Este fin de semana vivimos nuestra primera convivencia de postcomunión, que ha sido la manera más bonita de abrir el curso de catequesis con el tema “Los Evangelios”. El día dio para mucho: aprendimos, compartimos, nos reímos y confirmamos que cuando uno se encuentra de verdad con los demás, todo cobra un sentido especial.
Comenzamos la mañana con una oración sencilla y profunda, poniéndonos en manos de Cristo y recordando que Él nos llama por nuestro nombre, uno a uno, para enviarnos como pequeños misioneros. Tal vez el mundo vea gestos diminutos, pero sabemos que en el corazón de las personas esos gestos se vuelven enormes.
Después nos lanzamos a los juegos, que nos ayudaron a soltarnos, cruzar miradas nuevas y descubrir amigos más allá de nuestro grupo habitual de catequesis. Ese rato fue clave para crear ambiente y empezar a sentirnos comunidad.
Tras un respiro en el patio, donde tuvimos tiempo de jugar y movernos un poco, llegó el momento de la catequesis. Nos dividimos en dos grupos: cada equipo profundizó en dos evangelistas y luego compartió con los demás lo que había descubierto. Entre todos fuimos levantando carteles grandes, llenos de color, donde quedaron recogidas las ideas principales y los momentos más significativos de cada Evangelio.
Cuando terminamos ya teníamos todos hambre, así que la comida compartida nos supo a celebración. Hasta la lluvia quiso acompañar, aunque no nos frenó en nada de lo que habíamos preparado.
Y para cerrar el día, celebramos la misa con las familias, que fue un broche precioso para una convivencia que se llenó de risas, juegos, apoyo mutuo y oración. Volvimos a casa cansados, contentos y con la sensación de que el curso acaba de empezar con mucha vida.
Queremos expresar nuestro agradecimiento a Dios, quien ha estado presente en cada encuentro, en cada gesto de alegría y en cada palabra compartida. Su Espíritu ha sostenido la convivencia, inspirando la unión, la escucha y la sencillez con la que los niños viven la fe. Damos también las gracias a nuestra comunidad parroquial, que acompaña, cuida y crea espacios donde crecer juntos. Y, por supuesto, al P. Adrián, quien estuvo con nosotros durante el día y nos regaló su cercanía y su mirada de pastor; a los catequistas, que ponen corazón y energía en cada detalle; a las familias, que confían en este camino y lo hacen posible; y, sobre todo, a los niños, que con su alegría y su forma de vivir la fe nos recuerdan por qué merece la pena todo este esfuerzo compartido.
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