En la Segunda Semana de Cuaresma, nos sumergimos en la experiencia de ser testigos de la bondad de Dios que nos rodea. Este periodo especial nos invita a pararnos y contemplar cómo Dios se manifiesta en los detalles de la vida diaria.

Vamos a centrarnos en tres puntos que intentaremos desarrollar a lo largo de esta reflexión:

  • Contemplar la bondad de Dios en la cotidianidad
  • Celebrar nuestra capacidad para ser transmisores de bondad
  • Cultivar el reconocimiento y la gratitud en nuestra vivencia diaria

En nuestra travesía espiritual, encontramos inspiración en la idea de ascender al monte de la transfiguración, donde la luz resplandece y la presencia divina se revela. Esta semana nos impulsa a reconocer la bondad de Dios en cada rincón de nuestro existir, en los pequeños gestos de amor y en los momentos de compasión.

Ser testigos de la bondad divina es abrir los ojos a la maravilla que nos rodea. En la sonrisa de un amigo, en la calidez de un abrazo, y en los actos de generosidad, encontramos destellos de la gracia que nos envuelve. Incluso en los desafíos cotidianos, la bondad de Dios se manifiesta a través del amor que persiste y de la esperanza que nos impulsa hacia adelante.

Esta semana nos invita a celebrar nuestra capacidad para ser portadores de la bondad de Dios. A través de pequeños gestos de amabilidad y comprensión, nos convertimos en transmisores de esa luz que puede transformar vidas. Cada acto de generosidad es una manifestación de la bondad de Dios que emana a través de nosotros.

Vivir esta semana implica cultivar una actitud de reconocimiento y gratitud. Cada encuentro, cada experiencia, se convierte en una oportunidad para celebrar y compartir la bondad que enriquece nuestra existencia. Que esta semana nos inspire a ser conscientes de la presencia de Dios en lo cotidiano y a ser testigos radiantes de la bondad que nos envuelve.