A las Puertas de la Semana Santa
Compartimos la reflexión del párroco D. José María.
Vamos a entrar en la celebración de los misterios de la pasión y muerte del Señor donde experimentaremos lo que significa que Dios nos quiere vivos, lo que significa la misericordia y el perdón de Dios.
Es una semana donde se “condensan” los misterios de nuestra fe en el Misterio Pascual, es decir, la muerte y resurrección de Jesús. Pero corremos un peligro: repetir la liturgia que la Iglesia tiene tan bien diseñada, haciéndola con la mayor solemnidad posible y, sin embargo, finalizando dichas celebraciones sin haber modificado absolutamente nada de nuestra vida.
Por eso estamos invitados a contemplar con el corazón cómo vivió Jesús sus últimas horas, cuál fue su actitud en el momento de la muerte. Los evangelios no se detienen a analizar sus sentimientos. Sencillamente recuerdan que Jesús murió como había vivido. Lucas, por ejemplo, ha querido destacar la bondad de Jesús hasta el final, su cercanía a los que sufren y su capacidad de perdonar. Según su relato, Jesús murió amando.
En medio del gentío que observa el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús llorando. No pueden verlo sufrir así. Jesús «se vuelve hacia ellas» y las mira con la misma ternura con que las había mirado siempre: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Así marcha Jesús hacia la cruz: pensando más en aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento.
Faltan pocas horas para el final. Desde la cruz solo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: «Acuérdate de mí». Su respuesta es inmediata: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Siempre ha hecho lo mismo: quitar miedos, infundir confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue haciendo hasta el final.
El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando en el madero, Jesús dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo». Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan. Según Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su amor, su perdón y su paz a todos, incluso a los que lo están matando.
No es extraño que Pablo de Tarso invite a los cristianos de Corinto a que descubran el misterio que se encierra en el Crucificado: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres». Así está Dios en la cruz: no acusándonos de nuestros pecados, sino ofreciéndonos su perdón.
Contemplemos, acompañemos, dejemos que el Misterio de que celebramos cambie nuestras vidas y nos llenemos de fe, amor y esperanza en esta Pascua.
Unidos en el Señor,
José Mª Crespo
Hoja Dominical 03-04-2022
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Lucas, con su evangelio de la misericordia, nos ofrece durante la Cuaresma del ciclo C también la Cuaresma de la misericordia, y con ella nos revela la plenitud de su plan: “Dios no envió al mundo a su Hijo para condenar el mundo sino para que el mundo se salve por Él”, dice san Juan. Resuenan las palabras de Ezequiel: “No quiere Dios la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. (más…)
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La «escultura» viva de Dios (fecundidad)
El tema del cuarto Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «La «escultura» viva de Dios (fecundidad)».
Presentamos el texto para reflexionar.
Comenzamos rezando
Tres palabras han puesto de manifiesto cuánto aporta la familia, tal como la vamos contemplando en esta Cuaresma, a la vida humana: soledad (la familia sana nuestra soledad), ternura (si no tengo amor, no soy nada) y servicio (su servicio a la sociedad y a la Iglesia es impagable). En esta cuarta semana, se añade la palabra fecundidad: la fecundidad de la familia refleja la fecundidad creadora del Dios que nos salva.
Hagamos descender hasta el corazón, los sentimientos del siguiente himno litúrgico, que nos trae a la memoria la presencia creadora de Dios:
Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.
De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.
El árbol toma cuerpo, y el agua melodía;
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.
No hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia. Vivir es este encuentro:
Tú, por la luz, el hombre, por la muerte.
¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte
de haberle dado un día las llaves de la tierra. Amén.
La familia, “escultura” de Dios
Seguimos escuchando al papa Francisco cuando dice: «la pareja que ama y genera la vida es la verdadera “escultura” viviente ―no aquella de piedra u oro que el Decálogo prohíbe―, capaz de manifestar al Dios creador y salvador».
La fecundidad es la característica más evidente de esa realidad básica de la existencia, que llamamos familia. Esta fecundidad se realiza en tres planos, que se sostienen entre sí: en el plano personal, en el plano social y en el plano familiar.

En el plano personal, la fecundidad refleja la capacidad que la pareja tiene para ayudarse a crecer en valores personales, mediante el encuentro y el roce diario con las circunstancias de la vida, vividas desde el amor. Ese amor, del que se habló en la segunda semana, lleva a los esposos a apoyarse, pero también a corregirse, a ver con objetividad los problemas y situaciones, a afrontar las múltiples circunstancias de la vida buscando más la verdad que las propias inclinaciones.
Es un diálogo, a veces difícil, a veces grato y siempre fecundo, que perfecciona la percepción de la realidad que cada uno tiene. Ningún espacio como el de la intimidad del amor es más apto para acoger una visión compartida y madura de la vida.
En el plano social, la fecundidad de la pareja la hace protagonista de la vida de la comunidad en la que desarrolla su existencia.
Frente a la tendencia egoísta a retraerse y dejar que sean otros quienes afronten las necesidades y problemas que siempre surgen en la vida del pueblo, de la ciudad, del país, de la comunidad de vecinos o de las familias cercanas que conocemos, la decisión de la pareja de ser fecundos en el plano social lleva a los esposos y a los hijos a preocuparse e intervenir en lo que ocurre en el ámbito social de nuestra existencia.

En el plano familiar, la fecundidad del matrimonio se hace palpable en la decisión de engendrar a los hijos, prolongando en ellos el amor esponsal y el acto creador de Dios, que se materializan en las criaturas engendradas mientras los esposos se “dicen” su amor mutuo. Y asumiendo la hermosa, y tantas veces difícil, tarea de educarlas para que lleguen a ser personas responsables y creyentes.
La fecundidad del matrimonio, en los tres planos señalados, es “imagen” viva y eficaz de Dios; es signo visible de su acto creador y de ese largo camino de salvación que Él viene recorriendo con nosotros en la vida. Es también un reflejo viviente de Dios Trinidad, porque, como dijo el papa Juan Pablo II, «nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo». De modo que, cuando la educación de los hijos se hace cuesta arriba por los múltiples problemas que lleva consigo la vida humana, la familia cristiana hará bien en pensar cuánto hace sufrir a Dios (por decirlo con palabras humanas) la historia humana y su salvación.
¡Abrid los ojos!
La vida de familia comporta todos los días el cumplimiento de unos compromisos comunitarios y fraternos, que obligan a abrir más y más el corazón, justamente porque esos compromisos nos piden reaccionar frente al egoísmo individual, al cansancio o la despreocupación, que muchas veces nos tientan.
El papa Benedicto XVI nos advirtió que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios», y que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un mundo oscuro». Por esto la vida familiar, con su constante exigencia de comunión amorosa, es lugar privilegiado para encarnar la espiritualidad: la familia no hace más difícil la santificación de los esposos, sino que la favorece.
El papa Francisco saca de esto dos consecuencias valiosas, cuando escribe:
«Si la familia logra concentrarse en Cristo, él unifica e ilumina toda la vida familiar. Los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la cruz del Señor, y el abrazo con él permite sobrellevar los peores momentos. En los días amargos de la familia hay una unión con Jesús abandonado que puede evitar una ruptura. [Pero también…] Los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección. Los cónyuges conforman con diversos gestos cotidianos ese espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado» (“Amoris laetitia”, 316-317).
El camino ordinario para vivir esta espiritualidad matrimonial y familiar es la oración en común, la oración en familia. Desgraciadamente, han caído en el olvido, como si fuera una antigualla, la bendición de la mesa o el rezo del rosario, que nuestros abuelos vivían con toda naturalidad. Y no nos hemos vuelto más modernos, sino más descreídos. Por eso, una consecuencia positiva de la conversión cuaresmal, que venimos preparando con estos momentos de reflexión, puede ser el propósito de recuperar la oración en familia.
El Papa invita a «encontrar unos minutos cada día para estar unidos ante el Señor vivo, decirle las cosas que preocupan, rogar por las necesidades familiares, orar por alguno que esté pasando un momento difícil, pedirle ayuda para amar, darle gracias por vida y por las cosas buenas, pedirle a la Virgen que proteja con su manto de madre» (“Amoris laetitia” 318).
Este camino de oración familiar culmina participando juntos en la Eucaristía dominical. «Jesús llama a la puerta de la familia para compartir con ella la cena eucarística. Allí, los esposos pueden volver siempre a sellar la alianza pascual que los ha unido», y proporciona un momento decisivo para educar la fe de los hijos. Toda la familia unida participando de la mesa eucarística hace visible la Iglesia como el cálido hogar que resguarda la fe de la intemperie y de las inclemencias de la vida.
Construir el hogar día a día
Al final de su exhortación sobre la familia, el Papa advierte que «ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar» (“Amoris laetitia” 325).
Es una advertencia muy necesaria para no desanimarse ante los fallos que siempre jalonan la vida de los seres humanos y para recodar la imperiosa necesidad de ayudarse y apoyarse mutuamente, unas familias cristianas en otras, para llevar a término todo el programa que se ha desplegado en estas cuatro semanas.
«Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él». Esta experiencia está hecha de muchos momentos en los que «recordamos que esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. (…) Esta apertura se expresa particularmente en la hospitalidad. Cuando la familia acoge y sale hacia los demás, especialmente hacia los pobres y abandonados, es un símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia» (“Amoris laetitia”, 323-324).
Además, el Papa invita a abrir los ojos ante la que él llama “familia ampliada”, que existe más allá de los límites estrictos de la propia familia. Invita, pues, a las familias cristianas a dirigir la mirada hacia esa familia ampliada, en la medida que sus fuerzas y posibilidades se lo permitan:
«Esta familia grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los sol- teros, separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida incluso los más desastrosos en las conductas de su vida…» (“Amoris laetitia”, 197).
Por todo ello, la última recomendación en este año, antes de disponernos a celebrar la Pascua, es que, en la medida de lo posible, busquemos siempre el apoyo de otras familias cristianas para compartir con ellas las metas que hemos de alcanzar, las dificultades que encontramos en el camino, tanto de la vida espiritual de la pareja como de la educación de los hijos, los apoyos con los que podemos contar para no desanimarnos ante lo arduo de la tarea o ante los fallos a los que nos abocan nuestras propias limitaciones.
Y esto se consigue con la ayuda de movimientos y asociaciones específicas para avanzar en la construcción de una vida familiar según los designios de Dios y para superar el desánimo que nos ronda en tantas ocasiones.
En la Iglesia diocesana existe la experiencia de grupos apostólicos que se han ayudado y pueden seguir ayudando en este camino: el Movimiento Familiar Cristiano, el Encuentro Matrimonial, los grupos de Acción Católica General, etc. son experiencias que pueden ofrecer su estructura y su experiencia, y que necesitan también la vitalidad de nueva savia.
La meta de estas reflexiones es lograr que “la alegría del amor” se manifieste a este mundo nuestro y en este tiempo, que siempre es de gracia, a través de las familias cristianas de la Diócesis.
Concluyamos con una oración para el camino de la vida, en el que necesitamos compañía: la compañía de los más cercanos, que nos aman, la compañía de otras familias cristianas, preocupadas como nosotros por ser sal y luz en el mundo en que vivimos, y sobre todo la compañía del Resucitado, que siempre camina junto a nosotros:
Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.
No lo veo, pero está. Si voy ligero,
él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.
Al llegar a terreno solitario,
él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí se reposa.
Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama él), siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa.
Guía para orar durante la Cuaresma para la cuarta semana
Del 27 de marzo al 2 de abril
Es grande el servicio que la fecundidad de la familia proporciona a la sociedad, ayudándola a ver que es posible superar las tentaciones de egoísmo que frecuentemente surgen en la vida de todos.
Lecturas bíblicas para esta semana
En los capítulos 14 al 18 del evangelio de San Mateo aparece la fundación de la Iglesia. Jesús da normas para la vida comunitaria, que sirven tanto para la comunidad cristiana como para la comunidad familiar.
Palabras para orar
Salmo 32
Dichosa la nación, (la familia),
cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
Nosotros aguardamos al Señor;
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Salmo 129
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
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Hoja Dominical 27-03-2022
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Una de las prácticas clásicas del tiempo cuaresmal son los ayunos. En el ayuno, como en la abstinencia, el hombre se priva de algo que hace bien a su cuerpo, y lo hace en memoria de su pecado, por el que se ha hecho merecedor de vagar por el desierto sin comer alimentos de la tierra, incluso cuando recibe el fruto de la benevolencia y la abundancia de Dios, que ha entregado a su Hijo único por nuestro perdón. (más…)
Leer Más »Acoger y cuidar la Vida, don de Dios
El 25 de marzo, «en la solemnidad de la Anunciación del Señor toda la Iglesia es convocada a celebrar el misterio más excelso de nuestra fe, la encarnación del Hijo de Dios y, unido a dicho misterio, a celebrar una Jornada por la Vida.
Entrar en este misterio del Verbo encarnado nos lleva a tomar conciencia del gran amor del Padre que «tanto amó al mundo que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16) para salvarnos. Si Dios envía a su Hijo es porque ama al hombre, ama la vida de los hombres, a los que ha destinado a ser sus hijos y alcanzar la santidad (cf. Ef 1, 4-5).
En efecto, Dios es la fuente del ser y de la vida, que por amor creó al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gen 1, 27) y que ahora, viniendo al mundo, quiere alumbrar al hombre, comunicarle la nueva vida de la gracia (cf. Jn 1, 4. 9). Sin embargo, no quiso Dios restaurar la vida del hombre herida por el pecado sin contar con la colaboración humana.
Así, en esta solemnidad de la Anunciación celebramos que el «sí» de la Virgen María se ha convertido en la puerta que nos ha abierto todos los tesoros de la redención.
En este sentido acoger la vida humana es el comienzo de la salvación, porque supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación; de ahí el empeño de la Iglesia en defender el don de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, puesto que cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor.
Acoger y cuidar cada vida, especialmente en los momentos en los que la persona es más vulnerable, se convierte así en signo de apertura a todos los dones de Dios y testimonio de humanidad; lo que implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato.
Hoy más que nunca, en nuestra sociedad, los cristianos debemos ser testigos del Evangelio de la vida, defendiendo el derecho fundamental a la vida con el propio ejemplo, promoviendo leyes justas que salvaguarden la vida y buscando educar a las generaciones más jóvenes como personas íntegras que construyan una sociedad verdaderamente humana, a la luz de Dios que ama al hombre y por amor lo creó.» (del Mensaje de los Obispos)
Oh, Dios,
Padre de la vida y Señor de la historia,
que hiciste todo de la nada
y a tu imagen creaste al hombre y a la mujer,
llamándolos a la existencia,
para que por su amor fiel y total engendraran vida:
Haz que los padres acojan y custodien,
con ternura y responsabilidad,
el don sagrado de los hijos;
los ayuden a crecer sanos, fuertes y libres,
para que encuentren su vocación en la Iglesia y en el mundo;
que los novios se respeten,
se amen y construyan su vocación sobre Cristo,
para que lleguen a ser matrimonios fieles y fecundos,
que contribuyan al bien de esta sociedad;
que en ella se promueva y defienda la vida,
desde el inicio hasta su ocaso natural,
para que esta tierra sea un hogar para todos,
presagio de la vida,
que Tú, oh, Padre bueno,
nos tienes reservada en el hogar del cielo. Amén
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Un servicio impagable
El tema del tercero Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «Un servicio impagable».
Presentamos el texto para reflexionar.
Comenzamos rezando
Cada mañana vuelve a salir el sol y renace la vida en la tierra. La Iglesia ha visto, en el sol que vuelve a brillar, la imagen de Jesucristo resucitado, que cada día renueva nuestra alegría. Comenzamos estos momentos de oración cuaresmal con un himno a Jesucristo resucitado, esposo de la Iglesia, que sostiene la vida y la alegría de nuestras familias, y, a través de ellas, quiere inundar de gozo este mundo, a veces triste, en el que vivimos:
Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!
En el día primero,
tu resurrección alegraba el corazón del Padre.
En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas porque participaban de tu gloria.
La mañana celebra
tu resurrección y se alegra con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca, sabiendo que el sepulcro está vacío.
En la clara mañana, tu sagrada luz se difunde como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia. Amén.
La versión musical está en Youtube 👉Cristo Alegría del Mundo
Y suplicamos a María, estrella de la nueva evangelización, que infunda en nuestras familias el ardor necesario para transmitir a este mundo la alegría y la belleza de su vida familiar:
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno, ayúdanos a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre. Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora
un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte.
Danos la santa audacia
de buscar nuevos caminos para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. Aleluya.
Como Dios manda
El Concilio Vaticano II reivindicó el protagonismo de los cristianos laicos en la misión de la Iglesia. Afirmó que no sólo los curas y los religiosos tienen importancia en la Iglesia; también cada bautizado “es” Iglesia y tiene la misma misión que los sacerdotes, aunque la realice con medios y actividades diferentes de ellos.
Esta misión común de curas y seglares es anunciar que el Reino de Dios está llegando a nosotros, dar a conocer que Jesucristo es la alegría del mundo y mantener la espera de unos nuevos cielos y una nueva tierra, donde habitará la justicia. Los medios con los que unos y otros realizamos esta misión son distintos, conforme con el principio conciliar de que en la Iglesia hay “unidad de misión y diversidad de ministerios”.
¿Cuál es el ministerio o servicio propio de la familia cristiana?
La doctrina del Concilio lo dice con una frase escueta y precisa: «A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales» (“Lumen gentium”, 31). Estos “asuntos temporales” son todas y cada una de las actividades y profesiones que los laicos bautizados realizan cada día, así como su vida familiar y social. Su existencia está entretejida de actividades y responsabilidades profesionales, de su vida en familia y de su actividad social. Es preciso que todo esto se realice “como Dios manda”. En la medida en que ocurre así, el reinado de Dios llega a nuestro mundo.
En consecuencia, el ministerio o servicio de la familia cristiana es ser verdaderamente una familia como Dios manda, una familia que sea, como se dijo en la primera semana, “buena noticia” en este mundo plagado de noticias tristes e incluso noticias falsas.
Crecer en la caridad conyugal
El papa Francisco, en su exhortación sobre la familia, explica que la vida familiar ha de estar animada por el amor tal como se describió la semana pasada (1 Cor 13, 4-7). Este amor ha de ser una «unión afectiva, espiritual y oblativa, que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten». Y añade: «el matrimonio es un signo precioso, porque cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se refleja en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros (…) para que los esposos puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por ella» (“Amoris laetitia”, 120-121).
Deberíamos recordarlo siempre: se trata de un amor basado en los afectos, pero capaz de darse al otro (esto quiere decir la palabra “oblativa”); un amor que nace del sentimiento, pero no se alimenta sólo de la atracción mutua, que es pasajera; un amor que refleja ― en la medida siempre limitada en la que los seres humanos podemos hacerlo― el carácter irreversible del amor que Dios nos tiene; es un amor que se realiza en las cosas sencillas, ordinarias, y muchas veces repetidas, de la vida, pero que, en su aparente pequeñez, hace visible el amor con el que Cristo ama a su Iglesia.
En la salud y en la enfermedad…
Al celebrar el Sacramento del Matrimonio los novios utilizan estas palabras para otorgarse el consentimiento matrimonial: «Yo te quiero a ti y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida». Con ellas se subraya esa cualidad oblativa del amor matrimonial y el carácter indisoluble de esa entrega.
Dice el Papa: «es una unión que tiene todas las características de una buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida. Pero el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia» (“Amoris laetitia”, 123).
Por exigente que parezca, este amor exclusivo e indisoluble es el único que satisface, porque es consecuencia del propio enamoramiento y de los anhelos más secretos de nuestro ser: «quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser solo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no solo quieren que sus padres se amen, sino que también sean fieles y sigan siempre juntos. Estos y otros signos muestran que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo. (…) Y para los creyentes, es una alianza ante Dios que reclama fidelidad» (Ibíd.).
Por desgracia, nuestra sociedad de consumo ha reforzado algunos defectos que no favorecen una vida feliz, humanizada y humanizadora: la cultura de lo provisional, el empobrecimiento del sentido estético, la búsqueda obsesiva del placer… Todo ello siembra el camino de tropiezos para que el amor matrimonial continúe indisoluble durante toda la vida. Pero, si nos paramos a pensar, esta sociedad de consumo no nos hace más felices, sino más frágiles y no ayuda a amarnos de verdad, como seres humanos.
La familia evangeliza este mundo secularizado
Éste es, justamente, el servicio impagable que las familias cristianas pueden ofrecer al mundo en el que vivimos ―un mundo secularizado―, si viven de acuerdo con la naturaleza y espiritualidad del matrimonio, tal como la vamos descubriendo en las reflexiones cuaresmales de este año.
Porque este modo de vivir las relaciones entre los esposos y con los hijos es como la ciudad construida en lo alto de un monte, que se ve desde lejos y no deja de llamar la atención, o como una luz colocada en lo alto del candelero, que ilumina toda la estancia.
En un mundo que se ha acostumbrado a reaccionar con agresividad y se ha instalado en lo provisional e inestable, aunque ese modo de vivir no le hace más feliz; en un mundo que clama casi a diario contra la violencia que lleva a tantas mujeres a la muerte; en un mundo que prostituye el amor, convirtiéndolo en un negocio o en un goce pasajero; en un mundo en el que muchos niños no saben bien quién es su padre o su madre…, la existencia de unas familias que viven los valores de la familia cristiana, es algo contracultural.
Por eso mismo, esas familias son un signo evangelizador, porque apuntan hacia una meta envidiable y envidiada por tantos niños y adultos atrapados en el laberinto de las disputas, las rupturas, los rencores y la inestabilidad.
En estas situaciones, se precisan cristianos que sepan acompañar en los momentos de crisis que inevitablemente surgen en el seno de las familias, convencidos de que, como dice el Papa: «cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón. (…) Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge» (“Amoris laetitia”, 232. 242).
Vivir como familia cristiana es una de las primeras tareas con las que la Iglesia lleva a cabo la misión que Cristo le encomendó, porque esa forma de vivir evangeliza la vida secularizada del ser humano. Y, además, es un servicio impagable hacia este mundo que tantos estímulos positivos necesita.
Concluimos este tiempo de oración con una plegaria de sabor franciscano. No sabemos si san Francisco de Asís la escribió tal cual la recitamos, pero, en cualquier caso, expresa los sentimientos propios de un amor oblativo y entregado, de un amor esponsal como el que las familias cristianas están llamadas a vivir.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensas, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad.
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tinieblas, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría.
Haz que yo no busque tanto
el ser consolado como el consolar,
el ser comprendido como el comprender,
el ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe.
Olvidándose de sí mismo es como
se encuentra uno a sí mismo.
Perdonando es como se obtiene perdón.
Muriendo es como se resucita para la vida eterna.
Guía para orar durante la Cuaresma para la tercera semana
Del 20 al 26 de marzo
La familia cristiana tiene la misión de ofrecer la “buena noticia” de Jesucristo. Lo hace viviendo su vida doméstica y profesional “como Dios manda’.
Lecturas bíblicas para esta semana
En el capítulo 13 del evangelio de San Mateo, Jesús explica a sus discípulos, por medio de parábolas, qué es el Reino de Dios que él anuncia. Repásalas y aplícalas a tu vida diaria.
Palabras para orar
Ven Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus Siete Dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
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Hoja Dominical 20-03-2022
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La Iglesia se ayuda de Moisés para mostrarnos en qué consiste la conversión cuaresmal en este tercer domingo. Tantos sinsabores en la vida, tantas idas y venidas… de repente, en ese espectáculo admirable Moisés se reconoce invitado a poner su confianza en Dios de una forma nueva e insospechada. (más…)
Leer Más »Día del Seminario 2022
«Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino» es el lema que centrará este año el Día del Seminario. La Iglesia celebra esta jornada el 19 de marzo, solemnidad de San José.
El lema del Día del Seminario 2022 se inspira en el proceso sinodal en el que está inmersa la Iglesia. Así se explica en la reflexión teológica que se incluye entre los materiales. Y matiza, «el Sínodo universal en el que nos encontramos nos hace a todos ponernos en camino juntos».
Junto al Sínodo, dos palabras: sacerdotes y servicio. Sacerdotes, en plural, «recordándonos el sentido del seminario y llamándonos a acrecentar nuestra fraternidad. Los sacerdotes no hemos sido llamados para estar solos. El seminario nos enseña la importancia de la comunidad y la necesidad de vivir una sana fraternidad».
Además se presenta la vocación sacerdotal como servicio. En el seminario, «los seminaristas aprenden a vivir el servicio y a servir a los hermanos, como parte integrante y fundamental de la vocación. Los intereses egoístas y el provecho propio han de desterrarse y deben dejar lugar al desarrollo de una vocación recibida para ser entregada. Solo desde la entrega la vocación recibe todo su sentido».
Y resume, «si decíamos que el ejemplo de la fraternidad sacerdotal constituye un impulso para los jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal, también podemos afirmar que el testimonio de una vida entregada en el servicio infunde ánimos en el corazón de los jóvenes, deseosos de entregarse por completo a una tarea apasionante».
Oh, Señor, que guiaste a tu pueblo por el desierto a la tierra prometida;
tú llamaste a los discípulos y caminaste con ellos anunciando el Evangelio y los condujiste a Jerusalén, para que, a través de tu pasión y muerte, conocieran la gloria de tu resurrección.
Ahora, que acompañas a tu Iglesia, peregrina en el mundo,
te pedimos que envíes sacerdotes que caminen hoy junto a aquellos que convocas en tu Iglesia;
que nos fortalezcan y consuelen con la unción del Espíritu Santo;
que nos animen e iluminen con la predicación de tu Palabra;
que nos alimenten y sostengan con la celebración de la eucaristía y la entrega de su propia vida.
La reflexión teológica sobre el Día del Seminario 2022 puedes leer haciendo click aquí ⏩ Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino
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