Esta es la última entrada de los patronos de la JMJ, en esta ocasión compartimos una reflexión sobre San Juan Bosco, conocido por su dedicación a la juventud y su obra en favor de los huérfanos y jóvenes abandonados, nació en Castelnuovo d’Asti, Italia, en 1815.
Ordenado sacerdote en 1841, comenzó su ministerio en la ciudad de Turín, donde estableció el Oratorio San Francisco de Sales. Ya por entonces sentía una viva preocupación por la suerte de los niños pobres de los barrios obreros de Turín, que vivía por aquellos años el auge de la Revolución Industrial, y particularmente por su imposibilidad de acceso a la educación.

Su legado trascendió fronteras y dejó una extensa obra: la Familia Salesiana, presente en todos los continentes.

Precisamente, al finalizar la JMJ, mientras nuestro grupo se dirigía a Madrid de regreso, yo me fui con la familia salesiana gallega a Galicia. Apenas estuve con ellos 1 día, pero fue suficiente para que me hicieran sentir una más del grupo. Me incluyeron sin reparo, como Don Bosco incluyó a todos los niños y niñas en su obra pastoral y educativa.

Tuvimos ocasión de charlar de numerosos temas, desde qué nos había parecido la experiencia, hasta las diferentes visiones que hay en la Iglesia, fruto de las numerosas interpretaciones que tiene el Evangelio y que tanta diversidad nos aportan.

Gracias a ellos, me interesé más por Don Bosco y su biografía. Descubrí que tuvo una infancia dura, marcada por la muerte de su padre. Para sacar a su familia adelante, tuvo que trabajar muy duro, pero lo que más deseaba era estudiar para ser sacerdote. Para asistir a la escuela, tenía que caminar todos los días 10km y se cuenta que aprendió a leer en 4 semanas. Toda una proeza para un niño que desde pequeñito tuvo las cosas muy claras: él quería dedicarse a Dios.

También me hablaron sobre la extensa red de colegios e institutos que integran la orden salesiana (hoy en día alcanza los 17.000 centros, con 1.300 colegios y 300 parroquias) y de la existencia de la rama femenina de los salesianos: el instituto femenino de María Auxiliadora (las Hermanas Salesianas).

Fue una experiencia muy enriquecedora, tanto a nivel informativo como humano, y el mejor colofón para un encuentro mundial de jóvenes cristianos. Y es que, para los reunidos en nombre de Dios, no importa de la raza, sexo, lengua, color de piel, orientación sexual. Importa el Amor que Él nos tiene y cómo nosotros somos capaces de difundirlo, tal y como hizo Don Bosco.

Recordad que las semanas pasadas hemos visto: