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Los cristianos estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. No es un eslogan poético; es una palabra evangélica. Un refrán popular dice: “Una comida sin sal es como un día sin sol”. La Iglesia y el cristiano son considerados como sal de la tierra. La sal da sabor y gracia a la vida.

La sal recuerda a la sociedad que debe rechazar la corrupción y aceptar los valores fundamentales humanos y cristianos. El que dijo: “Yo soy la luz del mundo”, hoy nos dice: “Sois la luz del mundo”, y pide que nuestra vida alumbre como luz. Iluminados por Cristo, nos convertimos en transmisores de la luz a los demás. Jesús completa la metáfora de la luz con dos comparaciones más. Una ciudad debe ser visible, puesta en lo alto de una colina, para orientar a los caminantes. Y una lámpara no se esconde, se coloca en un lugar que pueda iluminar los rincones de la casa. Los cristianos somos sal y luz. No se trata de encender una vela o lámparas, se trata de que seamos luz por nuestras propias obras. Los cristianos somos los testigos de la esperanza en medio de una sociedad secularizada que ha perdido el sentido de Dios, se ha vuelto sosa y está en la oscuridad. El cristiano da testimonio y se convierte en sal y luz.