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La Cuaresma es un tiempo fuerte de penitencia y de oración para prepararse a la Pascua. Estos cuarenta días deben ser una renovación espiritual, un período de conversión y de profundización en las exigencias de la fe cristiana.

El sentido de la Cuaresma se nos explica en este primer domingo a través del tema de las tentaciones: las de Adán, las del pueblo elegido, las de Cristo y las nuestras. Tentaciones de ayer, de hoy y de siempre. Creer que existen tentaciones no es aceptar una teología trasnochada. Por eso es oportuno saberlas situar y actualizar. Las tres tentaciones clásicas, con nombre de hoy, pueden ser éstas: la tentación de la eficacia, la tentación del poder y la tentación de la caída.

Primera tentación. Es verdad que el desarrollo nos hace tomar conciencia de que muchas cosas pueden ser solucionadas siendo dinámicos y eficaces. Para remediar, por ejemplo, el hambre en el mundo, sería una solución que las piedras pudiesen convertirse en panes. Y de repente nos encontramos con la palabra de Jesús: “No sólo de pan vive el hombre”. Nunca hay que perder el sentido y el valor de la Palabra de Dios, que trasciende la problemática sociológica de las cosas de aquí abajo, que apenas remediamos. Si hemos encarnado la Palabra de Dios, seremos capaces de encarnarnos en los problemas humanos y descubriremos que junto al hambre sociológico existe un hambre espiritual que no se remedia con harturas terrenas. Se debe ser eficaz en aquello en que debemos serlo, pero sin convertir el medio en fin. La sabiduría cristiana supone superar la tentación de no oponer la Palabra de Dios con el pan de cada día.

La segunda tentación es la del poder y la del dominio en cualquier nivel y circunstancia. Todos deseamos ser soberanos, aunque sea en un pequeño “reino taifa”. A diferencia de Cristo, que no aceptó el dominio fácil de conseguir todo el mundo por una genuflexión, nosotros estaríamos dispuestos a hacer una y mil genuflexiones. ¡Ante cuántas cosas y personas nos arrodillamos! Muchas veces es más fácil arrodillarse en silencio que mantenerse en pie y hablar. Es importante descubrir las sutilezas con que se nos puede presentar esta tentación en el plano humano, político y religioso.

Tercera tentación: la de la caída. A Cristo se le propone que se tire desde el alero del templo. Sería una caída positivamente espectacular: la tentación de bajar de lo alto, de dejarse caer. La soberbia de nuestra vida, de nuestros hechos y conocimientos quiere provocar las miradas de todos para que vean la humildad de nuestro descendimiento y encarnación. Es la tentación del espiritualismo evasivo o del terrenismo espectacular, la tentación de querer ser ángeles olvidándonos de que tenemos cuerpo.