Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: La vida en el Espíritu: una presencia que transforma

La vida en el Espíritu: una presencia que transforma

Cada vez que nos abrimos a la acción del Espíritu Santo, algo profundo y verdadero se mueve en nuestro interior. No hablamos de una fuerza lejana o abstracta, sino de una presencia viva, real, cercana, que nos habita y nos sostiene. El Espíritu no viene desde fuera, viene desde dentro. Es Dios en nosotros. En esta semana en la que nos preparamos para celebrar Pentecostés, sentimos que la vida cristiana solo cobra sentido cuando se vive animada por el Espíritu, cuando dejamos que sea Él quien nos conduzca, quien nos inspire, quien nos haga fuertes incluso en la fragilidad.

A veces podemos pensar que la fe se vive como un esfuerzo personal, una especie de carrera a contrarreloj donde tenemos que demostrar algo. Sin embargo, vivir en el Espíritu no es acumular méritos, es dejarnos habitar por Dios, permitir que su aliento nos sostenga, como el aire sostiene a las aves. Y desde ahí, desde ese hondón del alma donde el Espíritu reposa, se despierta en nosotros un modo distinto de mirar, de amar, de responder. Como dice san Pablo, “el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26), y en ese gesto, todo cambia: ya no vivimos por inercia, sino por impulso divino.

Nos guía por caminos de luz

¿Cuántas veces hemos estado perdidos, dudando, sin saber por dónde tirar? El Espíritu Santo es quien nos guía en esos momentos, quien ilumina los pasos, quien susurra en el silencio lo que nuestro corazón necesita. Es esa voz suave que nos invita a la paz, a la verdad, al perdón, y que nos sostiene cuando queremos vivir como discípulos de Jesús en medio de un mundo herido. No siempre es fácil escuchar, porque el ruido de fuera puede ser muy fuerte. Pero cuando hacemos silencio y oramos con sencillez, cuando dejamos que el corazón se serene, el Espíritu habla con claridad.

Jesús nos lo prometió con ternura: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Jn 16,13). Y esa promesa se cumple cada día, en lo escondido, en lo concreto. En esa decisión que tomamos por amor, en ese gesto de paciencia, en ese perdón que parecía imposible… Ahí está el Espíritu, guiándonos como un faro encendido en medio de la niebla.

Nos fortalece para amar con valentía

No basta con creer: necesitamos fuerza para vivir lo que creemos. Y esa fuerza no es fruto de nuestro carácter ni de nuestro empeño. Es don. Es el Espíritu Santo quien nos fortalece para vivir con coherencia, con alegría, con esperanza, incluso en medio de las dificultades. Cuando la fe se convierte en vida, cuando el Evangelio se traduce en gestos cotidianos, cuando decidimos amar sin reservas, ahí está el Espíritu, sosteniéndolo todo.

El día de Pentecostés no fue solo un milagro del pasado. Es un milagro actual, renovado en cada corazón dispuesto. Hoy también podemos recibir ese fuego, ese viento, ese impulso que nos lanza a salir de nosotros mismos y a entregarnos sin miedo. Porque cuando el Espíritu toma nuestra vida, todo se vuelve más humano, más divino, más pleno.

Ven, Espíritu Santo, y renueva nuestra historia. Abre nuestro corazón para que te reconozcamos como guía, fuerza y consuelo. Haznos valientes para amar, libres para servir y disponibles para construir tu Reino. Amén.