Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial
Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: La espiritualidad ignaciana: discernimiento y acción
Buscar y hallar a Dios en todas las cosas
Cada día nos ofrece mil ocasiones para encontrarnos con Dios. A veces en lo grande, otras en lo más cotidiano: una conversación inesperada, un gesto de ternura, un silencio que se convierte en oración. San Ignacio de Loyola nos invita a buscar y hallar a Dios en todas las cosas, y ese «todas» lo cambia todo. Nos saca de una espiritualidad encerrada en los templos o reservada para los momentos de oración explícita. Nos recuerda que el mundo entero es lugar de encuentro con el Señor, y que, si afinamos el oído del alma, podemos descubrir su voz en medio del ruido, en la alegría sencilla, en la fragilidad que se deja tocar.
Este modo de vivir nos abre a una fe encarnada, una espiritualidad que no huye del mundo, sino que lo habita con profundidad, que transforma lo ordinario en lugar sagrado. Y eso no es poesía espiritual, es realidad concreta: en la familia, el trabajo, la salud, las decisiones que tomamos… todo puede ser lugar de Dios si aprendemos a mirar como Jesús miraba. Como nos recuerda el salmo: “¿A dónde iré lejos de tu Espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia?” (Sal 139,7). Dios no se esconde: somos nosotros quienes a veces miramos sin ver.
Discernir: un arte que se aprende caminando
En la espiritualidad ignaciana, discernir es aprender a escuchar el susurro de Dios en el corazón. No se trata de adivinar el futuro ni de buscar recetas mágicas. Se trata de afinar el alma, de aprender a distinguir qué deseos vienen de Dios y cuáles nos alejan de su paz. Porque no todo lo que nos atrae nos construye, y no todo lo que duele está fuera de su voluntad.
Discernir es dejarse tocar por el Espíritu para elegir el bien mayor, lo que más nos acerca al amor. A veces duele, a veces desinstala, pero siempre da vida. San Ignacio decía que hay movimientos interiores que llevan a la consolación y otros que arrastran hacia la desolación. Aprender a reconocerlos es clave para vivir con libertad y profundidad. Y esto no se hace en solitario. La comunidad, la oración, el acompañamiento espiritual y la Palabra son brújulas necesarias en este camino. Porque el discernimiento no aísla, sino que nos vincula más hondamente con la vida.
En todo amar y servir
La espiritualidad ignaciana no se queda en la contemplación. Nos lleva a una fe que se hace acción, entrega concreta, respuesta encarnada. Como decía Ignacio: “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”. Por eso, orar y actuar no son dos momentos separados, sino dos rostros de una misma fidelidad. Oramos para descubrir la voluntad de Dios y actuamos para encarnarla.
Esto nos empuja a una vida coherente, lúcida, valiente. Una vida que escucha y responde, que no se conforma con intenciones, sino que se pone en camino. Nuestra fe se fortalece cuando se convierte en servicio, cuando lo que discernimos lo llevamos a la vida concreta, al encuentro, a la entrega. No hay acción pequeña si nace del amor y se ofrece con generosidad.
En estos tiempos donde todo corre, necesitamos parar, escuchar, discernir, actuar. La espiritualidad ignaciana nos recuerda que la vida de fe es un camino que se anda con los pies en la tierra y el corazón en Dios. Que discernir no es dudar eternamente, sino elegir con libertad. Y que amar no es solo sentir, sino servir con alegría. Que así sea en nosotros.