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«Nos transformará»: no debería pasar inadvertida para nosotros la serena seguridad con la que san Pablo confirma lo que las alianzas que hoy se nos presentan en la Liturgia de la Palabra sellan en nuestra vida como creyentes. Dios nos transformará.

No sé en qué punto estáis de vuestra vida, si sois muy conscientes de esto o no, pero mirad, tened por seguro que Dios nos transformará. Es así que hoy la liturgia nos ofrece por adelantado el final de este camino cuaresmal, el final, análogamente, del camino de nuestra vida. Cristo transfigurado, resplandeciente de gloria, y nosotros, si avanzamos creyentes por este camino, glorificados por Él, que «transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa». Esto es posible porque «nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo». El camino cuaresmal nos ofrece la oportunidad de descubrir el rostro de Cristo, y así afianzar nuestra fe de cara a afrontar el misterio pascual en Jerusalén. Van a pasar muchas cosas en Jerusalén, muchas espantosas, pero las podemos afrontar porque somos ciudadanos del cielo, transformados por su condición gloriosa. Nuestro padre en la fe, Abraham, sin todo este recorrido de la historia, ya creyó. La seguridad de Abraham después de que Dios hiciera pacto con él, en la primera lectura, la seguridad de los discípulos después de que Cristo les mostrara su cuerpo transfigurado, tienen que ser la seguridad de nosotros, sus discípulos, después de participar en la celebración de la liturgia, lugar de alianza y transfiguración para el creyente. Igual que Abraham pudo entonces seguir adelante en el camino de la promesa, fiado en la alianza con Dios, igual que Pedro, Santiago y Juan bajaron de la montaña camino de Jerusalén habiendo contemplado el poder de Dios, igual tenemos que salir los cristianos después de cada celebración eucarística.

La luz de Cristo es verdadera, la vieron los testigos del Señor. Y verdadera significa que contiene ese poder de transformar. Por eso, nosotros repetimos una y otra vez: «El Señor es mi luz y mi salvación». El Señor es mi confianza absoluta, a la que puedo obedecer dejando de lado todo lo que no es propio de mí ni de ti.

La Cuaresma es el tiempo en el que, con esa confianza, empezamos a practicar qué significa haber sido transformados, haber sido iluminados, y aprendemos a elegir las cosas del cielo, con la fe y la penitencia. Es el tiempo en el que, viendo al mundo elegir lo bajo, nosotros vamos aprendiendo a elegir lo alto, porque el día de Pascua se nos invitará a «buscar los bienes de arriba, donde está Cristo». Es el momento de aprender a ello, y en la fuerza de la Palabra y de la Eucaristía, Dios lo pone a nuestro alcance: ya no es sólo un deseo o un mandato, pues la Alianza verdadera se ha puesto en nuestro corazón, de tal manera que nos veamos inclinados hacia ella.