El tema del segundo Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «La ternura del abrazo».

Presentamos el texto para reflexionar.

Comenzamos rezando

El canto con el que hoy comenzamos la oración nos recuerda cuánto nos quiere Dios, que nos ha entregado a su Hijo, y pone ante nosotros la llamada de Cristo: “permaneced en mi amor…” Con actitud orante cantamos o escuchamos:

Como el Padre me amó yo os he amado.
Permaneced en mi amor, permaneced en mi amor. (bis)
Si guardáis mis palabras
y como hermanos os amáis, compartiréis con alegría el don de la fraternidad.
Si os ponéis en camino sirviendo siempre a la verdad, fruto daréis en abundancia; mi amor se manifestará.
No veréis amor tan grande como aquél que os mostré. Yo doy la vida por vosotros, amad como yo os amé.
Si hacéis lo que os mando y os queréis de corazón, compartiréis mi pleno gozo de amar como Él me amo.

(La versión musical está en Youtube 👉 Como el Padre me amó yo os he amado)

La ternura del abrazo

La familia es cristiana si cada día sitúa su existencia en el horizonte del amor. Es el horizonte de quien cree en las palabras y los hechos de Jesús:

«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». Sólo desde el amor crecen las alas que nos permiten remontarnos por encima de los sinsabores, las dificultades y problemas que trae consigo cada jornada. Y, con el amor, el Papa destaca otra virtud, que él dice que está «algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales»: la ternura.

Dios no se sonroja por mostrar su ternura hacia nosotros. Por medio del profeta Isaías confesó ante aquel   pueblo   rebelde,   que   era   Israel:   «¿Puede  una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas» (Is 49, 15). Y volvió a repetirlo por medio del profeta Oseas, con estas conmovedoras palabras:

«Cuando Israel era joven lo amé (…) Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos. (…) Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta a un niño contra su mejilla, me inclinaba y le daba de comer» (Os 11, 1. 3-4).

Dios confía en que el varón, la mujer y los hijos sean capaces de construir en cada familia una comunión de personas animadas por el amor. Y les ayuda con la ternura de su abrazo. Él sabe que  «el amor convive con la imperfección» y que «no existen las familias perfectas que nos propone la propagan- da falaz y consumista» (“Amoris laetitia”, 113. 135). Pero confía en que, en la medida de lo posible, la familia sea la imagen viva de su mismo amor.

Y sabe esperar, porque éste es un camino lento. El amor tiene necesidad de tiempo: de tiempo no para consumir, sino de tiempo para vivir y para escuchar. Es necesario darse tiempo para saber esperar, para escucharse, comprenderse y perdonarse. Darse tiempo para construir, para dialogar, para proyectar y para “negociar”. Es la sabiduría de aquella viñeta en la que se veía a dos ancianos caminando cogidos de la mano y el siguiente comentario: “Cuando les preguntaron cómo lograron permanecer juntos durante 65 años, la mujer respondió: «nacimos en un tiempo donde si algo se rompía lo arreglábamos. No lo tirábamos a la basura»”. El amor no tira la vida a la basura…

El Papa quiere vernos contentos

Desde el primer día de su Pontificado, el papa Francisco nos viene invitando a vivir contentos.

En su primera exhortación apostólica, a la que dio el significativo título de “El gozo del Evangelio”, nos pedía que no viviéramos “una Cuaresma sin Pascua” y que no “tuviéramos permanentemente cara de funeral” (“Evangelii gaudium”, 6. 10).

La exhortación en la que se apoyan estas reflexiones sobre la familia tiene el atractivo título de “Amoris laetitia” (“La alegría del amor”).

En el rostro del Papa se refleja esa alegría que nos quiere transmitir; y no es inconsciencia ni superficialidad. Él sufre, en muchos momentos, los sinsabores que cada día amargan la existencia humana y sabe de sobra que no vivimos en “el jardín de las delicias”; pero está convencido de que nuestro encuentro con Jesucristo es suficiente para mantener siempre viva la alegría que proporciona su amistad. Por eso, antes de seguir, preguntémonos: ¿Vivo contento, sereno y confiado en las manos de Dios? Si no fuera así, tendríamos que volver a preguntarnos por qué no vivo en paz.

El primer fruto del camino cuaresmal de este año nos ha de llevar a recuperar y acrecentar la paz y la alegría.
Y con la alegría, la misericordia entrañable hacia los demás, sobre todo hacia los que forman parte de mi familia.

A pesar de los episodios de violencia y desamor que cada día ocurren en el mundo, Cristo está presente en muchas historias de amor. El Papa conoce algunas de ellas y todos podríamos aportar otros ejemplos. Frente a las múltiples crisis matrimoniales que se ventilan como comidilla en los programas de televisión o en las tertulias domésticas, es saludable hacer memoria de las mucho más numerosas historias de amor fiel y generoso que existen en nuestro mundo.

De no ser así ―si el amor no fuera más fuerte que odio y que la muerte―, nuestros pueblos y ciudades ya se hubieran desintegrado; no olvidemos que siempre hace más ruido un árbol que, al cortarlo, cae estrepitosamente arrastrando algunas ramas de los árboles vecinos, que los cientos de árboles de ese mismo bosque que crecen silenciosamente.

El matrimonio es una vocación

Vivir en familia es una vocación. Acostumbramos a reservar la palabra “vocación” para los que han sido llamados al sacerdocio o a la vida religiosa. Pero, “vocación” significa llamada: la llamada de Dios a Abrahán, a Moisés, a los profetas… para encomendarles una tarea, un encargo, una misión decisiva para la vida del pueblo.

De igual modo, Dios llama a los esposos cristianos para llevar a cabo una misión que es decisiva para nuestro mundo, sobre todo en el momento actual: manifestar que el amor es posible, en un mundo en el que frecuentemente se le prostituye. Así lo expresa el papa Francisco:

«El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacra- mental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. El matrimonio es una vocación» (“Amoris laetita”, 72).

Radiografía del amor

El Concilio Vaticano II definió el matrimonio cristiano como «una comunidad de vida y amor», y para que logren forjar esa comunidad, Cristo el Señor «sale al encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio y permanece con ellos». Con esta ayuda, se puede conseguir que la vida de nuestras familias dé el perfil de la radiografía del amor, que trazó el apóstol Pablo. Es un texto que se ha hecho clásico:

Este himno debiera ser como el programa que se recitan los novios, uno al otro, al declararse su amor. Muchos lo eligen para el día de su boda, pero ese día están demasiado emocionados para prestarle la atención que merece. Por eso, debiera ser también el guía del examen de conciencia del matrimonio cada noche, para terminar pidiéndose perdón y dándose un beso. No es pedir demasiado, porque es mucho más lo que este amor proporciona.

Si los esposos son capaces de cogerse las manos cada noche y preguntarse: ¿he sido paciente? ¿te he tenido envidia? ¿me he enfadado o te he respondido con dureza? ¿tengo un recoveco en mi alma donde guardo los desaires? ¿te creo siempre? ¿soy digno de que siempre me creas y confíes en mí? ¿somos capaces de disculparnos, de tener esperanza el uno en el otro, de soportarnos con paciencia?…; si somos capaces de mirarnos a la cara y respondernos con sinceridad, tenemos asegurada la estabilidad y la fidelidad día tras día.

En la exhortación “Amoris laetitia”, el Papa ofrece a todos una veintena de pequeñas páginas (nn. 91-119), en las que desarrolla ese himno al amor con sabrosas sugerencias. Haríamos bien en leerlas despacio. No es posible resumirlas en unas pocas líneas; por eso, animémonos a tomarlas en las manos y hacer de ellas la guía de nuestro diario examen de conciencia.

La familia se construye como una trama de buenas relaciones, que generan fecundidad, tanto al acoger a los hijos, como al aceptar la responsabilidad de construir un mundo verdaderamente humano, tal como nos dice el papa Francisco:

«Un matrimonio que experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia. Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer “doméstico” el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano» (“Amoris laetitia”, 182).

El cardenal Newman fue un hombre maltratado por los acontecimientos de su vida y por la desconfianza de algunos colegas que siempre sospecharon de él; pero fue capaz de escribir y rezar la siguiente oración, fruto de un corazón sensible, paciente y capaz de perdonar.

Es una oración que pueden recitarla los padres con sus hijos, de vez en cuando, para aprender a gustar la ternura del abrazo:

Amado Señor,
ayúdame a esparcir tu fragancia allí donde vaya.
Anega mi alma con tu espíritu y tu vida.
Impregna y posee todo mi ser, hasta que mi vida sea
mero resplandor de la tuya.
Resplandece a través de mí,
para que todas las personas que me rocen sientan tu presencia en mi alma.
Deja que alcen la mirada
y ya no me vean a mí, sino a ti, oh Señor.
Quédate conmigo
y empezaré a brillar como Tú brillas, con un brillo que iluminará a los demás.
Y esa luz, oh Señor, saldrá de ti, no será mía; serás Tú, iluminando a los demás a través de mí.
Deja que predique sin predicar, no a través de la palabra,
sino de mi ejemplo,
de una fuerza arrebatadora,
de la compasión en lo que hago y de la plenitud del amor
que mi corazón te profesa.

Guía para orar durante la Cuaresma para la segunda semana

Del 13 al 19 de marzo

En la reflexión de esta semana se insiste en que, en la familia, deben reinar el amor y la alegría: un verdadero amor, sincero y manifestado, produce alegría.

Lecturas bíblicas para esta semana

Leyendo algunos fragmentos de los capítulos 8, 9 y 10 del evangelio de San Mateo, descubrirás el amor y la ternura de Jesús, a través de los diez milagros que se narran. También llama a algunos discípulos los envía a la misión apostólica con instrucciones precisas.

Palabras para orar (con san Pablo VI)

¡Oh, divino Redentor,
que has amado a la Iglesia
y por ella te has entregado a Ti mismo, para santificarla
y hacerla comparecer ante Ti resplandeciente de gloria,
haz que brille sobre ella tu rostro santo!
Haz que tu Iglesia, una en la caridad
y santa en la participación de tu misma santidad, sea en el mundo de hoy
estandarte de salvación para los hombres, centro de unidad de todos los corazones, inspiradora de santos propósitos
en favor de una renovación general y arrolladora.
Haz que sus hijos,
superando cualquier división o indignidad, la honren siempre y en todas partes.
Que todos los hombres
que aún no están dentro de ella, mirándola, te encuentren a Ti, camino, verdad y vida,
y que en Ti sean enderezados al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Amén.