Hay días que no se olvidan, no porque sean extraordinarios a los ojos del mundo, sino porque en lo sencillo se abre un espacio maravilloso de encuentro con Cristo. Así fue el pasado sábado 29 de marzo para los grupos de Postcomunión: un día tejido con juegos, risas, creatividad y oración, donde el colegio Santísima Trinidad se convirtió en casa, capilla y taller del alma.
La jornada comenzó entre gestos y nombres, en un juego que nos recordó que cada uno es único y, al mismo tiempo, parte de un todo que se construye en comunidad. Después, el silencio interior nos reunió en la capilla. Allí compartimos una oración de buenos días, poniéndonos en manos del Señor y dejándonos tocar por su presencia que acoge, escucha y transforma.
Los tipos de oración —Petición, Adoración, Intercesión, Agradecimiento— se convirtieron en hilo conductor de una dinámica que no solo nos ayudó a recordarlos, sino a hacerlos nuestros. A través de murales llenos de color, los niños expresaron cómo imaginan el diálogo con un Dios que se hace cercano, cotidiano, real.
Después seguimos profundizando con una nueva actividad: fuimos escuchando distintas oraciones que debíamos clasificar según su tipo, y también nos animamos a crear las nuestras propias. Un ejercicio que nos invitó a mirar hacia dentro y poner palabras al corazón.
Y como colofón de la mañana, nos enfrentamos al “examen” final: una batería de preguntas que no pretendía medir conocimientos, sino ayudarnos a descubrir cuánto habíamos acogido, cuánto se había sembrado en nuestro interior, cuánto de ese lenguaje de la oración había comenzado ya a formar parte de nuestra manera de vivir.
Por la tarde, una nueva dinámica nos ayudó a seguir caminando juntos: rezamos por nuestros seres queridos, dimos gracias y compartimos con alegría una tarde llena de complicidad y fraternidad. Porque también la amistad puede ser una forma de oración cuando se vive desde el amor.
Cerramos el día con la Eucaristía, celebrada junto a nuestras familias. Fue un momento especial para mostrarles lo que habíamos vivido, lo que habíamos aprendido, y para dar gracias juntos al Señor por tanto recibido.
Fue una jornada de esas que dejan huella. De las que nos recuerdan que evangelizar también es crear espacios donde el alma respira y se ensancha, donde la alegría y la fe caminan juntas. Gracias a los niños de Postcomunión por su entrega y entusiasmo. Gracias a los catequistas y al sacerdote que les acompañan, por hacer posible este camino.
En medio del ritmo acelerado de la vida, vivir un día así es recordar que hay cosas esenciales que sostienen el alma. Y que en cada uno de estos encuentros, Cristo sigue saliendo a nuestro encuentro, silencioso y fiel, como siempre.