En este jueves de la tercera semana de Pascua, nos sumergimos en la profundidad del don de inteligencia, una gracia divina que nos permite discernir la verdad y actuar con sabiduría en nuestro día a día. Es un regalo del Espíritu Santo que nos invita a ver más allá de lo evidente, a comprender las situaciones desde una perspectiva más amplia ya actuar con prudencia y discernimiento.
La inteligencia no se limita al conocimiento académico o a la habilidad para resolver problemas complejos, sino que abarca la capacidad de percibir la presencia de Dios en cada aspecto de nuestra vida y en el mundo que nos rodea. Es un don que nos desafía a buscar la verdad en todas las cosas ya vivir de acuerdo con los principios del Evangelio.
Al igual que un faro en medio de la oscuridad, el don de inteligencia ilumina nuestro camino y nos guía hacia la plenitud de la vida en Cristo. Nos invita a cultivar una fe informada, basada en el conocimiento profundo de las Escrituras y en la tradición de la Iglesia, pero también en la experiencia personal de encuentro con Dios.
En nuestra búsqueda de la verdad, es importante recordar que la inteligencia va de la mano con la humildad. Reconocemos que no lo sabemos todo y que siempre hay más por aprender.
Os compartimos la experiencia de Juan Ramón, quien encuentra en la Palabra una guía para cada circunstancia, al igual que él, reconozcamos la importancia de permitir que el Espíritu Santo nos inspire y guíe en nuestra vida comunitaria.
Don de Inteligencia
Trato de tener presente cada mes una frase de la Escritura que me permita vivir cada circunstancia con la mirada de Jesús. Es curioso que una misma frase sirva para situaciones muy diversas. La de abril es: «Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía» (Hch 4, 33).
Esta presencia del Espíritu Santo como luz para interpretar la Palabra y actuarla se potencia cuando me encuentro en la comunidad. El Espíritu Santo encuentra una caja de resonancia en una comunidad que se quiere, que experimenta la presencia del Resucitado en medio suyo.
Me he encontrado por vídeo-conferencia con una comunidad de cristianos del Líbano. Me preguntaban cómo mantener la esperanza en una situación de guerra y de economía precaria, donde el odio crece día a día y será muy costoso sanar a la población de este veneno.
No sabía qué decir, pero a la luz de la Palabra he compartido que siempre podemos ser canales del amor de Dios, y que fortaleciendo la vida de la comunidad, la presencia del Resucitado en medio de ellos puede ser el bálsamo, la luz y la esperanza que toda persona necesita.
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