Materiales Evangelización

María Reina de la Paz

Seguimos rezando y reflexionando con letanías dedicadas a María, Nuestra Madre.

Hoy queremos compartir una reflexión de nuestra Raquel Gil, sobre María, Reina de la Paz.

María, Reina de la Paz

Llevamos muchos días viviendo momentos tristes cuando nos informan sobre el conflicto de Rusia con Ucrania y vemos las consecuencias de la guerra en los fallecidos, familias separadas por desplazamientos, la destrucción material de las ciudades,… pero en el mundo hay otros conflictos que casi nadie recuerda como Afganistán, Etiopía o Yemen. En todas las guerras que estallan no hay ganadores y perdedores, unos pierden más que otros, pero todos pierden.

Y todas las guerras tienen el mismo origen: el endurecimiento del corazón del hombre, que se aleja de Dios; el hombre quiere ser como Él y decidir que está bien y que está mal sin tenerle en cuenta, y la soberbia te hace pensar que los demás son inferiores y por lo tanto vencibles te impide ver que los demás son como tú.

Todos podemos tener la tentación de iniciar una guerra a pequeña escala (familiar, de amistad, parroquial, laboral) que empieza por creer o querer tener la razón y que, a veces, duran tanto que nadie se acuerda como empezaron y se convierten en guerras muy difíciles de finalizar.

Invocar a María, Reina de la Paz, nos debe llevar a tener la capacidad de mirar a los demás como hermanos, como iguales, y favorecer el dialogo antes que el enfrentamiento. Un sacerdote amigo siempre nos decía que es mejor amar que tener razón.

En el rezo del Rosario a María la invocamos, de entre otras muchas formas, como Reina de la Paz porque su corazón estaba lleno de la paz del Señor: recordamos a María en La Anunciación que se turba pero no pierde la paz de su corazón, y escucha las palabras del Ángel y las acoge dentro de sí.

En las apariciones de Fátima en 1917, la Virgen pidió a los pastorcitos que rezaran todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra. Esa petición sigue vigente y cada día tenemos que rezar para que la paz se alcance en todas las naciones, en todos los gobernantes, en todas las familias…

Todos deseamos vivir en un mundo donde haya paz, donde las noticias no sean violencia y maltrato sino gestos de ayuda y hermanamiento.

En este mes de mayo miremos a María, como Reina de la Paz, para que ella nos ayude a que nuestro corazón y nuestros actos favorezcan siempre la paz. Como dijo Santa Teresa de Calcuta: “no necesitamos pistolas y bombas para traer la paz, necesitamos amor y compasión.”
Virgen María, te pedimos: ¡que reine la paz!

 

Muchas gracias Raquel por haber compartido tus palabras con nuestra comunidad parroquial.

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La Virgen de Fátima

El día 13 de mayo celebramos la Fiesta de la Virgen de Fátima.

Compartimos una reflexión de nuestro Diácono Javier Villalba.

Hasta el 13 de mayo de 1917, Cova de Iría, en Portugal, era un lugar desconocido, incluso para muchos vecinos. Fátima es hoy venerada y conocida en el mundo entero por las apariciones de María a tres niños a quienes dio a conocer un mensaje para toda la humanidad. No podía ser un mejor lugar ya que “COVA DA IRIA” deriva del EIRENE, en griego PAZ, esto es, “Cueva de la Paz”. Recordamos que, desde 1914 Europa se hallaba sumida en la Primera Guerra Mundial y que el Papa Benedicto XV había ordenado la inclusión en las letanías del rosario a María como “Reina de la Paz” tan sólo ocho días antes de la primera aparición.

La aparición de María viene precedida por tres apariciones de un Ángel a estos niños, en los años anteriores 1915 y 1916, donde les había preparado para la especialísima aparición de la Virgen María el 13 de mayo de 1917. En estas ocasiones, les decía: “No temáis. Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo. El 13 de mayo, domingo, después de la misa, los niños Lucía, Francisco y Jacinta, metieron la comida en el zurrón y salieron con las ovejas hacia Cova de Iría. Hacia el mediodía una luz deslumbrante en un arbusto los envuelve y “ven a una hermosa Señora más resplandeciente que el sol”. Al hablar con ella les dice: “No temáis, soy del cielo, vengo a pediros que nos encontremos aquí el 13 de cada mes, seis meses y luego os diré quién soy y qué quiero”. Y les indicó que rezaran el rosario cada día, con devoción, para obtener la paz en el mundo.

Tras las apariciones los meses siguientes, el 13 de octubre (en su última aparición) les dice que “Soy la Virgen del Rosario” y así lo llevaba colgado de su brazo derecho. Este día se producen unos sorprendentes efectos del sol (ante millares de testigos) y una mariofanía (Sagrada Familia, Virgen de los Dolores y manifestación gloriosa de la Virgen del Carmen, como recuerdo simbólico de las tres partes del Rosario).

Independientemente de las revelaciones que acontecen (la visión del infierno, las predicciones del final de la guerra y la predicción de otra peor posterior, la Segunda Guerra Mundial, o el tercer secreto, que se ha relacionado con el atentado sufrido por el Papa Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981) y que son “signos” para reconocer la identidad de quien nos habla, desde nuestra fe, debemos atender más a la presencia de María como mediadora y presente constantemente en la vida de los cristianos.

Ella insiste a los niños en la devoción a su Corazón Inmaculado y en el rezo del Rosario. El mensaje de Fátima no deja de ser la evocación del Evangelio de Jesús.

El Cardenal Ángelo Sodano, en su intervención en Fátima el 13 de mayo de 2000 así lo recordaba, “interpretar los signos de los tiempos con la intercesión y protección de nuestra Madre María”.

El Cardenal Ratzinger (luego Papa Benedicto XVI) insistía igualmente en el mensaje de que Dios se acerca al hombre en la presencia de María, en una historia conjunta de Dios y la humanidad, que tiene su Palabra última y definitiva en Jesucristo. Por eso nos recuerda las palabras de María en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).

El “corazón”, en el lenguaje bíblico es el centro existencial y de relación, donde el hombre encuentro su unidad interior. La clave final es que el “corazón inmaculado” es, según Mt 5, 8, un corazón que, a partir de Dios, ha alcanzado una perfecta unidad interior y, por los tanto “ve a Dios”. Es el corazón de los bienaventurados limpios de corazón, sólo ellos son capaces de dar el salto en la fe y “ver a Dios” con los ojos del alma.

La devoción al Inmaculado Corazón de María es, pues, acercarse al Padre, a través de Jesús, desde la actitud del “fiat” – hágase tu voluntad -, animador de toda la existencia.

La devoción al Santo Rosario cada día nos une a los misterios de la vida de Jesús a través de María, y con su meditación, nos introduce en su presencia, en su vida y en su gracia. El mensaje de Fátima nos invita a confiar siempre en su promesa.

Javier Villalba Nogales, Diácono

Agradecemos a Javier por haber compartido con nosotros sus palabras.

Os recordamos que el viernes 13 a las 19h rezamos juntos el Rosario por la Paz comenzando en el Colegio de los  Maristas.  Más información👇    https://psantisimatrinidad.archimadrid.es/event/rosario-por-la-paz/

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María causa de nuestra Alegría

Ha comenzado el mayo, el mes de María, el mes dedicado a la Madre de Dios, a nuestra Madre.

María, mujer de profunda vida de oración, viviendo siempre cerca de Dios. Mujer sencilla, generosa, se olvidaba de sí misma para darse a los demás; tenía gran caridad, amaba y ayudaba a todos por igual; era servicial, atendía a José y a Jesús con amor; vivía con alegría; era paciente con su familia; sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida.

Os invitamos cada semana del mayo a rezar y reflexionar con una letanía dedicada a Nuestra Madre.

Hoy compartimos una reflexión de Patricia de Linos de nuestra comunidad parroquial, sobre María, causa de nuestra alegría:

María, causa de nuestra alegría. Alégrate, regocíjate

La madre ha sido siempre el corazón del hogar y los hijos se han refugiado siempre en el calor de este corazón. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca y esta es la realidad que se vive también en la Iglesia. Dios ha querido que en el hogar del cristiano, como es la Iglesia, no falte la madre, para que no sea posible la tristeza.

María es la causa de nuestra alegría porque ella llevó en su seno, durante nueve meses, al mismo Dios que se hizo hombre verdadero. Y Él nos la dio por Madre en el Calvario.

Es María, la que nos enseña que debemos estar siempre alegres. Siguiendo los consejos del ángel del Señor que ya le advirtió a la joven de Nazaret aquello tan hermoso del «Alégrate, llena de gracia». Este mensaje llevó a María a tomar una decisión valiente y arriesgada. Ella vivió como nadie la presencia de Dios en su vida. Saberse amados por Dios es causa de felicidad y constituye el motor que nos mueve.

La Virgen María aparece ante nosotros no sólo como modelo de persona que supo vivir siempre alegre, dichosa y feliz, sino también como aquella que es “causa de alegría” para los demás.

La vida de cualquiera de nosotros, como la de la Virgen María, no está exenta de pruebas y dificultades; de dolor y sufrimiento. Sin embargo, en medio de las pruebas y el dolor, tenemos que saber conservar, como María, la alegría que viene de Dios. Ella, “causa de nuestra alegría”, quiere que también nosotros seamos portadores para los demás de este don, que el mundo espera y necesita.

En las letanías del Rosario reconocemos a María como la que nos trae la alegría. Y oramos diciendo “Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros”, que es lo mismo que pedirle: “danos tu alegría”, “ayúdanos a ser alegres como Tú”. Por eso, cuando estamos pasándolo mal, sin ganas de nada, tristes, sin sentir la cercanía de Dios, no dudemos en acudir a la Virgen María. Ella nos contagia del gozo, la paz y la alegría que Dios le dio. Con Ella, y contagiados de su alegría, podemos afrontar esas dificultades con buen ánimo.

Ella, “causa de nuestra alegría”, quiere que también nosotros seamos portadores para los demás de este don, que el mundo espera y necesita. La alegría es un bien del que todos debemos disfrutar constantemente, debe ser una cualidad permanente de nuestra vida. Vivir como María, proseguir su obra, haciendo nacer a Jesús entre los hombres.

El secreto de la alegría permanente de la Virgen María es, también, el secreto de la felicidad de todo ser humano. No hay otro camino. Con fe, pidamos a la Virgen que, en toda circunstancia, permanezca en nosotros la alegría de vivir:
Gracias a Ella, a María, por ser ¡CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA!

Llamad a la Virgen: Causa de nuestra alegría. No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús. Encomiéndate a ella, y pídele con el Avemaría, a Ella bienaventurada entre todas las mujeres, que “ruegue por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Desde aquí agradecemos a Patricia de Linos por haber compartido con nosotros sus palabras dedicadas a la Madre de Dios, María causa de nuestra Alegría.

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Pascua 2022: Tiempo de Esperanza

Compartimos la reflexión de nuestro párroco, D. José María, invitándonos a vivir este trimestre desde la Esperanza.
¡Feliz Pascua del Señor!

El curso 2021-2022 nos está llamando a vivir “APASIONADOS POR LA VIDA».

En el primer trimestre vivir “apasionados por la vida” se llamó ENCUENTRO, es decir: comunidad, fraternidad, amistad.

En el segundo trimestre esta actitud se ha traducido en CUIDADO de las personas, de la creación, de nuestro corazón… porque Dios piensa en nosotros, “apasionados por la vida”, como bálsamo para este mundo herido por tantas contradicciones y desencuentros.

Y del abrazo a Dios y a los hermanos brota la ESPERANZA: esta será la palabra clava de este tercer trimestre en la pastoral de nuestra Comunidad.

Dios nos quiere vivos, porque Jesús vive y nuestra vida está llena de esperanza.

De la mano de la esperanza, caminamos adivinando el futuro en cada huella. La vida es el origen de la vida. Eso es lo que descubren, todos los días y en todas las circunstancias, los “apasionados por la vida”. Es hora de construir puentes, de recuperar la sonrisa oculta tras infinidad de “mascarillas”, porque estamos llamados a llenar la vida de Vida.

Es Pascua y, por tanto, es tiempo más que propicio para soñar sin miedos ni reticencias y para apostar de manera decidida por la Vida; se acabó ya el tiempo del “por si acaso”, del “me lo tengo que pensar” y de la cobardía egoísta y perezosa disfrazada del “hay que ser prudentes”, etc.

No se puede continuar diciendo que se “cree en la Pascua” y, a continuación, apostar por una vida cansina y aburrida, como si se nos estuviera obligando a vivir “por decreto”.

Pascua es tiempo de optar y decidir de manera libre, pero también responsable; de avanzar sin mirar hacia atrás, aunque sí hacia los lados; de acompañar, acoger y compartir.

Es tiempo, pues, de felicitar y felicitarnos la Pascua, ya que ella viene cargada de las razones más profundas y serias, que jamás puedan llegar a existir, para poder entender que la esperanza es el trampolín de los intrépidos.

¡Feliz Pascua, feliz esperanza!

José Mª Crespo

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A las Puertas de la Semana Santa

Compartimos la reflexión del párroco D. José María.

Vamos a entrar en la celebración de los misterios de la pasión y muerte del Señor donde experimentaremos lo que significa que Dios nos quiere vivos, lo que significa la misericordia y el perdón de Dios.

Es una semana donde se “condensan” los misterios de nuestra fe en el Misterio Pascual, es decir, la muerte y resurrección de Jesús. Pero corremos un peligro: repetir la liturgia que la Iglesia tiene tan bien diseñada, haciéndola con la mayor solemnidad posible y, sin embargo, finalizando dichas celebraciones sin haber modificado absolutamente nada de nuestra vida.

Por eso estamos invitados a contemplar con el corazón cómo vivió Jesús sus últimas horas, cuál fue su actitud en el momento de la muerte. Los evangelios no se detienen a analizar sus sentimientos. Sencillamente recuerdan que Jesús murió como había vivido. Lucas, por ejemplo, ha querido destacar la bondad de Jesús hasta el final, su cercanía a los que sufren y su capacidad de perdonar. Según su relato, Jesús murió amando.

En medio del gentío que observa el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús llorando. No pueden verlo sufrir así. Jesús «se vuelve hacia ellas» y las mira con la misma ternura con que las había mirado siempre: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Así marcha Jesús hacia la cruz: pensando más en aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento.

Faltan pocas horas para el final. Desde la cruz solo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: «Acuérdate de mí». Su respuesta es inmediata: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Siempre ha hecho lo mismo: quitar miedos, infundir confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue haciendo hasta el final.

El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando en el madero, Jesús dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo». Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan. Según Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su amor, su perdón y su paz a todos, incluso a los que lo están matando.

No es extraño que Pablo de Tarso invite a los cristianos de Corinto a que descubran el misterio que se encierra en el Crucificado: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres». Así está Dios en la cruz: no acusándonos de nuestros pecados, sino ofreciéndonos su perdón.

Contemplemos, acompañemos, dejemos que el Misterio de que celebramos cambie nuestras vidas y nos llenemos de fe, amor y esperanza en esta Pascua.

Unidos en el Señor,
José Mª Crespo

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La «escultura» viva de Dios (fecundidad)

El tema del cuarto Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «La «escultura» viva de Dios (fecundidad)».

Presentamos el texto para reflexionar.

Comenzamos rezando

Tres palabras han puesto de manifiesto cuánto aporta la familia, tal como la vamos contemplando en esta Cuaresma, a la vida humana: soledad (la familia sana nuestra soledad), ternura (si no tengo amor, no soy nada) y servicio (su servicio a la sociedad y a la Iglesia es impagable). En esta cuarta semana, se añade la palabra fecundidad: la fecundidad de la familia refleja la fecundidad creadora del Dios que nos salva.

Hagamos descender hasta el corazón, los sentimientos del siguiente himno litúrgico, que nos trae a la memoria la presencia creadora de Dios:

 

Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía;
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia. Vivir es este encuentro:
Tú, por la luz, el hombre, por la muerte.

¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte
de haberle dado un día las llaves de la tierra. Amén.

La familia, “escultura” de Dios

Seguimos escuchando al papa Francisco cuando dice: «la pareja que ama y genera la vida es la verdadera “escultura” viviente ―no aquella de piedra u oro que el Decálogo prohíbe―, capaz de manifestar al Dios creador y salvador».

La fecundidad es la característica más evidente de esa realidad básica de la existencia, que llamamos familia. Esta fecundidad se realiza en tres planos, que se sostienen entre sí: en el plano personal, en el plano social y en el plano familiar.


En el plano personal, la fecundidad refleja la capacidad que la pareja tiene para ayudarse a crecer en valores personales, mediante el encuentro y el roce diario con las circunstancias de la vida, vividas desde el amor. Ese amor, del que se habló en la segunda semana, lleva a los esposos a apoyarse, pero también a corregirse, a ver con objetividad los problemas y situaciones, a afrontar las múltiples circunstancias de la vida buscando más la verdad que las propias inclinaciones.

 

Es un diálogo, a veces difícil, a veces grato y siempre fecundo, que perfecciona la percepción de la realidad que cada uno tiene. Ningún espacio como el de la intimidad del amor es más apto para acoger una visión compartida y madura de la vida.

En el plano social, la fecundidad de la pareja la hace protagonista de la vida de la comunidad en la que desarrolla su existencia.

Frente a la tendencia egoísta a retraerse y dejar que sean otros quienes afronten las necesidades y problemas que siempre surgen en la vida del pueblo, de la ciudad, del país, de la comunidad de vecinos o de las familias cercanas que conocemos, la decisión de la pareja de ser fecundos en el plano social lleva a los esposos y a los hijos a preocuparse e intervenir en lo que ocurre en el ámbito social de nuestra existencia.


En el plano familiar, la fecundidad del matrimonio se hace palpable en la decisión de engendrar a los hijos, prolongando en ellos el amor esponsal y el acto creador de Dios, que se materializan en las criaturas engendradas mientras los esposos se “dicen” su amor mutuo. Y asumiendo la hermosa, y tantas veces difícil, tarea de educarlas para que lleguen a ser personas responsables y creyentes.

La fecundidad del matrimonio, en los tres planos señalados, es “imagen” viva y eficaz de Dios; es signo visible de su acto creador y de ese largo camino de salvación que Él viene recorriendo con nosotros en la vida. Es también un reflejo viviente de Dios Trinidad, porque, como dijo el papa Juan Pablo II, «nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo». De modo que, cuando la educación de los hijos se hace cuesta arriba por los múltiples problemas que lleva consigo la vida humana, la familia cristiana hará bien en pensar cuánto hace sufrir a Dios (por decirlo con palabras humanas) la historia humana y su salvación.

¡Abrid los ojos!

La vida de familia comporta todos los días el cumplimiento de unos compromisos comunitarios y fraternos, que obligan a abrir más y más el corazón, justamente porque esos compromisos nos piden reaccionar frente al egoísmo individual, al cansancio o la despreocupación, que muchas veces nos tientan.

El papa Benedicto XVI nos advirtió que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios», y que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un mundo oscuro». Por esto la vida familiar, con su constante exigencia de comunión amorosa, es lugar privilegiado para encarnar la espiritualidad: la familia no hace más difícil la santificación de los esposos, sino que la favorece.

El papa Francisco saca de esto dos consecuencias valiosas, cuando escribe:

«Si la familia logra concentrarse en Cristo, él unifica e ilumina toda la vida familiar. Los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la cruz del Señor, y el abrazo con él permite sobrellevar los peores momentos. En los días amargos de la familia hay una unión con Jesús abandonado que puede evitar una ruptura. [Pero también…] Los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección. Los cónyuges conforman con diversos gestos cotidianos ese espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado» (“Amoris laetitia”, 316-317).

El camino ordinario para vivir esta espiritualidad matrimonial y familiar es la oración en común, la oración en familia. Desgraciadamente, han caído en el olvido, como si fuera una antigualla, la bendición de la mesa o el rezo del rosario, que nuestros abuelos vivían con toda naturalidad. Y no nos hemos vuelto más modernos, sino más descreídos. Por eso, una consecuencia positiva de la conversión cuaresmal, que venimos preparando con estos momentos de reflexión, puede ser el propósito de recuperar la oración en familia.

El Papa invita a «encontrar unos minutos cada día para estar unidos ante el Señor vivo, decirle las cosas que preocupan, rogar por las necesidades familiares, orar por alguno que esté pasando un momento difícil, pedirle ayuda para amar, darle gracias por vida y por las cosas buenas, pedirle a la Virgen que proteja con su manto de madre» (“Amoris laetitia” 318).

Este camino de oración familiar culmina participando juntos en la Eucaristía dominical. «Jesús llama a la puerta de la familia para compartir con ella la cena eucarística. Allí, los esposos pueden volver siempre a sellar la alianza pascual que los ha unido», y proporciona un momento decisivo para educar la fe de los hijos. Toda la familia unida participando de la mesa eucarística hace visible la Iglesia como el cálido hogar que resguarda la fe de la intemperie y de las inclemencias de la vida.

Construir el hogar día a día

Al final de su exhortación sobre la familia, el Papa advierte que «ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar» (“Amoris laetitia” 325).
Es una advertencia muy necesaria para no desanimarse ante los fallos que siempre jalonan la vida de los seres humanos y para recodar la imperiosa necesidad de ayudarse y apoyarse mutuamente, unas familias cristianas en otras, para llevar a término todo el programa que se ha desplegado en estas cuatro semanas.
«Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él». Esta experiencia está hecha de muchos momentos en los que «recordamos que esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. (…) Esta apertura se expresa particularmente en la hospitalidad. Cuando la familia acoge y sale hacia los demás, especialmente hacia los pobres y abandonados, es un símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia» (“Amoris laetitia”, 323-324).

Además, el Papa invita a abrir los ojos ante la que él llama “familia ampliada”, que existe más allá de los límites estrictos de la propia familia. Invita, pues, a las familias cristianas a dirigir la mirada hacia esa familia ampliada, en la medida que sus fuerzas y posibilidades se lo permitan:

«Esta familia grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los sol- teros, separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida incluso los más desastrosos en las conductas de su vida…» (“Amoris laetitia”, 197).

Por todo ello, la última recomendación en este año, antes de disponernos a celebrar la Pascua, es que, en la medida de lo posible, busquemos siempre el apoyo de otras familias cristianas para compartir con ellas las metas que hemos de alcanzar, las dificultades que encontramos en el camino, tanto de la vida espiritual de la pareja como de la educación de los hijos, los apoyos con los que podemos contar para no desanimarnos ante lo arduo de la tarea o ante los fallos a los que nos abocan nuestras propias limitaciones.

Y esto se consigue con la ayuda de movimientos y asociaciones específicas para avanzar en la construcción de una vida familiar según los designios de Dios y para superar el desánimo que nos ronda en tantas ocasiones.

En la Iglesia diocesana existe la experiencia de grupos apostólicos que se han ayudado y pueden seguir ayudando en este camino: el Movimiento Familiar Cristiano, el Encuentro Matrimonial, los grupos de Acción Católica General, etc. son experiencias que pueden ofrecer su estructura y su experiencia, y que necesitan también la vitalidad de nueva savia.

La meta de estas reflexiones es lograr que “la alegría del amor” se manifieste a este mundo nuestro y en este tiempo, que siempre es de gracia, a través de las familias cristianas de la Diócesis.

Concluyamos con una oración para el camino de la vida, en el que necesitamos compañía: la compañía de los más cercanos, que nos aman, la compañía de otras familias cristianas, preocupadas como nosotros por ser sal y luz en el mundo en que vivimos, y sobre todo la compañía del Resucitado, que siempre camina junto a nosotros:

Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.

No lo veo, pero está. Si voy ligero,
él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.

Al llegar a terreno solitario,
él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí se reposa.

Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama él), siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa.

Guía para orar durante la Cuaresma para la cuarta semana

Del 27 de marzo al 2 de abril

Es grande el servicio que la fecundidad de la familia proporciona a la sociedad, ayudándola a ver que es posible superar las tentaciones de egoísmo que frecuentemente surgen en la vida de todos.

Lecturas bíblicas para esta semana

En los capítulos 14 al 18 del evangelio de San Mateo aparece la fundación de la Iglesia. Jesús da normas para la vida comunitaria, que sirven tanto para la comunidad cristiana como para la comunidad familiar.

Palabras para orar

Salmo 32

Dichosa la nación, (la familia),
cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

Nosotros aguardamos al Señor;
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?

Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

 

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Acoger y cuidar la Vida, don de Dios

El 25 de marzo, «en la solemnidad de la Anunciación del Señor toda la Iglesia es convocada a celebrar el misterio más excelso de nuestra fe, la encarnación del Hijo de Dios y, unido a dicho misterio, a celebrar una Jornada por la Vida.

Entrar en este misterio del Verbo encarnado nos lleva a tomar conciencia del gran amor del Padre que «tanto amó al mundo que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16) para salvarnos. Si Dios envía a su Hijo es porque ama al hombre, ama la vida de los hombres, a los que ha destinado a ser sus hijos y alcanzar la santidad (cf. Ef 1, 4-5).

En efecto, Dios es la fuente del ser y de la vida, que por amor creó al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gen 1, 27) y que ahora, viniendo al mundo, quiere alumbrar al hombre, comunicarle la nueva vida de la gracia (cf. Jn 1, 4. 9). Sin embargo, no quiso Dios restaurar la vida del hombre herida por el pecado sin contar con la colaboración humana.
Así, en esta solemnidad de la Anunciación celebramos que el «sí» de la Virgen María se ha convertido en la puerta que nos ha abierto todos los tesoros de la redención.

En este sentido acoger la vida humana es el comienzo de la salvación, porque supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación; de ahí el empeño de la Iglesia en defender el don de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, puesto que cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor.

Acoger y cuidar cada vida, especialmente en los momentos en los que la persona es más vulnerable, se convierte así en signo de apertura a todos los dones de Dios y testimonio de humanidad; lo que implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato.

Hoy más que nunca, en nuestra sociedad, los cristianos debemos ser testigos del Evangelio de la vida, defendiendo el derecho fundamental a la vida con el propio ejemplo, promoviendo leyes justas que salvaguarden la vida y buscando educar a las generaciones más jóvenes como personas íntegras que construyan una sociedad verdaderamente humana, a la luz de Dios que ama al hombre y por amor lo creó.»   (del Mensaje de los Obispos)

Oh, Dios,
Padre de la vida y Señor de la historia,
que hiciste todo de la nada
y a tu imagen creaste al hombre y a la mujer,
llamándolos a la existencia,
para que por su amor fiel y total engendraran vida:
Haz que los padres acojan y custodien,
con ternura y responsabilidad,
el don sagrado de los hijos;
los ayuden a crecer sanos, fuertes y libres,
para que encuentren su vocación en la Iglesia y en el mundo;
que los novios se respeten,
se amen y construyan su vocación sobre Cristo,
para que lleguen a ser matrimonios fieles y fecundos,
que contribuyan al bien de esta sociedad;
que en ella se promueva y defienda la vida,
desde el inicio hasta su ocaso natural,
para que esta tierra sea un hogar para todos,
presagio de la vida,
que Tú, oh, Padre bueno,
nos tienes reservada en el hogar del cielo. Amén

 

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Un servicio impagable

El tema del tercero Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «Un servicio impagable».

Presentamos el texto para reflexionar.

Comenzamos rezando

Cada mañana vuelve a salir el sol y renace la vida en la tierra. La Iglesia ha visto, en el sol que vuelve a brillar, la imagen de Jesucristo resucitado, que cada día renueva nuestra alegría. Comenzamos estos momentos de oración cuaresmal con un himno a Jesucristo resucitado, esposo de la Iglesia, que sostiene la vida y la alegría de nuestras familias, y, a través de ellas, quiere inundar de gozo este mundo, a veces triste, en el que vivimos:

Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!

En el día primero,
tu resurrección alegraba el corazón del Padre.
En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas porque participaban de tu gloria.
La mañana celebra
tu resurrección y se alegra con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca, sabiendo que el sepulcro está vacío.

En la clara mañana, tu sagrada luz se difunde como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia. Amén.
La versión musical está en Youtube 👉Cristo Alegría del Mundo 

Y suplicamos a María, estrella de la nueva evangelización, que infunda en nuestras familias el ardor necesario para transmitir a este mundo la alegría y la belleza de su vida familiar:

Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno, ayúdanos a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre. Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora
un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte.
Danos la santa audacia
de buscar nuevos caminos para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. Aleluya.

Como Dios manda

El Concilio Vaticano II reivindicó el protagonismo de los cristianos laicos en la misión de la Iglesia. Afirmó que no sólo los curas y los religiosos tienen importancia en la Iglesia; también cada bautizado “es” Iglesia y tiene la misma misión que los sacerdotes, aunque la realice con medios y actividades diferentes de ellos.

Esta misión común de curas y seglares es anunciar que el Reino de Dios está llegando a nosotros, dar a conocer que Jesucristo es la alegría del mundo y mantener la espera de unos nuevos cielos y una nueva tierra, donde habitará la justicia. Los medios con los que unos y otros realizamos esta misión son distintos, conforme con el principio conciliar de que en la Iglesia hay “unidad de misión y diversidad de ministerios”.

¿Cuál es el ministerio o servicio propio de la familia cristiana?
La doctrina del Concilio lo dice con una frase escueta y precisa: «A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales» (“Lumen gentium”, 31). Estos “asuntos temporales” son todas y cada una de las actividades y profesiones que los laicos bautizados realizan cada día, así como su vida familiar y social. Su existencia está entretejida de actividades y responsabilidades profesionales, de su vida en familia y de su actividad social. Es preciso que todo esto se realice “como Dios manda”. En la medida en que ocurre así, el reinado de Dios llega a nuestro mundo.

En consecuencia, el ministerio o servicio de la familia cristiana es ser verdaderamente una familia como Dios manda, una familia que sea, como se dijo en la primera semana, “buena noticia” en este mundo plagado de noticias tristes e incluso noticias falsas.

Crecer en la caridad conyugal

El papa Francisco, en su exhortación sobre la familia, explica que la vida familiar ha de estar animada por el amor tal como se describió la semana pasada (1 Cor 13, 4-7). Este amor ha de ser una «unión afectiva, espiritual y oblativa, que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten». Y añade: «el matrimonio es un signo precioso, porque cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se refleja en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros (…) para que los esposos puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por ella» (“Amoris laetitia”, 120-121).

Deberíamos recordarlo siempre: se trata de un amor basado en los afectos, pero capaz de darse al otro (esto quiere decir la palabra “oblativa”); un amor que nace del sentimiento, pero no se alimenta sólo de la atracción mutua, que es pasajera; un amor que refleja ― en la medida siempre limitada en la que los seres humanos podemos hacerlo― el carácter irreversible del amor que Dios nos tiene; es un amor que se realiza en las cosas sencillas, ordinarias, y muchas veces repetidas, de la vida, pero que, en su aparente pequeñez, hace visible el amor con el que Cristo ama a su Iglesia.

En la salud y en la enfermedad…

Al celebrar el Sacramento del Matrimonio los novios utilizan estas palabras para otorgarse el consentimiento matrimonial: «Yo te quiero a ti y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida». Con ellas se subraya esa cualidad oblativa del amor matrimonial y el carácter indisoluble de esa entrega.

Dice el Papa: «es una unión que tiene todas las características de una buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida. Pero el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia» (“Amoris laetitia”, 123).

Por exigente que parezca, este amor exclusivo e indisoluble es el único que satisface, porque es consecuencia del propio enamoramiento y de los anhelos más secretos de nuestro ser: «quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser solo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no solo quieren que sus padres se amen, sino que también sean fieles y sigan siempre juntos. Estos y otros signos muestran que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo. (…) Y para los creyentes, es una alianza ante Dios que reclama fidelidad» (Ibíd.).

Por desgracia, nuestra sociedad de consumo ha reforzado algunos defectos que no favorecen una vida feliz, humanizada y humanizadora: la cultura de lo provisional, el empobrecimiento del sentido estético, la búsqueda obsesiva del placer… Todo ello siembra el camino de tropiezos para que el amor matrimonial continúe indisoluble durante toda la vida. Pero, si nos paramos a pensar, esta sociedad de consumo no nos hace más felices, sino más frágiles y no ayuda a amarnos de verdad, como seres humanos.

La familia evangeliza este mundo secularizado

Éste es, justamente, el servicio impagable que las familias cristianas pueden ofrecer al mundo en el que vivimos ―un mundo secularizado―, si viven de acuerdo con la naturaleza y espiritualidad del matrimonio, tal como la vamos descubriendo en las reflexiones cuaresmales de este año.

Porque este modo de vivir las relaciones entre los esposos y con los hijos es como la ciudad construida en lo alto de un monte, que se ve desde lejos y no deja de llamar la atención, o como una luz colocada en lo alto del candelero, que ilumina toda la estancia.

En un mundo que se ha acostumbrado a reaccionar con agresividad y se ha instalado en lo provisional e inestable, aunque ese modo de vivir no le hace más feliz; en un mundo que clama casi a diario contra la violencia que lleva a tantas mujeres a la muerte; en un mundo que prostituye el amor, convirtiéndolo en un negocio o en un goce pasajero; en un mundo en el que muchos niños no saben bien quién es su padre o su madre…, la existencia de unas familias que viven los valores de la familia cristiana, es algo contracultural.

Por eso mismo, esas familias son un signo evangelizador, porque apuntan hacia una meta envidiable y envidiada por tantos niños y adultos atrapados en el laberinto de las disputas, las rupturas, los rencores y la inestabilidad.
En estas situaciones, se precisan cristianos que sepan acompañar en los momentos de crisis que inevitablemente surgen en el seno de las familias, convencidos de que, como dice el Papa: «cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón. (…) Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge» (“Amoris laetitia”, 232. 242).
Vivir como familia cristiana es una de las primeras tareas con las que la Iglesia lleva a cabo la misión que Cristo le encomendó, porque esa forma de vivir evangeliza la vida secularizada del ser humano. Y, además, es un servicio impagable hacia este mundo que tantos estímulos positivos necesita.

Concluimos este tiempo de oración con una plegaria de sabor franciscano. No sabemos si san Francisco de Asís la escribió tal cual la recitamos, pero, en cualquier caso, expresa los sentimientos propios de un amor oblativo y entregado, de un amor esponsal como el que las familias cristianas están llamadas a vivir.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensas, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad.
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tinieblas, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría.
Haz que yo no busque tanto
el ser consolado como el consolar,
el ser comprendido como el comprender,
el ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe.
Olvidándose de sí mismo es como
se encuentra uno a sí mismo.
Perdonando es como se obtiene perdón.
Muriendo es como se resucita para la vida eterna.

Guía para orar durante la Cuaresma para la tercera semana

Del 20 al 26 de marzo

La familia cristiana tiene la misión de ofrecer la “buena noticia” de Jesucristo. Lo hace viviendo su vida doméstica y profesional “como Dios manda’.

Lecturas bíblicas para esta semana

En el capítulo 13 del evangelio de San Mateo, Jesús explica a sus discípulos, por medio de parábolas, qué es el Reino de Dios que él anuncia. Repásalas y aplícalas a tu vida diaria.

Palabras para orar

Ven Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

 

Reparte tus Siete Dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén. 

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Día del Seminario 2022

«Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino» es el lema que centrará este año el Día del Seminario. La Iglesia celebra esta jornada el 19 de marzo, solemnidad de San José.

El lema del Día del Seminario 2022 se inspira en el proceso sinodal en el que está inmersa la Iglesia. Así se explica en la reflexión teológica que se incluye entre los materiales. Y matiza, «el Sínodo universal en el que nos encontramos nos hace a todos ponernos en camino juntos».

Junto al Sínodo, dos palabras: sacerdotes y servicio. Sacerdotes, en plural, «recordándonos el sentido del seminario y llamándonos a acrecentar nuestra fraternidad. Los sacerdotes no hemos sido  llamados para estar solos. El seminario nos enseña la importancia de la comunidad y la necesidad de vivir una sana fraternidad».

Además se presenta la vocación sacerdotal como servicio. En el seminario, «los seminaristas aprenden a vivir el servicio y a servir a los hermanos, como parte integrante y fundamental de la vocación. Los intereses egoístas y el provecho propio han de desterrarse y deben dejar lugar al desarrollo de una vocación recibida para ser entregada. Solo desde la entrega la vocación recibe todo su sentido».

Y resume, «si decíamos que el ejemplo de la fraternidad sacerdotal constituye un impulso para los jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal, también podemos afirmar que el testimonio de una vida entregada en el servicio infunde ánimos en el corazón de los jóvenes, deseosos de entregarse por completo a una tarea apasionante».  

Oh, Señor, que guiaste a tu pueblo por el desierto a la tierra prometida;
tú llamaste a los discípulos y caminaste con ellos anunciando el Evangelio y los condujiste a Jerusalén, para que, a través de tu pasión y muerte, conocieran la gloria de tu resurrección.
Ahora, que acompañas a tu Iglesia, peregrina en el mundo,
te pedimos que envíes sacerdotes que caminen hoy junto a aquellos que convocas en tu Iglesia;
que nos fortalezcan y consuelen con la unción del Espíritu Santo;
que nos animen e iluminen con la predicación de tu Palabra;
que nos alimenten y sostengan con la celebración de la eucaristía y la entrega de su propia vida.

La reflexión teológica sobre el Día del Seminario 2022 puedes leer haciendo click aquí ⏩ Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino 

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La ternura del Abrazo

El tema del segundo Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «La ternura del abrazo».

Presentamos el texto para reflexionar.

Comenzamos rezando

El canto con el que hoy comenzamos la oración nos recuerda cuánto nos quiere Dios, que nos ha entregado a su Hijo, y pone ante nosotros la llamada de Cristo: “permaneced en mi amor…” Con actitud orante cantamos o escuchamos:

Como el Padre me amó yo os he amado.
Permaneced en mi amor, permaneced en mi amor. (bis)
Si guardáis mis palabras
y como hermanos os amáis, compartiréis con alegría el don de la fraternidad.
Si os ponéis en camino sirviendo siempre a la verdad, fruto daréis en abundancia; mi amor se manifestará.
No veréis amor tan grande como aquél que os mostré. Yo doy la vida por vosotros, amad como yo os amé.
Si hacéis lo que os mando y os queréis de corazón, compartiréis mi pleno gozo de amar como Él me amo.

(La versión musical está en Youtube 👉 Como el Padre me amó yo os he amado)

La ternura del abrazo

La familia es cristiana si cada día sitúa su existencia en el horizonte del amor. Es el horizonte de quien cree en las palabras y los hechos de Jesús:

«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». Sólo desde el amor crecen las alas que nos permiten remontarnos por encima de los sinsabores, las dificultades y problemas que trae consigo cada jornada. Y, con el amor, el Papa destaca otra virtud, que él dice que está «algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales»: la ternura.

Dios no se sonroja por mostrar su ternura hacia nosotros. Por medio del profeta Isaías confesó ante aquel   pueblo   rebelde,   que   era   Israel:   «¿Puede  una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas» (Is 49, 15). Y volvió a repetirlo por medio del profeta Oseas, con estas conmovedoras palabras:

«Cuando Israel era joven lo amé (…) Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos. (…) Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta a un niño contra su mejilla, me inclinaba y le daba de comer» (Os 11, 1. 3-4).

Dios confía en que el varón, la mujer y los hijos sean capaces de construir en cada familia una comunión de personas animadas por el amor. Y les ayuda con la ternura de su abrazo. Él sabe que  «el amor convive con la imperfección» y que «no existen las familias perfectas que nos propone la propagan- da falaz y consumista» (“Amoris laetitia”, 113. 135). Pero confía en que, en la medida de lo posible, la familia sea la imagen viva de su mismo amor.

Y sabe esperar, porque éste es un camino lento. El amor tiene necesidad de tiempo: de tiempo no para consumir, sino de tiempo para vivir y para escuchar. Es necesario darse tiempo para saber esperar, para escucharse, comprenderse y perdonarse. Darse tiempo para construir, para dialogar, para proyectar y para “negociar”. Es la sabiduría de aquella viñeta en la que se veía a dos ancianos caminando cogidos de la mano y el siguiente comentario: “Cuando les preguntaron cómo lograron permanecer juntos durante 65 años, la mujer respondió: «nacimos en un tiempo donde si algo se rompía lo arreglábamos. No lo tirábamos a la basura»”. El amor no tira la vida a la basura…

El Papa quiere vernos contentos

Desde el primer día de su Pontificado, el papa Francisco nos viene invitando a vivir contentos.

En su primera exhortación apostólica, a la que dio el significativo título de “El gozo del Evangelio”, nos pedía que no viviéramos “una Cuaresma sin Pascua” y que no “tuviéramos permanentemente cara de funeral” (“Evangelii gaudium”, 6. 10).

La exhortación en la que se apoyan estas reflexiones sobre la familia tiene el atractivo título de “Amoris laetitia” (“La alegría del amor”).

En el rostro del Papa se refleja esa alegría que nos quiere transmitir; y no es inconsciencia ni superficialidad. Él sufre, en muchos momentos, los sinsabores que cada día amargan la existencia humana y sabe de sobra que no vivimos en “el jardín de las delicias”; pero está convencido de que nuestro encuentro con Jesucristo es suficiente para mantener siempre viva la alegría que proporciona su amistad. Por eso, antes de seguir, preguntémonos: ¿Vivo contento, sereno y confiado en las manos de Dios? Si no fuera así, tendríamos que volver a preguntarnos por qué no vivo en paz.

El primer fruto del camino cuaresmal de este año nos ha de llevar a recuperar y acrecentar la paz y la alegría.
Y con la alegría, la misericordia entrañable hacia los demás, sobre todo hacia los que forman parte de mi familia.

A pesar de los episodios de violencia y desamor que cada día ocurren en el mundo, Cristo está presente en muchas historias de amor. El Papa conoce algunas de ellas y todos podríamos aportar otros ejemplos. Frente a las múltiples crisis matrimoniales que se ventilan como comidilla en los programas de televisión o en las tertulias domésticas, es saludable hacer memoria de las mucho más numerosas historias de amor fiel y generoso que existen en nuestro mundo.

De no ser así ―si el amor no fuera más fuerte que odio y que la muerte―, nuestros pueblos y ciudades ya se hubieran desintegrado; no olvidemos que siempre hace más ruido un árbol que, al cortarlo, cae estrepitosamente arrastrando algunas ramas de los árboles vecinos, que los cientos de árboles de ese mismo bosque que crecen silenciosamente.

El matrimonio es una vocación

Vivir en familia es una vocación. Acostumbramos a reservar la palabra “vocación” para los que han sido llamados al sacerdocio o a la vida religiosa. Pero, “vocación” significa llamada: la llamada de Dios a Abrahán, a Moisés, a los profetas… para encomendarles una tarea, un encargo, una misión decisiva para la vida del pueblo.

De igual modo, Dios llama a los esposos cristianos para llevar a cabo una misión que es decisiva para nuestro mundo, sobre todo en el momento actual: manifestar que el amor es posible, en un mundo en el que frecuentemente se le prostituye. Así lo expresa el papa Francisco:

«El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacra- mental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. El matrimonio es una vocación» (“Amoris laetita”, 72).

Radiografía del amor

El Concilio Vaticano II definió el matrimonio cristiano como «una comunidad de vida y amor», y para que logren forjar esa comunidad, Cristo el Señor «sale al encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio y permanece con ellos». Con esta ayuda, se puede conseguir que la vida de nuestras familias dé el perfil de la radiografía del amor, que trazó el apóstol Pablo. Es un texto que se ha hecho clásico:

Este himno debiera ser como el programa que se recitan los novios, uno al otro, al declararse su amor. Muchos lo eligen para el día de su boda, pero ese día están demasiado emocionados para prestarle la atención que merece. Por eso, debiera ser también el guía del examen de conciencia del matrimonio cada noche, para terminar pidiéndose perdón y dándose un beso. No es pedir demasiado, porque es mucho más lo que este amor proporciona.

Si los esposos son capaces de cogerse las manos cada noche y preguntarse: ¿he sido paciente? ¿te he tenido envidia? ¿me he enfadado o te he respondido con dureza? ¿tengo un recoveco en mi alma donde guardo los desaires? ¿te creo siempre? ¿soy digno de que siempre me creas y confíes en mí? ¿somos capaces de disculparnos, de tener esperanza el uno en el otro, de soportarnos con paciencia?…; si somos capaces de mirarnos a la cara y respondernos con sinceridad, tenemos asegurada la estabilidad y la fidelidad día tras día.

En la exhortación “Amoris laetitia”, el Papa ofrece a todos una veintena de pequeñas páginas (nn. 91-119), en las que desarrolla ese himno al amor con sabrosas sugerencias. Haríamos bien en leerlas despacio. No es posible resumirlas en unas pocas líneas; por eso, animémonos a tomarlas en las manos y hacer de ellas la guía de nuestro diario examen de conciencia.

La familia se construye como una trama de buenas relaciones, que generan fecundidad, tanto al acoger a los hijos, como al aceptar la responsabilidad de construir un mundo verdaderamente humano, tal como nos dice el papa Francisco:

«Un matrimonio que experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia. Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer “doméstico” el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano» (“Amoris laetitia”, 182).

El cardenal Newman fue un hombre maltratado por los acontecimientos de su vida y por la desconfianza de algunos colegas que siempre sospecharon de él; pero fue capaz de escribir y rezar la siguiente oración, fruto de un corazón sensible, paciente y capaz de perdonar.

Es una oración que pueden recitarla los padres con sus hijos, de vez en cuando, para aprender a gustar la ternura del abrazo:

Amado Señor,
ayúdame a esparcir tu fragancia allí donde vaya.
Anega mi alma con tu espíritu y tu vida.
Impregna y posee todo mi ser, hasta que mi vida sea
mero resplandor de la tuya.
Resplandece a través de mí,
para que todas las personas que me rocen sientan tu presencia en mi alma.
Deja que alcen la mirada
y ya no me vean a mí, sino a ti, oh Señor.
Quédate conmigo
y empezaré a brillar como Tú brillas, con un brillo que iluminará a los demás.
Y esa luz, oh Señor, saldrá de ti, no será mía; serás Tú, iluminando a los demás a través de mí.
Deja que predique sin predicar, no a través de la palabra,
sino de mi ejemplo,
de una fuerza arrebatadora,
de la compasión en lo que hago y de la plenitud del amor
que mi corazón te profesa.

Guía para orar durante la Cuaresma para la segunda semana

Del 13 al 19 de marzo

En la reflexión de esta semana se insiste en que, en la familia, deben reinar el amor y la alegría: un verdadero amor, sincero y manifestado, produce alegría.

Lecturas bíblicas para esta semana

Leyendo algunos fragmentos de los capítulos 8, 9 y 10 del evangelio de San Mateo, descubrirás el amor y la ternura de Jesús, a través de los diez milagros que se narran. También llama a algunos discípulos los envía a la misión apostólica con instrucciones precisas.

Palabras para orar (con san Pablo VI)

¡Oh, divino Redentor,
que has amado a la Iglesia
y por ella te has entregado a Ti mismo, para santificarla
y hacerla comparecer ante Ti resplandeciente de gloria,
haz que brille sobre ella tu rostro santo!
Haz que tu Iglesia, una en la caridad
y santa en la participación de tu misma santidad, sea en el mundo de hoy
estandarte de salvación para los hombres, centro de unidad de todos los corazones, inspiradora de santos propósitos
en favor de una renovación general y arrolladora.
Haz que sus hijos,
superando cualquier división o indignidad, la honren siempre y en todas partes.
Que todos los hombres
que aún no están dentro de ella, mirándola, te encuentren a Ti, camino, verdad y vida,
y que en Ti sean enderezados al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Amén.

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