MARÍA: SU MIRADA, SU ENTORNO, SU EJEMPLO
NOS INVITA A PONERNOS EN CAMINO

Los ojos son el reflejo del alma… La mirada traspasa el corazón… Hoy nos fijamos en la
mirada de María, una mirada de fe, la mirada de quien intuye en todo la amorosa
presencia de su Dios, la mirada certera del encuentro con el otro, la mirada sincera de
una madre.

María con su mirada enseña a Jesús a escuchar la vida, a hablar sobre la vida, a
sintonizar con todo lo creado, amando y sumergiéndose en toda realidad en una actitud
de apertura al mundo y escucha de la creación.
María enseña a Jesús a vivir, día a día, según los mandamientos de la ley dada por Dios
en el Sinaí. Le fue acompañando en su proceso de crecimiento en la fe y en la fidelidad a
las tradiciones recibidas.

María también vivió con normalidad su condición de mujer en el contexto concreto de su
época. Sus mayores le habían enseñado que la mujer era considerada como fuente de
tentación y pecado, por eso no podía salir al espacio público si no era con la cabeza
cubierta y acompañada por algún varón de la familia.
Se sentía apreciada y valorada por su fecundidad y su trabajo en el hogar. Ese era su
sitio. Y tener hijos (y varones) era su orgullo.
Su formación se limitaba al aprendizaje de los trabajos domésticos. En ella recaía la
crianza de los niños pequeños, el vestido, la preparación de la comida y demás tareas
domésticas.
De hecho, María cuidó de Jesús hasta los siete u ocho años. Hasta esa edad los niños no
contaban. Eran los miembros más débiles y vulnerables, los primeros en sufrir las
consecuencias del hambre, la desnutrición y la enfermedad.
No le estaba permitido tener el contacto con varones fuera del núcleo familiar. Tampoco
se sentaba a la mesa en los banquetes en que había invitados. En la casa siempre debía
dejar paso a los varones y en la calle debía caminar unos metros por detrás sin
distraerse.
Formaba parte del grupo de mujeres que se acompañaban y apoyaban mutuamente en
su propio mundo, mujeres que trabajaban el campo, sobre todo en la recolección o en la
cosecha o que salían a por agua o la leña.
Cuando enviudó se quedó en la misma trágica situación que las demás viudas de su
tiempo: sin honor, sin bienes y sin protección, a no ser que un varón se hiciera cargo de
ella.

Todas estas costumbres perfectamente reglamentadas hicieron de María, al igual que
todas las mujeres de su clan, una mujer preocupada por el honor familiar, del que las
mujeres eran las principales responsables. Ponerlo en peligro era la mayor de las
ofensas.
En este contexto donde a la mujer se la priva de toda iniciativa, resaltamos una iniciativa
descrita en el evangelio donde María se puso en camino, y lo hizo con prontitud, con
urgencia. Aceptó el riesgo que suponía lanzarse a unos caminos poco seguros y menos
para las mujeres.
María se pone en camino pasando por encima de las críticas y comentarios de sus
vecinos. Aún no estaba casada, aún nadie conocía su embarazo, probablemente Isabel
(mujer de un eminente sacerdote del Templo de Jerusalén) no necesitaba ayuda alguna
pues tenía esclavos y empleados suficientes a su servicio.
María, en este gesto intrépido de salir al encuentro de su parienta Isabel, nos invita a vivir
nuestra fe “en salida” creando y promoviendo una Iglesia en salida.
María nos muestra que la fe nos pone en movimiento, nos impulsa desde dentro y nos
lanza a la construcción de una civilización del amor y de la compasión, que sea menos
individualista, materialista, cínica y desprovista de solidaridad.
Una fe vivida así, en camino, en movimiento, con dinamismo, nos devuelve la alegría y la
esperanza, una alegría y esperanza contagiosas.

María nos recuerda que la fe, más que de doctrinas y de dogmas, de celebraciones y
sacramentos, está hecha de amor incondicional, de misericordia y de compasión. Este es
el mensaje central de Jesús, aceptable por todas las personas de todos los rincones.
Saliendo al encuentro de los otros descubriremos que ellos también están en camino,
compartiendo la misma búsqueda. Por eso, ser creyente es ayudarse mutuamente a
alumbrar a Dios. Eso va a suponer “entrar en casa” del otro.


María ayúdanos a ponernos en camino, a hacerlo con prontitud, a ser capaces de no
quedarnos en lo de siempre.