VIRGEN MARÍA, SEÑORA DE LOS PORQUÉS

Jesús en el Evangelio nos hace preguntas que nos despiertan, nos provocan y nos animan en el
camino de la fe: ¿Qué buscáis? ¿por qué lloras? ¿también vosotros queréis marcharos? La Virgen
María es la mujer de la respuesta que cambió el mundo y es también la mujer de las preguntas.
Por eso es la Madre que puede hacerse cargo de nuestras dudas e inquietudes. Es la madre de
los muchos porqués que cruzan nuestra vida.

A menudo sabemos qué queremos hacer con nuestra vida y buscamos los “cómos”, “cuándos”,
“dóndes”, pero nos cuesta encontrar los “porqués”. ¿Por qué me levanto cada mañana? ¿Por
qué trabajo? ¿por qué seguir soñando, buscando metas? Es fácil encontrar motivaciones
inmediatas (ayudar a los demás, tener éxito, cumplir con el deber) pero a menudo no son
suficientes.

¿Por qué creer cuando muchos viven una vida aparentemente normal sin la luz de la fe? ¿por
qué amar y perdonar? ¿por qué sufrir? La filosofía busca respuestas desde hace siglos y hoy la
psicología nos proporciona “herramientas” para manejar los conflictos y ansiedades que
sufrimos, pero todo se queda a medio camino.

Hay una forma “mariana” de afrontar la vida. La Virgen María nos enseña dos claves
imprescindibles para afrontar los porqués profundos de la vida: guardar todo en el corazón y
permanecer de pie junto a la cruz. 

El Evangelio de san Lucas nos muestra la actitud mariana de guardar las cosas en el corazón.
Rumiar lo que nos sucede con serenidad y paciencia dejando a Dios ser Dios. No son las cosas
que vivimos las que nos hacen sabios sino el lograr pasarlas todas por el corazón. En ese pozo
hondo de nuestra interioridad reciben una gran luz y todas quedan iluminadas. A la luz del
corazón todo es presencia de Dios.

San Juan en su Evangelio nos acerca a la otra forma “mariana” de afrontar la vida: permanecer
de pie junto a la Cruz. En María aprendemos como sostener con serenidad la batalla del dolor
confiando en que Dios es siempre el Dios de la vida. El sufrimiento aceptado es la única puerta
que nos conduce a la sabiduría y a la madurez. Con María descubrimos que la fe no nos ahorra
los momentos dolorosos de la vida, aunque ayude a darles un sentido diferente. Que incluso en
aquellos momentos más oscuros y amargos de la vida, Dios no nos abandona, aunque parezca
que guarde silencio. Y sobre todo, María nos recuerda con su fe inquebrantable en su hijo, que
nada podrá separarnos del amor de Dios, porque al final, el amor, es capaz de vencer 
incluso a la muerte.

Este tiempo de pandemia es una oportunidad para abordar junto a la Virgen María tantos
porqués que no encuentran fácil respuesta. Como ella aprendemos a cobijarnos bajo la sombra
del Espíritu de Dios.

 D. José María Crespo 

¡Ven, Espíritu Santo, ven por María”