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Vivimos en una sociedad que excluye y margina. Se pueden mencionar muchos casos. Hay ciudadanos a los que se aparca silenciosamente o se les invita a desaparecer del camino porque son una rémora para la marcha de los demás: enfermos, ancianos, etc. Algunos ni siquiera son ciudadanos: son «ilegales», sin papeles. El libro del Levítico es un catálogo normativo de cómo proceder con las enfermedades. Estas leyes intentaban proteger del contagio al resto de la comunidad. El leproso era considerado impuro y sin posibilidad de curación, porque se decía que Dios mismo le repudiaba. Sufrían en el cuerpo y en el espíritu.

Nuestra sensibilidad tiene otra visión. Para comprender el evangelio es preciso tener como fondo la normativa levítica. El leproso extiende su mano hacia Jesús y el Maestro hacia el leproso. La sociedad de hoy vive pendiente del «mando a distancia». Este instrumento se ha convertido en símbolo de nuestro tiempo. Muchos responsables viven «con el mando a distancia» permanentemente. Así no se mezclan con la gente, no bajan a la arena o a la calle para conocer las necesidades reales, no tocan con los pies en el suelo. Solamente desde lejos, «con el mando a distancia» determinan y dan soluciones. En el fondo de estas actitudes es que no se quieren contaminar. Jesús no tiene en su mano el «mando a distancia», lo podía tener, pero él toca la realidad, sobre todo la realidad herida. Jesús toca a leprosos, sordos, ciegos, difuntos, y es tocado por otros, porque sale de él un poder salvífico. Tocar indica la total cercanía. Desde allí es desde donde se puede hacer la oferta del Reino.

¿Quienes son hoy los excluidos? Los marginados por el color o raza, por la religión o pobreza, por las ideas o actitudes, por la enfermedad o ancianidad. Estos son los leprosos de nuestra cultura y sociedad. Cristo tendió su mano compasiva al leproso y lo integró a la vida social y religiosa. El ejemplo de Jesús invita a que también nosotros extendamos nuestra mano a los marginados de nuestra sociedad y les curemos las heridas provocadas por la incomprensión e injusticia, por la enfermedad y el hambre, por el color o raza. El mundo necesita muchas manos extendidas, como las de Jesús, que sean portadoras de valores humanos y cristianos.