Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: La reconciliación: sanando las heridas del pasado

“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6,36)

No siempre sabemos cómo empezar. Hay momentos en los que uno quiere perdonar, pero no le sale. O cree que ya ha perdonado, pero algo dentro se sigue encogiendo. A veces no es por rencor, es por cansancio, por no tener claro cómo se hace eso de reconciliarse sin traicionarse a uno mismo. Porque no todo se puede hablar, ni todo se puede resolver, y menos con las palabras que solemos usar. Y sin embargo, algo dentro sigue empujando. Porque no vivir en paz agota.

A veces es algo pequeño, de hace poco. Otras, algo que viene de lejos. Y uno intenta seguir con su vida, sin darle vueltas, sin remover. Pero llega un día —siempre llega— en que eso que parecía dormido vuelve a aparecer. Y entonces entendemos que no se había ido. Solo estaba esperando. Esperando el momento justo para ser mirado.

Reconciliarse como proceso de mirada, verdad y presencia de Dios

Reconciliarse no significa olvidar. Ni justificar. Ni forzar. Es otra cosa. Tiene más que ver con atreverse a mirar de frente lo que duele. Con no cerrar tan rápido. Con dejar espacio al otro, sí, pero también a uno mismo. Y sobre todo, a Dios. Porque cuando uno ya no sabe cómo arreglar nada, a veces basta con dejarse mirar por Él.

Jesús se encontró con muchas personas rotas. Ninguna estaba entera. Ninguna llegaba con todo resuelto. Y nunca les pidió explicaciones. Les devolvía la mirada. Les tocaba el alma. Y desde ahí, empezaban a caminar de otra manera. Eso también es reconciliación. Cuando dejamos de defendernos por dentro y dejamos que alguien, o Alguien, se acerque sin tener que dar la razón.

El perdón como descanso, desprendimiento y libertad interior

A veces no se trata de hablar. Ni de rehacer la relación. A veces es más sencillo y más hondo: poder pensar en esa persona sin que el corazón se acelere. Dejar de imaginar conversaciones que nunca ocurren. No desear mal. No cargar más con lo que ya no da vida. Y si algún día se da el encuentro, que nos encuentre más ligeros.

El perdón, cuando llega, no hace ruido. No tiene palabras perfectas. Se parece más a un suspiro. A una paz que no viene de entenderlo todo, sino de haber soltado. De haber dejado en manos de Dios lo que uno ya no puede cambiar. Y confiar en que con eso basta.

Hay heridas que se curan cuando ya no luchamos contra ellas. Cuando las dejamos respirar. Cuando las ofrecemos sin apretar los puños. Y entonces algo empieza a cambiar. Muy despacio. Pero cambia.