Cómo distinguir la voz de Dios de las propias voces interiores

Lamentamos informar que el video de esta sesión se ha grabado sin sonido, por lo que, en esta ocasión, el P. Luis Murillo nos ha facilitado el material que se entregó en la sesión para que podamos utilizarlo:

Causas de la desolación.

“Consolad, consolad a mi pueblo dice el Señor” (Is 40, 1)

 

“Aunque atraviese por cañadas oscuras,
nada temo porque tú vas conmigo” (Sal 22, 4)

 

¿Nos prueba Dios, o nuestra fe está siendo probada con los problemas que estoy viviendo?

Dios no nos prueba, lo que está siendo probado es nuestra fe. La fe, es como la preparación de un deportista. Cuando viene un imprevisto, los entrenamientos le han hecho tener resistencia de cara a un esfuerzo inadvertido.

¡No te preocupes! ya vendrá algo mejor para ti: Esto quien está sufriendo no lo entiende.

Diferencia entre la desolación y la prueba:

¿De dónde me viene la desolación?

  •  Esta desolación: ¿Tiene que ver con mi propia psicología, mi personalidad, mis experiencias, mi historia de heridas? ¿Hace eco de mis rollos más frecuentes? ¿Cómo están mis emociones, mis afectos, pensamientos, contexto que me rodea?
  • ¿Proviene del cansancio, una enfermedad, del hastío, de mi ser inadecuado, mis pocos cambios pese a mi esfuerzo, y también de no aceptar mis fragilidades, defectos?
  • Situaciones dolorosas: muerte de un amigo o familiar, acontecimientos históricos nefastos, situaciones eclesiales difíciles.
  • Finalmente están también mis negligencias, mis “aficiones” o pecados.

Para reconocer la diferencia, San Juan de la Cruz exhorta: “para conocer estas obras, cuáles sean falsas y cuáles verdaderas, y cómo y a qué tiempo se han de exercitar, es menester mucho aviso y mucha luz de Dios, y lo uno y lo otro impide mucho el gozo y la estimación de estas obras” San Juan de la Cruz (III Subida, 31,2)

Recordemos que la Luz de Jesús ilumina, y la luz de la fuerza amorosa distorsionada, deslumbra: “encandila el entendimiento de manera que no puede ver su luz, porque la causa del encandilamiento es que, como pone otra luz diferente delante de la vista, cebase la potencia visiva en aquella…. y así no le deja ver su luz de claro entendimiento, ni la verá hasta que se quite de en medio el encandilamiento” (Subida, 8,3)

¿Qué hacer cuando una desolación proviene de mi modo de ser, o carencias personales?

  •  No hacer mudanza de los propósitos anteriores.
  • Mudarse contra la desolación.
  • Hablar con alguien que tenga “densidad eclesial”.
  • Tener paciencia.
  • Confianza que el Señor ha vencido al mundo (Juan 16, 33)
  • Evaluar en qué tengo que cambiar, cómo hice para llegar ahí.
  • Darme cuenta de la pérdida de interés en la fe, la esperanza y la compasión consigo mismo y con los demás. Cualquier descenso es “sospechoso”, máxime si esto va acompañado de “discursos” diálogos consigo mismo (la mente es la loca de la casa).
  • Percatarme que las “razones” que me doy a mí mismo, hacen cambiar el rumbo que hasta ahora he llevado. “El alma que a alguna luz suya propia se quisiere arrimar, tanto más se cegará y se detendrá en el camino de unión” (II Subida 4,7)
  • Seguir el itinerario: principio-intermedio-fin del discurso. Esto es darse cuenta del “cómo” he llegado ahí, no tanto preguntarme sobre el “por qué”.
  • Por tanto, no dialogar más con este “rollo” de mi cabeza, a no ser con alguien de “densidad eclesial”.
  • Repasar mi listado de ideales exagerados, de mis cualidades mejores que tengo, y per-catarme de estos rollos que son frecuentes en mí.
  • El mejor antídoto es buscar ayuda, conversarlo, y que me hagan ver lo que hay de “sub angelo lucis
  • Es importante, hacer un proceso de crecimiento personal sanar heridas, de lo contario esto se puede hacer muy grande e inmanejable.
  • Aclarar y curar heridas personales, para dejar a Dios mi espíritu más libre para su acción (ejemplo de San Juan de la Cruz). “Así el alma que de los apetitos está tomada, según el entendimiento está entenebrecida, y no da lugar para que el sol de la razón natural, ni el de la Sabiduría de Dios”

La Prueba, el dolor y el sufrimiento

 “Completar en su carne mortal lo que falta a la pasión de Cristo
por su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24)
“A los que aman  a Dios todo les ayuda para el bien” (Rom 8, 28)

 

No podemos olvidar el grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. “Siento una tristeza de muerte”, “sintió terror y angustia” “con llanto y postrado en tierra pedía a su Padre que apartara de Él, ese cáliz”.

 El apego al dolor, también podemos apegarnos por las ganancias secundarias que esto trae.

Pero… ¿por qué nos prueba Dios? Esta es una pregunta que se hace desde el ámbito espiritual, es una pregunta de espiritualidad. El tema del dolor, el tema de Job, el tema del mal para el justo es un tema no fácil de abordar.

  • La vulnerabilidad

En la vida, parece a veces que el “paraíso perdido” ha sido una desgracia, y en especial el paraíso del vientre materno.

Hemos de ser conscientes de que nacer conlleva dolorosas necesidades, y también una curiosidad inagotable, un deseo de vivir, de conocer… fascinación por cada cosa nueva, en cada momento.

  • La vulnerabilidad es inevitable.

La vulnerabilidad nos da la compasión, la creatividad y pertenencia en el amor, para conmigo mismo y los otros: Jesús muestra sus llagas, el paralítico lleva su camilla a cuestas.

Muchas veces procuramos adormecer todas estas sensaciones de finitud.

Jesús, en el Evangelio, no explica nada sobre el dolor. Nuestra vocación es Resucitar.

 Los momentos difíciles ¿sirven de algo en la vida?

 

A veces la sensación de alejamiento de Dios fue el inicio de un viaje de amor.

Rom 8, 28 “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito”.

El dolor es una llamada a despertar.  Lo que no se puede hacer es vivir el sufrimiento y el dolor de forma que me garantice mucha atención. Hay personas que construyen toda una identidad alrededor de sus heridas y se hacen adictas a contar sus historias de guerra.

Dependiendo de esta “filosofía de vida muchas cosas adquirirán un significado positivo o negativo; esto se puede resumir en una consigna de vida, con la que suelo vivir los acontecimientos, lo que suele motivarme y suelo mantenerla pase lo que pase, aunque la realidad vaya por otro lado.

Por ejemplo: Si vivo bajo la consigna de…:

  • “lo que yo quiero es vivir en paz y gozar siempre de bienestar”.
  • “necesito en la vida demostrar mi triunfo, que soy el más fuerte y el más capaz”.
  • “ando por la vida demostrando que soy una víctima que necesita siempre ayuda, protección y compasión”.
  • “ando por la vida pensando que mis pecados los pagaré o los pagarán caro en esta vida”.
  • “ando por la vida procurando siempre evitar complicaciones y vivir tranquilo y en paz”.
  • “ando por la vida demostrando que no soy el último de nada”.
  • “ando por la vida capeándome de todo lo malo, enfermedades, ataques de otros”.
  • “miro la vida como una lucha diaria que al final por mucho que uno haga, esto es un valle de lágrimas”.
  • “ando por la vida tan rápido como pueda, hay muchas cosas que hacer y que nada me atrase mi ritmo”.
  • “en mi vida “aparecerán o me vendrán” cosas maravillosas que siempre espero, algún día sucederá algo maravilloso”.

Darme cuenta del mensaje que el dolor me da para la vida: ¿Señor que me quieres decir con esto que me ocurrió a mí, o que ocurrió en mi familia? Siempre cotejarlo con alguien con densidad eclesial.

A veces siento que Dios no me escucha cuando estoy en la prueba. (Cuento del campesino).

La cruz que me dio es la que puedo llevar. (Historia)

¿Qué debemos hacer frente a la prueba?

  • Ponernos la armadura de Dios (Ef 6, 13-17).
  • Alabarle aún en la Prueba (Habacuc 3, 17-19).
  • Paciencia (Job 2, 1-10).
  • Mantenerse firme (Mt 10, 22).
  • Sentir la protección (Mt 10, 26).
  • Recurrir al regazo de Dios (Mt 11, 29).
  • Intuir el mensaje que Dios me quiere dar.
  • Abrir mi conciencia a algo más que se me escapa en la comprensión del todo, conciencia del todo.
  • No apegarme al dolor.
  • Recordar cuál ha sido y es ahora mi “consigna de vida”.

 

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