El pasado viernes vivimos en nuestra parroquia un momento de comunión y compromiso que dejó huella en nuestros corazones. Bajo el lema «Compartir es nuestra mayor riqueza», nos reunimos para celebrar la Cena del Hambre a favor del proyecto de Manos Unidas en Haití. Una velada sencilla, pero llena de sentido, en la que cada gesto, cada conversación y cada donativo se convirtió en un acto de amor concreto hacia nuestros hermanos más necesitados.

La noche comenzó con la proyección del vídeo de Manos Unidas, que nos ayudó a tomar conciencia de la realidad de tantas personas que sufren el hambre y la pobreza. Como nos recuerda el Papa Francisco, inspirándose en San Francisco de Asís, estamos llamados a construir una economía diferente, una economía que cuide la vida, que no descarte, que no mate.

Las Cenas del Hambre que se organiza por Manos Unidas en nuestra parroquia no es solo un evento solidario, sino una ocasión para abrir los ojos y el corazón a las heridas del mundo. A través de esta iniciativa, cada año se nos invita a reflexionar sobre las causas del hambre y la pobreza y a buscar caminos para responder con compromiso y generosidad. En esta cena, además de compartir el alimento de manera austera, descubrimos cómo nuestra ayuda transforma vidas.

Este año, el Papa nos ha recordado que es urgente cambiar nuestra manera de entender la economía, convirtiéndola en un instrumento de paz, dignidad y justicia. En pequeños grupos, reflexionamos sobre cinco claves esenciales para esta transformación:

  • Una economía de paz y no de guerra
  • Una economía que reconozca y garantice un trabajo digno y seguro para todos, especialmente para las mujeres
  • Una economía guiada por la ética y abierta a la trascendencia
  • Una economía donde el cuidado sustituya al descarte y la indiferencia
  • Una economía donde las finanzas estén al servicio del bien común y no en su contra

Más que un debate, fue un espacio de encuentro, donde cada uno pudo expresar cómo llevar esta economía a la vida cotidiana, desde lo pequeño, desde lo concreto.

Después de este momento de reflexión y oración, escuchamos juntos la canción «Espíritu Santo» de Athenas, dejando que su mensaje resonara en nuestro interior, como una súplica y un envío.

Y finalmente, compartimos nuestra austera cena, sencilla en los alimentos, pero inmensamente rica en significado. Un gesto que nos recuerda que el hambre no es solo una carencia material, sino también una llamada a vivir con más sencillez y solidaridad.

Gracias al equipo de sensibilización, voluntarios, feligreses y sacerdotes que hicieron posible este encuentro. Gracias a cada persona que, con su donativo y su tiempo, ha puesto su granito de arena en el proyecto de Haití. Porque en cada gesto de generosidad, en cada plato compartido, en cada oración elevada, seguimos proclamando que compartir es nuestra mayor riqueza.

Si estuviste, seguro que te llevas algo profundo en el corazón. Si no pudiste venir, no dejes pasar la próxima oportunidad. Porque estos encuentros no solo ayudan a los demás… también nos transforman a nosotros.

Puedes ver algunas fotos del evento en Flickr