En estos días tan especiales de Pascua, cuando la luz de la vida triunfa sobre las sombras de la muerte, es fundamental recordar la presencia y el poder de los dones del Espíritu Santo en nuestras vidas. Son como llamas que encienden nuestro corazón, guiándonos y fortaleciéndonos en nuestro camino de fe.
En la Pascua, recordamos cómo el Espíritu Santo descendió sobre los corazones de los discípulos, infundiéndoles valor, sabiduría y amor para llevar el mensaje de esperanza al mundo. Por ello, cada jueves de Pascua, queremos reflexionar sobre la importancia de estos dones, porque son ellos los que nos capacitan para vivir como verdaderos discípulos de Cristo.
Desde el corazón de nuestra comunidad parroquial, hemos invitado a diversos miembros a compartir sus perspectivas sobre esta temática. En este primer jueves de Pascua, nos complace presentar la inspiradora reflexión de Ana, confiando en que sus palabras iluminen nuestros corazones y nos guíen hacia una comprensión más profunda de la gracia divina que nos rodea.
Temor de Dios:
‘Cuando se trata de hablar o vivir uno de los siete dones del Espíritu Santo, creo que lo primero es postrarme ante su Majestad, su inefabilidad, su Amor incondicional, para que Él me dé la luz y pueda expresar con palabras algo muchas veces inexpresable.
El Temor De Dios, eso que se podría interpretar como miedo humano, pero que se expresa de otra forma en el alma. Mirando en ésta, nos puede inundar la esperanza de sabernos hijos de Dios, y por tanto dignos de su Amor.
Pero su Amor es gratuito, como todo lo que me da, solo puedo agradecer, confiar y sentir mi pequeñez, que Él quiere llenar de luz. Humildad frente a su grandeza, sabiéndome indigna de tanta gracia.
Pero, mi seguridad al saberme perdonada puede llevarme a crecerme en mi misma, y por tanto a cerrar mi corazón y dejar de seguirle en su camino de entrega y servicio, a no cargar con la cruz. He aquí mi temor.
Ante tan gran misericordia, me siento pequeña, débil, indigna, sabiendo que, a pesar de tan gran regalo, una y otra vez vuelvo a ofenderle. Cómo explicar la grandiosidad que se siente al entrar en un lugar sagrado, en un templo, en lo más profundo del alma, donde los místicos se unen a Él.
Por ello, recuerdo cuando el Señor, con su santa humanidad viene a redimir a las almas hechas a su imagen, a hacernos sentir su amor y entrega en la Cruz, mostrándonos el camino de su seguimiento. Es la confianza como dirá el Papa Francisco en su exhortación sobe Teresita de Lisieux “C’est la confiançe”, la que nos guía en esta senda.
El saber que, en nuestra debilidad, en nuestra entrega en sus brazos, el Señor crece en nuestro interior y nos llena de su Paz.
Este temor de Dios puede ser principio y guía de nuestro peregrinar en la tierra por caminos que el Señor conoce, sabiendo bien lo que nos conviene. Para ir descubriendo su designio, me pongo a sus pies para mostrarle mi “nonada”, mi pequeñez y asombro ante su Santidad.
Ante el misterio de su grandeza solo puedo guardar silencio, sobrecogida y de rodillas, sabiendo que Él siempre me mira.’