En este día del “Amor Fraterno” celebramos la mesa común de la que participamos los cristianos. Mesa de la ternura de Dios hecho Eucaristía. Como decía san Francisco: “lo que más me asombra no es que el pan se convierta en Jesús, sino que Jesús se haga pan”. Jesús se hace sencillo, cotidiano, accesible a todos. Es el banquete de la acción de gracias por antonomasia.
Jesús nos deja tres gestos que hablan de su amor sin medida: parte el pan y se da, se arrodilla para lavar los pies, y reza con lágrimas ante el Padre. Así nos muestra que amar es entregarse, servir y permanecer.
Dejar también que Jesús nos lave los pies. Pies que han recorrido sitios que nos alejaron de Él, pies que nos llevaron a lugares de los que venimos de regreso con el cansancio cotidiano, pies que narran caminos de búsqueda de éxitos y senderos donde, sin querer, nos hemos perdido. Pies cansados por servir a los demás con amor y cariño. Pies que marcan decisiones vitales más o menos acertadas. Dejemos que Jesús renueve nuestros andares por la vida.
Era la Pascua judía, día de la liberación. Para nosotros, los cristianos, es la liberación de toda atadura que nos impide ser hermanos, que nos impide adorar a un mismo Dios hecho Eucaristía. También es el día del sacerdocio ministerial, instituido por Jesucristo. Un día para dar gracias y pedir por los sacerdotes de todo el mundo, especialmente por aquellos que acompañan, sirven y entregan su vida silenciosamente.
Finalmente, el Huerto de Getsemaní se nos hace presencia. Acompañamos a Jesús en su dolor de aquella noche. Hoy también le acompañamos en las noches de dolor de tantas personas solas, enfermas, angustiadas por la vida. Que nuestra oración de esta noche sea consuelo para quienes, como Él, atraviesan la oscuridad.
Que, al terminar este día, nuestros pies estén más ligeros para servir, nuestras manos más abiertas para acoger, y nuestro corazón más dispuesto a amar como Él nos ama.
P. Luis Murillo
