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Es algo normal que en las familias surjan tensiones, tanto internas como externas, en relación con otras familias. En la primera comunidad cristiana pasaba lo mismo. No olvidemos que Pascua es fiesta y a la vez reconstrucción de la persona, la familia y la humanidad. Se hace camino entre luchas cotidianas.

En la vida de la primera comunidad no todo es idílico; surgieron dificultades y divisiones. La fe supera las tensiones comunitarias. La fe une a las personas divididas. La política crea partidos, las empresas crean competencias, las mismas familias se dividen. Todos los días surgen tensiones dentro de las comunidades y grupos. Lo peor es que se agraven, y los conflictos crezcan, y las personas se hieran y se dividan. Los apóstoles escuchan las quejas y establecen el diálogo para encontrar una solución. Comienza la descentralización de las responsabilidades dentro de la Iglesia y se nombra a los siete diáconos con la responsabilidad de caridad o diaconía. El diálogo, hoy como ayer, es necesario en la familia, en la comunidad cristiana, en los grupos y entre los políticos y empresas, para buscar la verdad y no los intereses particulares. Cristo se presenta hoy a nuestra consideración como camino, verdad y vida. El Camino se pierde a veces por defender nuestro camino; se pierde la Verdad por defender nuestra verdad; se pierde la Vida defendiendo nuestra vida. El cristiano debe ser creador de unidad y debe enseñar el camino verdadero. Debe defender la vida allí donde se la mata y se la destruye. El diálogo entre las personas enfrentadas es la clave de la comunión entre ellas.