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XIII DOMINGO DEL T. O.
Solemnidad Apóstoles san Pedro y san Pablo (Mt 16, 13-19)
Jesús se acerca a sus discípulos con una pregunta que atraviesa el corazón: “¿Quién decís que soy yo?”. No busca una respuesta teórica ni una definición aprendida, sino la confesión viva que brota de una experiencia personal. Pedro, movido por el Espíritu, reconoce en Jesús al Hijo de Dios vivo. En esa confesión resplandece el misterio de la fe, regalo que abre los ojos y el corazón a la verdad de quien sostiene la vida entera. Jesús bendice a Pedro y le confía una misión: ser roca firme sobre la cual se edificará su Iglesia, custodio de la fe que une el cielo y la tierra.
Pedro y Pablo, cada uno desde su historia y su camino, encarnan la fuerza del amor de Dios que transforma y envía. Pedro, el pescador impetuoso, y Pablo, el apóstol incansable, son testigos de que el encuentro con Cristo cambia la vida y la llena de un sentido nuevo. La debilidad humana se convierte en espacio para que resplandezca la gracia, y la fragilidad se transforma en fortaleza en las manos de Dios. Celebrar a estos dos grandes apóstoles es dejarse interpelar por su entrega y su fe, renovando el deseo de ser también hoy piedras vivas, constructores de comunión y testigos valientes del Evangelio.
Desde la fe: Reconocer en Jesús al Hijo de Dios vivo y afirmar cada día nuestra vida sobre la roca firme de su amor.
Desde la esperanza: Confiar en que el Señor sostiene cada paso de nuestro camino, y que su gracia fecunda incluso nuestras fragilidades.
Desde la caridad: Ser piedras vivas que, con humildad y alegría, edifican comunidades donde Cristo sea el centro y el alma de todo.