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Tiene bastante lógica la lección de las lecturas de la misa de este domingo: un mandamiento nuevo traerá una ciudad nueva. Esa es la promesa que el Señor hace a sus discípulos al término de la cena eucarística. ¿A qué viene esto hoy? Pasado el ecuador del Tiempo Pascual, olvidado ya el Jueves Santo… ¿por qué este evangelio del discurso de despedida de Jesús?

Primero, una motivación que encontramos en este evangelio y en el del domingo próximo: preparan ya la ascensión del Señor. Y la Iglesia nos quiere preparar para que nuestro corazón, como el de los discípulos, experimente el desgarro, la separación de aquel que nos ha cambiado la vida y al que vamos a despedir, a dejar de ver. Cristo asciende al cielo, y la Iglesia comienza a despedirle recibiendo sus últimas enseñanzas, sus últimos y fundamentales consejos. El mandamiento del amor es incomparable. Es un signo de lo que somos, un signo de lo que ha sido su vida. Nuestra vida, fiel al mandato del amor, hará presente al que asciende al cielo. En segundo lugar, por la consecuencia de la Pascua, que crea en nosotros una vida nueva. Un mandamiento nuevo, una ciudad nueva, con una vida nueva. Una vida según el Espíritu de amor, una vida de resucitados, una vida en la que el miedo a la muerte es sustituido por la generosidad de darse, porque en la Pascua de Cristo hemos visto el fruto eterno de elegir su amor. Por eso los discípulos de Cristo, aquellos que se han beneficiado, y así han reconocido, el amor de Cristo que le ha llevado a morir por nosotros, se identificarán también por esa misma señal. Ya tienen ese amor. Ahora tienen que entregarlo. Es la forma de dar testimonio del Resucitado.

Esta será la forma de crear un mundo nuevo. La Iglesia ha aprendido de su Señor que la transformación del mundo viene por la obediencia a la voluntad de Dios y a sus mandatos: por eso, la visión de la ciudad nueva, la Jerusalén que desciende del cielo, tiene su fundamento en el alimento del amor, la eucaristía. La tierra nueva, la morada de Dios con los hombres, de la que nos habla hoy el Apocalipsis, es la realización del mandato del amor que hace el Señor en el evangelio. Hacia esa Jerusalén definitiva, hacia esa ciudad nueva camina la Iglesia y se nos manda caminar a nosotros.