos, en lo que damos.

Jesús nos muestra que el amor se elige en la libertad, incluso en los momentos de prueba. No es un amor que se impone ni que se mide por recompensas, sino el que brota cuando decidimos confiar, cuando optamos por lo que edificamos, cuando renunciamos a lo que nos aleja de lo esencial. En cada paso de nuestro camino, nos encontramos con esas preguntas que desafían el corazón: ¿dónde pongo mi vida? ¿en qué centro mi confianza?

Amar es una decisión que nos moldea. Hay momentos en los que sentimos la tentación de buscar caminos más fáciles, de acomodarnos, de conformarnos con lo inmediato. Pero el amor nos llama a ir más allá, a elegir lo que da Vida. «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Cuando amamos, no nos quedamos en lo superficial, sino que buscamos lo que nutre de verdad, lo que nos sostiene cuando todo parece frágil.

Amar es elegir lo que da Vida. Es mirar con ojos nuevos lo que nos rodea y descubrir en cada día una oportunidad para sembrar bien, para cuidar, para apostar por lo que permanece. En un mundo que tantas veces nos empuja a la prisa, a la búsqueda de lo inmediato, a la seguridad de lo tangible, el amor nos recuerda que lo más valioso no siempre es lo más visible. Amar es apostar por la fidelidad en lo pequeño, por la coherencia en lo escondido, por la entrega que no busca ser aplaudida, sino que simplemente ama porque sí.

Amar es aprender a soltar

En este tiempo de Cuaresma, estamos llamados a revisar nuestro rumbo, a soltar lo que nos ata y a quedarnos con lo que en verdad sostiene. Amar es aprender a soltar: soltar lo que pesa, lo que distrae, lo que llena las manos pero deja vacío el corazón. Amar es elegir bien nuestras batallas, nuestras palabras, nuestros silencios. Es dar espacio a lo que nos nutre y nos hace crecer.

A veces, nos aferramos a seguridades que creemos imprescindibles. Queremos que todo tenga una respuesta inmediata, que el amor sea siempre correspondido, que nuestros esfuerzos den frutos visibles. Pero el amor auténtico no es posesión ni control, sino entrega confiada. No todo se nos dará de la manera en que esperamos, pero si amamos de verdad, sabremos soltar sin miedo.

Jesús mismo, en su camino, tuvo la oportunidad de elegir otro rumbo, de buscar el reconocimiento, el poder o la seguridad, pero eligió amar. «Al Señor, tu Dios, adorarás y solo a Él darás culto» (Lc 4, 8). Amar es eso: dejar de lado lo que nos aleja de Dios y de los demás, renunciar a lo que nos encierra en nosotros mismos, para abrirnos a lo que realmente nos plenifica.

Soltar no significa perder, significa confiar. Significa comprender que cuando amamos desde la libertad, nada se desperdicia. Todo gesto, toda entrega, todo silencio lleno de amor se convierte en semilla de algo mayor, incluso cuando no lo vemos de inmediato.

Amar es caminar sin miedo

 El amor no nos paraliza, nos lanza a la vida. No porque todo esté claro, sino porque confiamos en que cada paso tiene sentido. Es mirar hacia adelante con esperanza, sin quedarnos atrapados en lo que no fue, en lo que nos hirió, en lo que no entendemos. Amar es seguir adelante, sabiendo que Dios camina con nosotros, sosteniéndonos incluso cuando nos sentimos frágiles.

A veces, nos preguntamos si vale la pena elegir el amor cuando las respuestas no son inmediatas, cuando el camino es incierto. «No tentarás al Señor, tu Dios» (Lc 4, 12). No necesitamos poner a prueba a Dios para saber que está con nosotros. El amor no necesita garantías, porque es en sí mismo la mayor certeza. Amar es confiar, incluso cuando no vemos con claridad el final del camino.

Esta primera semana de Cuaresma nos invita a hacer espacio en el corazón para elegir lo que permanece, para dejarnos transformar por el amor que todo lo renueva. No es un amor abstracto, sino el que se expresa en la mirada que acoge, en la palabra que anima, en el consejo que acompaña sin condenar, en la paciencia que espera, en la fidelidad que no se cansa.

Que en estos días podamos escuchar más profundamente esa voz que nos llama a amar sin reservas. Que cada decisión sea una respuesta a ese amor que primero nos amó. Que esta Cuaresma nos ayude a redescubrir que amar no es perder, sino ganar Vida.

 

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Peregrinar es dejarse encontrar: caminemos juntos a Santiago

Algunos caminos dejan huella más allá de la distancia recorrida. El Camino de Santiago es uno de ellos. Cada paso es una invitación a descubrir, a abrir el corazón, a vivir la presencia de Dios que nos acompaña. Peregrinar no es solo avanzar hacia una meta, sino dejarse encontrar en el camino: por Dios, por los demás, por nosotros mismos.

Este año, la Cofradía de Santiago Apóstol de nuestra parroquia Santísima Trinidad de Villalba nos invita a vivir una peregrinación especial: recorreremos juntos el Camino Fluvial a Santiago de Compostela, del viernes 6 al lunes 9 de junio de 2025. Cuatro días para compartir vida, oración y fraternidad. Cuatro días para descubrir que la verdadera meta no está solo en la plaza del Obradoiro, sino en cada paso dado con sentido.

Peregrinar es confiar

No vamos solos. Nos sostiene la compañía de quienes caminan a nuestro lado, el testimonio de quienes nos han precedido y la certeza de que Dios nos sale al encuentro en cada tramo del camino. La peregrinación nos enseña a soltar las prisas, a confiar en la providencia, a mirar con asombro lo que nos rodea y a redescubrir la belleza de lo sencillo. Cada sendero, cada silencio, cada oración compartida se convierte en un reflejo de ese Dios que nos acompaña siempre.

Peregrinar es vivir la hospitalidad

Durante estos días, todo está preparado para que podamos vivir esta experiencia sin preocupaciones: alojamiento en habitación doble en régimen de pensión completa, transporte en tren y autobús para el grupo de 30 personas… Un camino cuidado para que podamos centrarnos en lo esencial.

El precio por persona es de 450€ para cofrades y 470€ para no cofrades

(suplemento de 51€ para habitación individual, según disponibilidad).

Peregrinar es responder a una llamada

Las inscripciones estarán abiertas en los salones parroquiales los días:

Jueves 6, viernes 7, lunes 10 y martes 11 de marzo

De 18:00h a 19:00h (excepto el viernes 7, que será de 19:00h a 20:00h).

Después del 11 de marzo, se podrá solicitar información en la sacristía o en los despachos parroquiales.

Peregrinar es ponerse en camino

Quizá llevas tiempo sintiendo esta llamada. Quizá anhelas unos días para reencontrarte contigo mismo, para orar caminando, para descubrir en cada paso una presencia que acompaña. Esta es la oportunidad. Una oportunidad para detenernos en lo importante, para caminar con otros, para abrir el corazón.

El Camino espera. Dios nos espera. Y la mejor manera de encontrarlo es ponerse en camino. ¿Nos acompañas?

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Cuaresma: Camino de amor y esperanza

Comenzamos este nuevo tiempo con un gesto sencillo pero cargado de significado: la ceniza sobre nuestra frente. Nos dice que somos frágiles, sí, pero también profundamente amados por Dios. La Cuaresma es un camino de transformación, una oportunidad para volver al corazón del Evangelio y renovarnos en el Amor.

En este Año Jubilar de la Esperanza, cada semana nos ofrece una nueva pista para caminar con sentido, para descubrir que la Cuaresma no se trata de nosotros y nuestros esfuerzos, sino de Dios, quien nos sostiene y nos espera siempre con los brazos abiertos.

Amar: El desierto como escuela del corazón

Jesús, en el desierto (Lc 4, 1-13), nos enseña que amar es elegir. Las tentaciones no son solo pruebas externas, sino preguntas profundas: ¿en qué confío?, ¿dónde pongo mi vida? Amar a Dios es apostar por lo que dura, es soltar lo que pesa y abrazar la libertad de los hijos. Esta Cuaresma es una invitación a revisar el rumbo, a dejar lo superficial y quedarnos con lo que da Vida.

Dejarse amar: La luz de la Transfiguración

En la montaña, Pedro, Santiago y Juan contemplan la gloria de Jesús (Lc 9, 28b-36), y quieren quedarse ahí, aferrarse a la experiencia; pero, Jesús los llama a bajar, a vivir esa luz en lo cotidiano. Nos cuesta dejarnos amar porque preferimos lo inmediato, lo visible, lo fácil; sin embargo, el amor de Dios nos pide tiempo, nos transforma poco a poco, si nos dejamos hacer.

La grandeza del perdón: Dar otra oportunidad

La parábola de la higuera estéril (Lc 13, 1-9) nos habla de la paciencia de Dios, que no corta ni descarta, sino que espera y cuida. Nosotros solemos ser más rápidos en señalar lo que no funciona, en cansarnos de los demás o incluso de nosotros mismos. Sin embargo, Dios cree en cada uno y nos da siempre otra oportunidad. ¿Podemos hacer lo mismo con los demás?

Peregrinos del amor y la misericordia

El hijo pródigo vuelve a casa, esperando reproches, pero encuentra un abrazo (Lc 15, 1-3.11-32). ¿Somos conscientes de que Dios nos espera así? La Cuaresma es un camino de regreso al Padre, desde la confianza. Como Iglesia, estamos llamados a ser un hogar para todos, un lugar donde cada persona pueda volver y ser recibida con amor.

Sembradores de esperanza

Cuando llevan a la mujer adúltera ante Jesús (Jn 8, 1-11), esperan una condena, sin embargo, encuentran misericordia. La mirada de Dios no destruye, sino que levanta. No hemos sido enviados a señalar, sino a sanar, a sembrar esperanza en un mundo que muchas veces la pierde. ¿Cómo podemos, en esta Cuaresma, convertirnos en signos vivos de la ternura de Dios?

Cómo vivir la Cuaresma en lo cotidiano

  • Oración: Menos ruido, más escucha. Dios nos habla en lo sencillo, en lo pequeño.
  • Ayuno: No solo privarse de alimentos, sino de todo lo que nos aparta del amor: la indiferencia, la prisa, la autosuficiencia.
  • Limosna: Un corazón que se abre no solo para dar cosas, sino para hacerse don: con tiempo, con gestos, con escucha, con ternura.

La Cuaresma es un fuego que purifica, una invitación a reavivar lo que somos y a dejarnos renovar por el Espíritu. No la vivamos como una obligación, sino como una oportunidad para amar mejor, para dejarnos amar sin miedo y para ser testigos de que Dios nunca se cansa de nosotros.

Que cuando llegue la Pascua, nos encuentre con un corazón más grande y unas manos más abiertas.

 

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La música y el arte: caminos hacia Dios

Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: (más…)

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Parroquia en Misión

En ocasiones pensamos en la Iglesia como un lugar al que acudir los domingos, un espacio de oración y encuentro con Dios al que entramos con respeto y silencio, y, sin embargo, aunque es todo eso, la Iglesia no es solo un edificio, ni un horario, ni un rito, sino que la Iglesia es familia, es comunidad, es presencia viva de Cristo que camina con nosotros y que nos llama a ser testigos de su amor en medio del mundo.

No podemos quedarnos quietos, no podemos quedarnos dentro: somos enviados, tenemos que ‘salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio’ (Evangelii Gaudium, 20) Y como toda familia, no se queda esperando, sino que sale al encuentro, busca, llama a la puerta con ternura, porque sabe que el amor de Dios no se impone, sino que se ofrece con la suavidad de quien ama de verdad.

Este año, en nuestra parroquia queremos dar un paso más en ese salir al encuentro. Queremos acercar el amor, la ternura y la compasión de Dios a los hogares, a las familias, a cada persona que lo desee. Con motivo del Año Jubilar «Peregrinos de la Esperanza», hemos organizado la Misión Parroquial, una visita especial en la que queremos compartir un tiempo de gracia en cada hogar que nos abra sus puertas. Porque Dios se hace presente en lo cotidiano, en la mesa de nuestra casa, en la conversación sencilla, en el silencio compartido, en la oración que nos une.

UNA VISITA QUE TRANSFORMA

Esta visita es un encuentro con Dios. Cuando permitimos que su Palabra entre en nuestra casa, cuando nos reunimos para orar juntos, cuando escuchamos lo que Él quiere decirnos, algo cambia. A veces sentimos que nos falta paz, que nos cuesta encontrar sentido, que la vida nos sobrepasa. Pero cuando dejamos que el Señor entre, todo cobra una luz distinta. Nos sentimos acompañados, comprendidos, fortalecidos. Nos damos cuenta de que no estamos solos, que hay un amor incondicional que nos abraza y que nos sostiene.

Y no solo es un encuentro personal, sino también comunitario. La fe crece cuando se comparte, y juntos nos sostenemos en la esperanza. Como nos dice el Señor: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». (Mateo 18, 20). Por eso, esta misión no es solo para quienes reciben la visita, sino para toda la parroquia, llamada a caminar junta y a abrir caminos de encuentro con Cristo en los demás.

La misión es para todos. No importa cuánto tiempo hace que no pisamos la parroquia, ni si tenemos dudas, ni si nuestra fe es frágil. Dios no busca perfección, busca corazones abiertos. Solo hace falta un «sí», una disposición a recibir su visita, a permitirnos la experiencia de compartir la fe con quienes queremos. Podemos invitar a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros vecinos. Juntos leeremos la Palabra, compartiremos lo que nos dice, oraremos por nuestras necesidades y un sacerdote bendecirá nuestro hogar. Porque Dios es una presencia real que transforma nuestra vida cuando le damos espacio.

UN JUBILEO QUE SE HACE VIDA

El Año Jubilar nos llama a ser «Peregrinos de la Esperanza», un caminar con la certeza de que Dios nos acompaña. Su amor es real, su presencia es concreta, su bendición ilumina nuestra vida y fortalece nuestras relaciones. La misión parroquial es una oportunidad para dejar que esa esperanza toque nuestro hogar y para redescubrir la alegría de sentirnos parte de una comunidad de fe.

Un instante de oración, una palabra de consuelo, un gesto de fe compartido tienen el poder de encender una llama que ilumina a todos los demás. A veces, una simple visita recuerda que Dios sigue actuando, que su amor sigue vivo, que su gracia sigue obrando en nuestra historia.

Si sientes que este es tu momento, si deseas abrir tu casa a la visita del Señor, puedes apuntarte en la sacristía, en el despacho parroquial o al salir de misa. Nos pondremos en contacto contigo para agendar día y hora.

Que el Espíritu Santo nos impulse en esta misión, nos conceda corazones ardientes y generosos, y nos ayude a vivir con alegría este tiempo de gracia. Que la Virgen María, estrella de la evangelización, nos acompañe en cada encuentro, y que nuestra parroquia se llena de la luz de Cristo.

¿Nos atrevemos a abrirle la puerta?

P. Luis Murillo Madrigal

 

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