Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: La alegría de servir: cómo encontrar satisfacción en ayudar a otros

La alegría que brota del servicio

Cada vez que salimos al encuentro de otro, algo se despierta en el alma. No se trata solo de hacer el bien, ni de cumplir con una tarea. Servir es dejar que el amor que Dios ha sembrado en nosotros tome cuerpo, se haga gesto, mirada, presencia concreta. Lo hemos experimentado muchas veces: hay una alegría que no se puede fingir y que aparece cuando damos sin medida. Una alegría que no depende del resultado, sino de haber estado ahí con el corazón entero. El servicio transforma primero al que sirve, porque lo vuelve más humano, más consciente de su pequeñez y también de su capacidad de amar.

Servir es una forma de vivir el Evangelio con las manos abiertas y los pies descalzos. Nos permite tocar la carne sufriente de Cristo en los más frágiles y, al mismo tiempo, descubrir el rostro de Dios en cada persona. Como dice el Señor: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35). Cuando vivimos desde ahí, el día a día cambia de color. La rutina se llena de sentido, los pequeños gestos adquieren un peso eterno. Y comprendemos que la alegría profunda no viene de que todo salga bien, sino de vivir entregados con autenticidad.

Un camino de encuentro y crecimiento

Servir también nos hace crecer. No en reconocimiento, ni en méritos, sino en profundidad. Acompañar la vida del otro nos obliga a mirar más allá de lo evidente, a escuchar con atención, a estar sin prisas. En ese camino, aprendemos a dejarnos afectar, a dejar que lo que vive el otro nos interpele. Descubrimos que el servicio verdadero no busca aplausos, sino comunión. Y eso nos cambia por dentro, porque dejamos de vivir centrados en nosotros mismos para entrar en una lógica distinta: la del Reino.

A veces llegamos cansados, vacíos, incluso con dudas, y, sin embargo, al darnos, algo se renueva. No porque desaparezcan los problemas, sino porque lo que recibimos en el encuentro nos sostiene. Cada persona a la que servimos nos devuelve un regalo: nos recuerda para qué estamos aquí, nos conecta con lo esencial. Y eso no se enseña, se vive.

Servir desde Dios, con Dios y para Dios

La clave está en el centro que sostiene todo. Servir sin raíces cansa. Servir por deber, desgasta. Pero servir desde Dios, con Dios y para Dios, llena el alma. No es una frase hecha: es un camino espiritual que transforma el corazón. Por eso necesitamos cuidar nuestra oración, alimentarnos de la Palabra, dejarnos acompañar por la comunidad. Porque cuando el servicio nace de la fe, se convierte en lugar de encuentro con Cristo. Y ahí todo cobra sentido.

Él mismo nos lo mostró al lavar los pies de sus discípulos. No por obligación, sino por amor. Nos dejó ese gesto para siempre, como signo de lo que somos llamados a ser: servidores alegres, disponibles, atentos. En cada acto de servicio, Jesús vuelve a pasar. Y si le miramos, si le reconocemos, descubrimos que servir no es perder tiempo, es ganarlo para el Reino. Es vivir con las manos llenas y el alma despierta.